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El autor Ugo Velazco, durante una presentación de La Carnada y otros cuentos, en Perú - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Frustración

A propósito de frustración, tolerancia a la frustración y sentimiento de frustración en La Carnada y otros cuentos, obra publicada en 2019, del poeta y narrador Ugo Velazco, nacido en Huancayo, Perú

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1071

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La Carnada y Otros Cuentos (2019), de Ugo Velazco, poeta y narrador nacido en Huancayo, Perú, nos presenta quince breves cuentos en los cuales el deseo, la no satisfacción de éste (frustración) y el sentimiento de frustración se muestran recurrentemente.

Como perfectamente sabemos los psicólogos, existe una nítida, y a veces muy sutil, distancia y diferencia entre uno y otro suceso. Desde que Sigmund Freud reificó el deseo como fuente u hontanar que elicita, independientemente del grado de conciencia que tengamos de ello, nuestro comportamiento, tanto en la realidad objetiva que afrontamos como en la realidad subjetiva que portamos; de la misma manera, así como el deseo es parte esencial de la estructura motivacional y de intereses de nuestra actividad, nos es dable comprender que no siempre será posible tener éxito en la satisfacción de éste. La no consecución de los propósitos que subyacen a nuestra actividad es lo que se define como frustración; es decir, la no satisfacción de las metas o fines que permiten orientar selectivamente nuestra actividad. Ahora bien, el ser humano dispone de un conjunto de recursos psicológicos (cognoscitivos y afectivo-emocionales), así como una serie de redes de apoyo, para afrontar la frustración como un suceso que acontece a lo largo de nuestra vida. Quien disponga de mayores y mejores recursos psicológicos y redes de apoyo podrá afrontar satisfactoriamente la frustración, de modo tal que podrá mostrar una “alta” tolerancia a la frustración. Por el contrario, quienes no dispongan de estos recursos mostrarán un “baja” tolerancia a la frustración y vivirán bajo el yugo de un permanente y agobiante sentimiento de frustración. Por ende, como “sujetos deseantes” (Jacques Lacan dixit) o como “seres intencionales” (Daniel Dennett dixit) permanentemente vivimos hechos frustrantes; empero, unos, además de tal evento, adolecen o padecen un sentimiento de frustración y, quizás, un sentimiento de desesperanza.

En El Bonsái Kobayashi Ugo Velazco comienza con esta expresión: “Había que tener paciencia y domesticar el silencio. Dos reglas elementales que el señor Kobayashi hubo establecido, precisamente con su trabajar callado, y el desinterés por el tiempo cuando atendía sus eternos bonsáis”. Podría agregar, ahora yo, dos recursos psicológicos importantes para dominar la frustración. El curso de este cuento conduce a otros recursos importantes que lo llevan a la siguiente conclusión: “Un bonsái jamás está terminado –decía, y volvía a su deambular ceremonioso de gigante”.

Como vemos pues, el tormento de Tántalo o de Sísifo como destino, como sino.

El cuento Un lunar para Mimí, más elocuente aún, categórico comienza así: “Mimí deseaba un lunar junto a la boca y tarde o temprano lo conseguiría (…) su obsesión por los lunares se asomó al mismo tiempo que la adolescencia, en parte por rebeldía, en parte por acentuar su belleza y destacar en el grupo. Antes había tenido otras pasiones que satisfizo a costas del peculio de sus padres (…) un lunar en la orilla de la boca representaba en todo caso, el fin de un proceso ‘evolutivo’ como lo llamaba ella para justificar esa imperiosa necesidad de adornar su rostro y ser alguien en el mundo (…) pero Mimí por saciar su apetencia, cubría su piel despejada con lunares postizos o maquillaje; sin embargo, la gravedad y el agua eran suficientes para desbaratar su obra, y eso la disgustaba hasta el llanto”.

Como podemos apreciar, la tríada deseo, frustración y sentimiento de frustración aparecen en la estructura de este cuento. Según narra Ugo Velazco: “Su propósito era claro y ciertamente irrevocable: necesitaba un tatuaje de lunar negro y yo, por recomendación de mis clientes, podía realizar el trabajo sin mella y con el menor dolor posible; después de todo, se trataba solo de imprimir un punto de negro intenso –como un estricto signo de puntuación— en las cercanías de su labio superior (…) no obstante, el trabajo nunca se realizó. Mimí necesitaba un lunar para toda la vida”. Otra vez, deseo y frustración.

