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Después de Dashiel Hammett, el autor de El halcón maltés, quizá el mejor escritor de novelas policiacas norteamericanas de esa generación fue Raymond Chandler.

Los dos comparten una descripción precisa, fina, meticulosa. Quizá la ironía de Chandler sobresale.

En la precisión de la descripción se hermanan con el gran maestro normando, Gustave Flaubert, y con su obsesión por “le mot juste”, la palabra justa.

Veamos el inicio de Un largo adiós, de Chandler:

“La primera vez que posé mis ojos en Terry Lennox, éste estaba borracho, en un Rolls-Royce Silver Wraith, frente a la terraza de Los Bailarines. El encargado del establecimiento había sacado el coche y seguía manteniendo la puerta abierta, porque el pie izquierdo de Terry Lennox colgaba afuera como si hubiera olvidado que lo tenía. El rostro de Terry Lennox era juvenil, pero su cabello, blanco como la nieve. (…) Junto a él había una muchacha. El tono rojo profundo de su cabello era encantador; asomaba a sus labios una lejana sonrisa y sobre los hombros llevaba un visón azul que casi lograba que el Rolls-Royce pareciera un coche cualquiera. Pero no lo conseguía enteramente; nada hay que pueda lograrlo”.

Las descripciones precisas –lo saben Flaubert y Chandler y todo buen escritor- crean verosimilitud, “meten” al lector en la novela. Este inicio perfecto lo demuestra. Maestría literaria del maestro Chandler.