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La numeralia oficial de covid-19 en México al día domingo 18 de abril de 2021 - Foto: Foto: Presidencia

El camino de la vida: La “guerra” de las cifras. ¿Cuántos son? ¿Muchos? ¿Pocos?

Revisa diversos argumentos alrededor de los números de contagios y defunciones de covid-19 y a partir de ahí advierte que la “guerra de cifras” puede responder más bien a motivos electorales

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 824

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Al Dr. Víctor Hugo Sánchez Reséndiz

 

Muy recientemente (31 de marzo) el Dr. Víctor Hugo Sánchez Reséndiz hizo público un mensaje en su muro de Facebook intitulado Miedo Pandémico; en este breve ensayo, a salto de mata entre citas y citas de varios filósofos, sociólogos y pensadores contemporáneos expresó de modo muy sintético, pero claro que:

“Al día de hoy (30 de marzo del 2021), han fallecido, según datos consultados (… sin precisar cuáles y dónde…), 2 millones 700 mil personas, redondeamos la cifra a tres millones, considerando la subcontabilidad y los malos sistemas estadísticos en muchos países, incluyendo México. Tenemos que ha fallecido el 0.042% de la población. ¿Es mucho? ¿Es poco? Poco o mucho ¿en relación a qué?”

A partir de la premisa de partida, “han fallecido”, se pregunta, y también a nosotros si la friolera citada representa una cantidad y proporción significativa o no; igualmente, y con justa razón nos interroga, ¿bajo que criterio o parámetro de comparación podríamos resolver la cuestión?

Tratando de avanzar en el punto, el Dr. Reséndiz expresa:

“Si comparamos este porcentaje con el de la llamada Gripe Española, que provocó más o menos 50 millones de muertes, en una población cercana a los 1 800 000 000 personas (Sic), pues eso sería casi el 3% de la población. Lo equivalente actual sería de 210 millones de muertes, afortunadamente estamos muy lejos de esa cifra. La Peste Negra, en la cuenca del Mediterráneo y el norte de Europa, provocó la muerte de del 30% de la población, o sea, actualmente tendríamos que serían más de dos mil millones de muertes actuales ¡¡sería un horror!! Tal y como lo vieron en la Edad Media”.

Hasta aquí queda clara la comparación y el parámetro elegido. A saber: otras epidemias, no necesariamente pandemias, en otras épocas históricas, bajo condiciones materiales e ideales de existencia muy diferentes a las que ahora se hallan en el entorno de ésta y no otra epidemia y pandemia.

Para dar un salto a otra cuestión que, desde luego, sí tiene que ver con el asunto que aquí tratamos, nuestro amigo Víctor Hugo adicionará sin mayor necesidad, según él, de un andamio que provea un tránsito fácil al siguiente nivel de análisis:

“Pero el miedo a la muerte (la conciencia de nuestra muerte nos hace humanos) es cultural, subjetivo y por lo tanto histórico. En ese sentido, la muerte (… derivada de…) una epidemia (…como la…) actual se da en el contexto de un aumento exponencial de la esperanza de vida en un siglo (de 50 años a 77 en la actualidad), lo cual se ve con claridad en la población de la cuarta edad (sic). Otro factor importante es la ‘derrota’ de enfermedades que causaban estragos en la población -en muchas ocasiones con la aplicación de vacunas- como viruela, varicela, polio, tuberculosis, cólera, peste bubónica, hasta que desaparecieron algunas de ellas y otras se manifiestan raramente o no con la mortalidad que tenían. El aumento de los servicios de infraestructura (principalmente agua potable y drenaje) y de salud pública también contribuyeron al aumento de la esperanza de vida. Todo ello es producto del desarrollo científico que nos permite llegar a otros sistemas solares, a las profundidades del mar, operar sin abrir un cuerpo, controlar la genética de los animales y posiblemente de los seres humanos (pero las leyes actuales no lo permiten del todo). Eso daba una sensación de inmortalidad. Las nuevas enfermedades, propias del desarrollo de la posmodernidad, como la obesidad y lo asociado a ella, el estres, la depresión, son consideradas males individualizados, responsabilidad de cada persona”.

Como podemos apreciar, el problema, ciertamente, no puede reducirse a cuestiones de estadísticas y números fríos que en manos de quienes se asumen, o los nombran para ello, responsables (para diseñar, organizar, operar, coordinar e informar) de la “estrategia y tácticas” para afrontar exitosamente la epidemia y pandemia, así como sus consecuencias en la vida colectiva e individual.

Considerar en esta trama el fenómeno del “miedo” no es irrelevante, mucho más cuando éste impele o elicita ciertos comportamientos (individuales y colectivos) que, en vez de favorecer formas de actuación y relación que provean de los elementos necesarios para facilitar una buena calidad de vida, demeritan las mismas, con consecuencias funestas para todos. Asimismo, y ello debe resaltarse, las formas más cercanas a los problemas de salud mental, derivadas del miedo incontrolable (ansiedad, angustia, desesperación, desesperanza o sentimientos de indefensión, incertidumbre, ira, violencia…) precedentes, durante y subsecuentes a la epidemia y pandemia no debieran ser despreciados porque, además de las enfermedades derivadas de ésta, tendremos que afrontar esta serie de alteraciones, probables y predecibles, de la salud mental

De la misma manera, aunque aparece implícitamente en el texto citado, no pueden omitirse el conjunto de condiciones histórico-sociales, económico-políticas e ideológicas y mediáticas que dentro del contexto de la epidemia y pandemia son imprescindibles a la hora de interpretar el “Estado de la cuestión” y tomar las decisiones correspondientes y pertinentes para atender este fenómeno.

