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El poeta Pablo Neruda - Foto: Foto: Especial

La verdadera voz de los Milli Vanilli: Los nazis contra Pablo Neruda en Cuernavaca

La Ciudad de la Eterna Primavera de los años 40 podría haberse convertido en guarida de nazis, quienes fortuitamente se encontraron con el poeta chileno quien bridaba por la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial

Por: Xalbador García, Visitas: 810

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El miércoles 31 de diciembre de 1941 una columna del diario El Popular aparece bajo el título “¿Cuernavaca o Berlín?” El texto da cuenta de la agresión que había sufrido el poeta chileno Pablo Neruda el domingo 28 de diciembre anterior por parte de supuestos agentes nazis en el Restaurante-Hotel Parque Amatlán, ubicado en la capital morelense y propiedad del alemán Roberto Kabler.

Neruda había viajado de la ciudad de México hacia Cuernavaca junto a la familia de Luis Enrique Délano y varios amigos más, algunos de ellos también representantes de Chile en México. Durante la sobremesa, los contertulios hablan sobre la guerra, abordan las últimas batallas del conflicto y se centran en el ataque a Pearl Harbor, hecho sucedido tres semanas antes y que había sido la circunstancia por la que los Estados Unidos entraban a la batalla. Junto con la decisión norteamericana, le siguió en el mismo sentido la de las autoridades mexicanas. Así Neruda y sus amigos brindaron a la salud de los presidentes Roosevelt y Ávila Camacho, sin saber que a su alrededor se gestaba el ataque en su contra por parte de agentes de la Gestapo.

En carta a Diego Muñoz y Alberto Romero, el poeta describe: “de pronto estos bandidos se levantan y se precipitan sobre nosotros, formados más o menos militarmente, armados de sillas y unos laques que fueron a buscar a sus automóviles. […] Haciendo el saludo nazi se lanzaron contra nosotros que naturalmente nos defendimos, a silletazos, bofetadas, etc. Pero eran muchos y, como os digo estaban armados. Yo recibí un lacazo que me partió la cabeza, no sin haber pegado algunos silletazos, pero os digo que tengo la cabeza dura. Algunos eran derribados y se levantaban felina y gimnásticamente”.

En Pablo Neruda: los caminos de América, Edmundo Olivares Briones recoge la mirada Poli Délano, hijo de Luis Enrique y un niño en ese entonces, la cual es aún más acogedora de las circunstancias: “Mi padre me había empujado debajo de la mesa y desde allí retuve algunas imágenes: a Lola, mi madre, y a la Hormiguita combatiendo mano a mano junto a sus hombres con otros tipos que parecían, pienso ahora, bastante mejor preparados. Vi a mi madre reventar en la cabeza de uno de ellos una gran caja de fósforos de chimenea, gigantes; a mi padre defendiéndose, y a Neruda con la cabeza partida y la sangre corriendo a raudales”.

Cuando los nazis ven al poeta con el cráneo desecho salen huyendo. Creen que lo han matado. Neruda fue llevado a un consultorio donde al parecer es atendido por médicos que habían llegado de España con el exilio republicano. Por la tarde, y ya con una nueva anécdota que contar, la comitiva chilena tiene que pasar también por una tienda de guayaberas donde compran una nueva camisa para Neruda. La que llevaba puesta había quedado tapizada de sangre durante la gresca.

Heinz Wobeser, Von Teodhos, Von Warner, Rudolf Richard Korkowski, Alfred Streu, Guillermo Wolf, Guillermo Dohle y Fritz Hemminger fueron señalados como los agresores. Éste último fue apresado, horas después, en el restaurante “Charle Place”, donde había buscado refugio. Según David Schidlowsky, en Neruda y su tiempo: 1904-1949, el aprehendido era “un veterano de guerra y había actuado activamente en la defensa nacional de México. Al ser acusado por un semanario de atacar comunistas, había comentado: ‘ahora todos saben que soy un buen nazi’”.

La prensa nacional condenó el ataque y en el texto de El Popular se denunciaba el hecho no como una riña entre simpatizantes de lados opuestos de la guerra, sino como una agresión dirigida en contra de los partidarios comunistas. Llamaba a las autoridades a actuar en contra de todos los agentes nazis radicados en México. Y sobre todo pedía investigar esos locales de Cuernavaca que hacían de la pequeña ciudad el nido preferido de los espías de Hitler en México.

 

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