En El Robo, Cayetano Ledesma y Adoración, su mujer –además de “Jefe”, su perro—, enfrentan el “robo” de su alma, razón por la cual la última persona que le vio para valorarlo concluyo: “—No tiene alma. Está muerto. Su esposo está muerto, pero él no lo sabe. No puedo hacer nada a menos que sepa a dónde fue el lugar en el que perdió su alma. ¿Lo sabe? (…) Adoración únicamente sabía que una mañana Cayetano Ledesma entró en su habitación sin hablar, cerró las ventanas y olvidó para qué servían las palabras en este mundo. Eso era todo (…) –en ese caso, no puedo hacer nada –dijo la maga, y continúo su camino (…) En adelante, Adoración, se hubo de acostumbrar poco a poco a la muerte de su esposo”.

Sin mucho esfuerzo analítico encontramos frustración, desesperanza, melancolía, dolor y un inevitable sentimiento de frustración.

¡Nos Debemos la Muerte, Oviedo!, es todavía más transparente, nítido y claro; sin opacidad alguna, sin mácula que lo empañe, o sin velo que lo cubra, el segundo epígrafe de este cuento reza: “La hora es la hora. / Antes de la hora no es la hora. / Después de la hora tampoco es la hora” Tumbischa. ¡Más claro no podría ser!

Dos personajes, Oviedo y el teniente Córdoba, el primero ex guerrillero y, el segundo, ex militar. Ambos sobrevivientes de la primera etapa del surgimiento de la guerrilla y la contra guerrilla en el Perú. Luego de haber sido torturado y liberado el segundo por el primero; y luego de haber sido torturado y puesto en prisión por treinta años, el primero por el segundo, tenían un compromiso y una deuda ineludible: “Trato de recordar una a una las palabras de Córdoba, cuando éste, lo abordó soberbio en el pasillo del penal de Huamancaca, luego de la sentencia: ‘no lo olvides Oviedo, esta guerra es entre los dos. Debiste matarme cuando me tuviste de rehén. Sin embargo, esto no ha terminado. Tuviste tus razones y ahora yo tengo las mías’. Y le dio en un papel garabateado el lugar, la fecha y la hora exacta en que debían arreglar sus cuentas (…) y ese día era hoy después de treinta y cinco años, once meses y 6 días”.

Según narra Ugo Velazco, el encuentro fue amigable, después de una charla y de beber un poco de alcohol se dirigieron a un departamento y en un juego de ruleta rusa decidirían quién viviría y quién moriría. Una vez realizado el juego, el último disparo, el que contenía la bala del arma en la recámara, le tocó al teniente Córdoba: “Cerró los ojos, finalmente, resignado pero satisfecho, mientras su rival consultaba su reloj, entrecerrando los ojos como era su costumbre. Y cuando sus dedos convulsos se disponían a presionar el gatillo oyó una risotada que mató el silencio de la noche (…) –son las doce y uno, teniente. Deje el arma. El tiempo se ha acabado. Usted debió morir ayer”. Otra vez, deseo y frustración.

La Pesca, La Memoria del tiempo, El Rapto, La Invitación, Mientras Dormías, La Breve Existencia de Perfecto y La Trampa muestran una narrativa en la cual los personajes son retratados psicológicamente bajo la óptica de esta tetrada: deseo, frustración, tolerancia a la frustración y, desde luego, sentimiento de frustración y un sentimiento de desesperanza.

La Carnada es un cuento dedicado a una actividad previa a la Yawar Fiesta (primera novela de José María Arguedas –1941— dedicada a la “fiesta de sangre” –28 de julio— en Puquio, Perú. En ésta, toro, cóndor, tradición y cultura indígena se engarzan magistralmente. También, basada en dicha obra, una película –1979— se realizó, bajo el mismo título, dirigida por Luis Figueroa y producida por Pukara Film, Perú), consistente en cazar un cóndor macho para tal fiesta.

