Compartir la nota por:

Hace unos días se cumplieron 80 años del nacimiento de José Emilio Pacheco, el famoso JEP, por sus iniciales y la manera en que firmaba su columna Inventario, en Proceso. Eminente polígrafo, su erudición iba a la par con su sencillez. Poeta imprescindible, narrador, entre otras novelas, de Las batallas en el desierto, llevada al cine, y donde Elizabeth Aguilar era el objeto del deseo del pequeño Carlitos.

Fue un hombre bueno, que amaba a su país. Uno de sus poemas más famosos, Alta traición, dice: "No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos".

En 1921, otro gran poeta mexicano, Ramón López Velarde, escribió: "Diré con una épica sordina / la Patria es impecable y diamantina. / Suave Patria: permite que te envuelva / en la más honda música de selva / con que me modelaste por entero / al golpe cadencioso de las hachas, / entre risas y gritos de muchachas / y pájaros de oficio carpintero".

Si la Patria es nuestra madre, ¿por qué parece que todos le damos de hachazos? Es pregunta.