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La plaga, obra de Nicolás Poussin de 1630, que descansa en el Museo de Louvre - Foto: Foto: Especial

¡Yo no sé!

En esta colaboración, el autor hace un recorrido poético por los sentimientos y pensamientos en el año del Covid-19, y se pregunta por el día después, mientras nos sentimos perseguidos y acosados por un adversario nuevo, desconocido por completo

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1064

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“Hay golpes en la vida tan fuertes, / ¡Yo nosé!, / golpes como el odio de Dios, / como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido, / se empozara en el alma, / ¡Yo no sé!”

César Vallejo, Los Heraldos Negros

 

“Andaré este largo camino, este camino tan largo, hasta el final, / hasta el final del corazón, andaré este camino largo, largo, largo… / Nada tengo que perder sino el polvo y lo que está muerto en mí. / La hilera de palmeras / indica lo que está ausente. / Cruzaré la hilera de palmeras. ¿Necesita la herida a su poeta / para dibujar una granada a la ausencia? ...”

Mahmud Darwish, Menos Rosas.

 

La poesía ha sido, a lo largo de la historia, un “Arma cargada de Futuro”, sentenció sin duda alguna Gabriel Zelaya.

Es el bálsamo que mitiga miedos y dolores. Es el viento que atraviesa follajes para llegar más allá de los muros que separan nuestros rostros y miradas. Es, y no lo dudo, el pan nuestro de cada día que libera del pecado a quienes vemos doblegada nuestra hechura. En fin, es el beso que alimenta nuestro espíritu cuando rosa levemente nuestro cuello…

Otto René Castillo, muerto como algunos poetas nuestros, sentenció: “Nada / Podrá / contra esta avalancha / de amor. / Contra este rearme del hombre / en sus más nobles estructuras. / Nada / Podrá / contra la fe del pueblo / en la sola potencia de sus manos. / Nada / podrá / contra la vida. / Y nada / podrá / contra la vida / porque nada pudo jamás / contra vida”.

Ciertamente, el mismo vate chapín señaló un día el camino a seguir, al cantar de esta manera inolvidable: “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño. / Yo bajaré los abismos que me digas. / Yo beberé tus cálices amargos. / Yo me quedaré ciego para que tengas ojos. / Yo me quedaré sin voz para que tú cantes. / Yo he de morir para que tú no mueras, / para que emerja tu rostro flameando al horizonte / de cada flor que nazca de mis huesos. / Tiene que ser así, indiscutiblemente.”

Otro hombre de la palabra, nicaragüense, Edwin Castro, quien desde la cárcel escribió a su hijo: “Mañana, hijo mío, todo será distinto / Se marchará la angustia por la puerta del fondo / que han de cerrar, por siempre / las manos de hombres nuevos…”, nos legó su herencia…

¡¡¡Yo no sé!!!

Pero ahora que nos sentimos perseguidos y acosados por un adversario nuevo, desconocido por completo, inesperado, abrazador y letal, invisible y etéreo, nos vemos indefensos, temerosos, incrédulos, desorientados, en shock, confundidos o sin saber qué hacer.

Deambulamos como ínsulas, como fantasmas, tratando de hallar a la distancia, sin contacto material alguno, separados, divorciados, encerrados en minúsculos y diminutos grupos privados, más allá de lo público, lo colectivo, lo común, un asidero que nos permita, al menos eso, disponer de la esperanza de que algún día, sin saber cuál, volveremos al momento de un día antes de esta tragedia. Soñamos con el un día después de la calamidad.

Pero vale la pena preguntarnos: ¿cómo era un día antes?

Y, sobremanera: ¿Cómo queremos el un día después?

Entonces, buscando, escudriñando los instantes que separan un tiempo de otro, una era de otra, o una época de la siguiente

Quise detener el tiempo con mis ojos

para asir con los dedos de mis torpes manos

las fronteras que separan

los instantes que transcurren.

 

Soñé con aprehender el tiempo detenido,

con las niñas de mis ojos,

y no mirar más veces

cómo fluyen las aguas de los ríos;

 

cómo llevan, en la Barca de Caronte,

cuerpos gélidos y yertos,

llantos de dolientes que perdieron a sus seres,

o gritos angustiantes y angustiosos,

 

y secuestran nuestros sueños y quimeras,

certidumbres o creencias sólidas y firmes,

calmas y sosiegos de nuestras consciencias,

y nos dejan huérfanos y miserables.

 

Fue aquí donde encontré,

que no me hallaba abandonado, tirado boca abajo,

babeando, asqueado de mí mismo,

y me cubrió el aroma de otros sueños.

 

Un olor sin los vientos que le llevan

quise detener cual demiurgo poderoso

y encerrar en escriños de memoria

la certeza que guardaban las palabras.

 

Anhelé bastante tiempo con ser, eternamente,

aquél que dijo: “Soy el que soy”,

a perpetuidad y sin turbación alguna

y así calmar los delirios de mi mente.

 

¡Ah!, pero no era el que es por siempre,

el aire me arrojaba de un lado a otro

y cada vez que erguido me veía,

miraba un ser perpetuamente otro.

 

Entonces, sin darme cuenta desperté.

Ya después de haberme levantado, recordaba las palabras de Cyrano, como brisa refrescante y sanadora: “Cantar, soñar, (…) / Estar sólo, ser libre. / Que mis ojos destellen y mi garganta vibre. / Ponerme, si me place, el sombrero al revés, batirme por capricho o hacer un entremés. / Trabajar sin afán de gloria o de fortuna. / Imaginar que marcho a conquistar la luna. / No escribir nunca nada que no rime conmigo y decirme, modesto: ¡ah mi pequeño amigo¡, que te basten las hojas, las flores y las frutas, siempre que en tu jardín sea donde las recojas”.

¿Un día antes de la Calamidad?

¿Un día después de la tragedia?

¡Yo no sé!

Pero duda alguna no me cabe, no existe ni un día antes ni un día después.

He comprendido que deberán bastarnos las hojas, las flores y los frutos, siempre que nuestro jardín sea donde las sembramos y cosechamos. Que ese aroma que fluye sin que anosmia alguna nos mutile, penetre con palabras de esperanza hasta el fondo de los huesos, hasta el centro de los músculos y la epidermis, hasta más allá de nuestros sueños.

He comprendido que resistiré mientras queden gotas de mi sangre dentro de mi cuerpo, y juro que sangre quedará la suficiente, juro entonces que resistiré.

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