Según narra Ugo Velazco la estrategia era sencilla: exhibir la carnada (carne rancia) en una grieta en las alturas andinas de modo que las rocas, al configurar un cono, y al contener poco aire, entorpecieran el vuelo del cóndor, al picotear la carnada; y los cazadores, agazapados, saltando desde su escondite, lo aprehenderían.

Cuando hubieron atrapado al cóndor se dieron cuenta que era una hembra, razón por la cual tuvieron que liberarla. Deseo, frustración e ira.

Al día siguiente, dispuestos a proseguir la marcha y atrapar al cóndor macho, se dieron cuenta que la carnada se las había robado un puma por la noche. Otra vez la frustración. Máximo, el personaje central del cuento, maldiciendo y balbuceando, se tiró en el suelo. Sin carnada, debía hacerlo como su abuelo, Santiago Carbajal. Él mismo debía ser ahora la carnada, para ello, dispuesto con un cuchillo, produjo una herida en su brazo para que fluyera sangre y untársela en la cara.

Máximo, según refiere Ugo Velazco, “Sabía que no bastaba tenderse en el suelo y oler a sangre”. Recordaba muy claramente, narra otra vez Ugo Velazco, que su abuelo le había dicho que prácticamente debía morir en el acto, para poder efectivamente engañar al cóndor y, de esta manera, cuando éste se acercara a aquél, pudiese, con ayuda de los otros, atrapar definitivamente al cóndor. Sin embargo, tal actus mortis (Kaliman dixit) fue tan real que en el acto de la “resurrección” torpe y lentamente reaccionó.

“A los cuatro días, los cazadores fueron vistos entrando al pueblo sin el cóndor del alcalde. Máximo sobre la mula, con el pecho rajado y el cuenco de su ojo derecho vacío, le confesó a Tito aquello que no quiso recordar mientras estaba muerto. –Él es Mallku (…deidad Aimara que representa la cumbre, no sólo geográfica, sino también jerárquica o política…), desde siempre, y nunca es para los hombres. No lo olvides, hijo.

Y, despacio, los cuatro doblaron hacía la casa del alcalde”.

Como podemos apreciar, la trama psicológica que subyace a los personajes presentados por Ugo Velazco en su narrativa se expresa en la tetrada deseo, frustración, tolerancia a la frustración, sentimiento de frustración y desesperanza. La Carnada expresa muy claramente esta fenomenología.

Deícticamente se muestra una intención no explicita que Máximo lleva consigo, al llevar también en esta tarea a su hijo; no sólo se trata de recibir el apoyo del pequeño sino que, también, se propone enseñar con el ejemplo a su hijo la tarea que él mismo aprendió de su padre. En este caso también podemos inferir sin que ello sea expresado en la narrativa del cuento que Máximo se frustra al no haber atrapado al cóndor y, naturalmente, al no haberle enseñado a su hijo cómo hacerlo. (Debo confesar, como acto de constricción, y sin estar de rodillas ante el capellán, que esta última interpretación se la debo al propio Ugo Velazco, pues durante la presentación de este libro, en la Feria Internacional Chilca Lee, hacia la parte final, al haber yo planteado las diferencias entre frustración y sentimiento de frustración, sugirió esta interpretación).

El Duelo, es un breve cuento, que nos presenta una tradición Inca de danzantes que, mediante la danza de las tijeras, trasluce esta misma circunstancia.

El cuento titulado Apolinario Ya Estaba Muerto en el mismo título sella el final de la obra que nuestro autor, Ugo Velazco, eligió nombrar bajo el titulo de La Carnada y Otros Cuentos, que naturalmente, sería deseable y recomendable, fuese leído bajo otra miradas e interpretaciones.

No deseo omitir el reconocimiento y agradecimiento a la Fundación Yachay y al Dr. Juan Jesús Güere Porras por haber promovido e impulsado la realización de la 1er Feria Internacional del Libro Chilca Lee y la IV Feria internacional FILPA, pues al haber participado de éstas pude conocer tanto la obra como a su autor huancaíno quien, generosamente, entregó en mis manos un ejemplar para su lectura y reflexión. Vaya este breve ensayo como un homenaje y un reconocimiento a su autor. Este ensayo breve, debo resaltarlo, forma parte del Nº 03 de la Revista Yachay, Cultura Transmedia; y con la autorización debida del Editor publico este trabajo en Masiosare.

 

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