Compartir la nota por:

Prometeo ve hacia adelante; su hermano Epimeteo, ve hacia atrás. El primero era un titán; robó el fuego divino para dárselo a los hombres. Pagó un alto precio por ello: Zeus lo castigó encadenándolo a una roca, donde un ave continuamente le roía las entrañas. Una negociación posterior le permitió intercambiar su lugar con Quirón, el centauro, pero esa es otra historia.

En la Academia de Platón en Atenas tenía un altar y en su honor se celebraba una carrera de antorchas encendidas. Prometeo representa a la civilización, simbolizada por el fuego.

Ese es el mito. En la literatura y en la realidad, los héroes prometeicos también son castigados. Encarnar el mito es una condena.

En Memorial del convento, una de las mejores novelas de José Saramago, el padre Bartolomeu Lourenço, inventor de una "pasarola", una especie de pajarraco volador, y su ayudante Baltasar Sete-Sóis, son castigados, uno con la locura y otra con el fuego de la hoguera, por ser héroes civilizatorios. Zenón, el personaje de Marguerite Yourcenar en su novela Opus Nigrum, es otro ejemplo.

Científicos, artistas y pensadores han pagado caro esa osadía. Madame Curie es claro ejemplo: murió de la radiación que descubrió. Algunos líderes también (Luther King) o artistas a los que quemaron en leña verde (Ezra Pound, encerrado en un manicomio). Son héroes prometeicos: mucho les debemos.