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Detalle de La Novia, de Jan Thorn Prikker, pintor modernista - Foto: Foto: Especial

La verdadera voz de los Milli Vanilli: El reggaetón o nuestro nuevo Modernismo

El reggaetón es un movimiento de la periferia que ha irrumpido en el centro de nuestra vida cotidiana; así como el Modernismo a finales del siglo XIX, así ocurre con esta expresión

Por: Xalbador García, Visitas: 840

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José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío son tres soles en el universo poético finisecular de Hispanoamérica. Con la absorción del simbolismo y del parnasianismo franceses, la recuperación de formas clásicas y la presentación de temas múltiples que iban desde el Orientalismo hasta las costumbres indígenas de los pueblos de América, la tercia de genios logró que su voz se escuchara como nunca antes en nuestro idioma.

Era una voz única, que ya no copiaba lo que sucedía en el centro de las capitales culturales con París como piedra de toque, sino que absorbía las influencias y las incorporaba a sus tonos. El Modernismo fue el primero de los movimientos hispanoamericanos que nació en la periferia y se exportó a la metrópoli. Desde ese momento los poetas, narradores y ensayistas españoles reconocieron que la sensibilidad de sus hermanos de ultramar ya tenía un propio lenguaje al que no sólo se tenía que reconocer, sino incluso se podía calcar.

Con el Modernismo el pueblo hispanoamericano se ganó un espacio en las letras universales. A finales del siglo XIX, con la llamada Belle Époque como escenario, junto a Martí, Nájera y Darío se compuso una nómina que se nutría desde todos los rincones del continente. Desde La Patagonia hasta El Río Bravo y desde La Habana hasta los Andes fueron incorporándose autores de la altura de Leopoldo Lugones, Ricardo Jaime Freyre, José Asunción Silva, Julián del Casal, Enrique Gómez Carrillo, Amado Nervo, Luis G. Urbina y José Juan Tablada, José Santos Chocano, Julio Herrera y Reissig y Rómulo Gallegos.

Con el movimiento modernista como punto de inicio la literatura en Hispanoamérica se solidificaría posteriormente con las propuestas estéticas de talantes como Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, y con el Boom como la comprobación última de la madurez de nuestras letras en el ámbito global. Lo sucedido en la esfera literaria no se ha repetido o, mejor dicho, no se había repetido en otros espacios estéticos.

Debido a la Colonización Cultural, sustentado en los mass media y en el neoliberalismo salvaje, es casi imposible que un fenómeno artístico de la periferia llegué al centro, no como discurso exótico, sino como una propuesta digna de permear los discursos dominantes del momento. Así pasaba con la música hasta que el reggaetón irrumpió en el mercado anglo para exigir su espacio y conquistar conciencias, con lo que nos chingamos todos nosotros: las almas educadas en el buen gusto.

Como sucedió con el Modernismo los hijos de la simplicidad melódica se nutrieron de ritmos como el hip-hop, el pop y la música electrónica para componer su propuesta. Pocos creían que el resultado fuera avasallador. Con el apelativo de “reggaetón” el nuevo género empezó a ganar adeptos primero en El Caribe para luego pasar a Centro América y México, y por último conquistar a Estados Unidos con sus capital Latinoamericana instaurada en Miami.

Al igual que los poetas modernistas, los reggaetoneros han elaborados mitos alrededor de su doctrina. Como aquellos literatos decimonónicos que visitaban al Hada Verde por medio del consumo de Absenta, los prelados del perreo han popularizado una droga llama “Lean”, cuyo significado y efecto no podrían estar más alejados del significado del verbo “leer”. De color morado y como un guiño a la “Llamarada Homero”, la pócima se prepara a base de un jarabe contra la tos denominado Preveral. El también somnífero contiene codeína o prometazina; sustancias recetadas contra los dolores musculares y el insomnio. El antigripal es mezclado con refresco de limón o alguna bebida alchólica como vodka o cerveza, a lo que se le agregan algunos caramelos para darle ese color característico a fin de hablar relajadamente con el Hada Púrpura.

Estoy consciente que es muy desagradable aceptar que Daddy Yankee sea el Rubén Darío del siglo XXI y que “La Gasolina” sea nuestra postmoderna equivalencia de Azul; que Don Omar se homologue con Nájera por sus experimentaciones rítmicas y que Residente, de Calle 13, sea una especie de Martí por sus críticas en contra del imperialismo yanqui. Si la teoría resulta con visos de verdad, los críticos del reggaetón nos asemejaríamos a los literatos románticos que no dejaban de fustigar a los modernistas por su propuesta insana y simplista.

Las barreras generacionales, aunadas a los diques de comunicación con las redes sociales como intermediarios, hacen que sea complicado degustar toda esa insípida música englobada en el reggaetón. De ninguna de las partes es la culpa, si es que llegara a existir alguna. Cada uno goza y padece la vida como mejor pueda. En dado caso que se acepte al reggaetón como nuestro nuevo Modernismo, es justo señalar entonces que el Miami Daddy no es otro lugar más que el París del siglo XXI. Ya reza el clásico: ¡El autoestima hasta el cielo y el perro hasta el suelo!

 

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