Las cuestiones relacionadas con el sistema de salud (pública y privada), organizado bajo una concepción “hospitalaria” y sujeta a las veleidades de los intereses económicos y geopolíticos de las grandes industrias químico-farmacéuticas que, por demás, no se interesan ni en la población ni en su salud y bienestar, lejanas a una organización comunitaria de la distribución de los programas de salud pública, han favorecido, sin duda, las condiciones óptimas para el colapsamiento de los mismos ante esta eventualidad.

Aunado a ello, la existencia de las denominadas “enfermedades estructurales de la desigualdad social y económica”, manifiestas en esta era como condiciones de “comorbilidad” propiciatoria de las altas tasas de mortalidad (diabetes, hipertensión arterial, alteraciones cardio-respiratorias) pareciera que no sólo es cuestión de decisiones y orientaciones del corte sanitario, de higiene y preventivo.

Enseguida, ciertamente, la reducción a responsabilidades individuales y, cuando mucho, familiares para afrontar esta coyuntura –por cierto ya, para algunos, muy larga—ha omitido –deliberadamente o no—la responsabilidad colectiva. Sigue privilegiándose una aproximación “experta”, de “liderazgo” o “caudillismo” en la conducción del enfrentamiento de la epidemia; y, a su vez, hermanada inseparablemente con ella, una subordinación de las amplias mayorías de la población a los “expertos”, a los “líderes” o a los “caudillos”. Es decir, a pesar de lo que se diga y argumente por algunos, se privilegia las relaciones de “dominio-subordinación”.

Ahora bien, las preguntas de partida para el escrito de nuestro amigo quedaron sin respuesta, parece que hubo una “pérdida de finalidad del pensamiento” y que su propósito de decir y plantear el asunto del “miedo”, si no inhibió la idea original, la subsumió y dejó una aparente respuesta, que no lo es, en la comparación trans-histórica.

Las tasas de mortalidad y morbilidad, internacionales y nacionales, a causa de la presencia del virus covid-19, representan ¿mucho o poco?

Sean las cifras que fueren (200 mil, 300 mil o más) y más allá de la rebatinga que mediáticamente se manifiesta como herramienta de expresión de diversos intereses ideológicos, políticos y económicos, no tengo duda alguna de que estas cifras no representan (insisto, sean las que fuesen las más cercanas a lo real) de ningún modo la esencia misma del problema.

Si a estos números adicionamos los del número de familias impactadas por ello (en términos de orfandad, viudez, pérdida de seres queridos), probablemente un número menor a éste, en virtud de que hubo familias que perdieron varios miembros de las mismas a la vez, tendremos una cifra que casi duplica al número estimado de muertes. Ahora bien, si además multiplicásemos por el promedio de miembros promedio que integran las familias en México (digamos cuatro, arbtraiamente) nos daremos cuenta de que el resultado numérico aún mayor.

Por otro lado, tratándose del impacto psicológico, antes referido, con la cantidad de personas contagiadas y que no murieron, y sus familias, tendremos una imagen menos fría del significado que adquiere en nuestra existencia la presencia de este virus y sus consecuencias.

Psicosocialmente hablando, tenemos la “otra epidemia y pandemia”, me refiero a la del miedo, ansiedad, angustia, desesperación, sentimientos de culpa, indefensión, duelos no concluidos, etcétera; “otra epidemia y pandemia” que, propulsada y magnificada o hipertrofiada tanto por una “infodemia” incontrolable y galopante, como por una “política de comunicación social” limitada y errática, nos condena a la inacción y a la espera de que los otros, los otros que no somos nosotros, hagan lo necesario para salir de esta circunstancia y, desde luego, quienes son los responsables directos de afrontar la “era de la peste” exitosamente.

Si resulta que permanecemos, mundial y nacionalmente, dentro de las “olas de contagios, hospitalizaciones y mortalidad”, ergo, dado que secuetraron nuestra responsabilidad colectiva y solidaria ante la eventualidad, no tenemos otra explicación de la permanencia de la calamidad que la incapacidad, irresponsabilidad, incompetencia, qué sé yo, de los otros, otra vez los otros que no son yo ni nosotros.

No han dejado, ciertamente, como fruto de esta época el miedo, la ansiedad, angustia, desesperación, sentimientos de culpa, indefensión, duelos no concluidos, etcétera, y no hallamos qué hacer, y esperamos… solamente esperamos.

Empero, las tasas de mortalidad y morbilidad, internacionales y nacionales, a causa de la presencia del virus covid-19, representan ¿mucho o poco?

Bajo los argumentos y reflexiones hasta ahora planteados, humanamente hablando, es incomensurable el impacto de esta “era de la peste”, es enorme y no cabe, considero, esta rebatinga más allá de los intereses de coyuntura electoral y política-ideológica.

Orientar la mirada y las acciones hacia la transformación radical, de raíz, de las condiciones que hicieron posible este impacto de un virus y prepararnos, en verdad, para enfrentar con más y mejores recursos (no sólo tecnológicos, farmacológicos, instrumentales en el ámbito de la salud) las próximas epidemias (porque las habrá) o los eventos naturales que regularmente nos impactan, deber ser, uno de los propósitos de las políticas públicas impulsadas.

La misma importancia adquiere la consideración de las herramientas psicosociales para asegurar la participación, consciente y voluntaria, activa y libre, de personas, colectividades, pueblos y comunidades en programas y estrategias comunitarias que trasciendan los “caudillismos” y “populismos” que mantienen y perpetúan las relaciones de dominio-subordinación, por definición, antidemocráticas.

Sobremanera, liberarse de los intereses electoreros que subyugan la voluntad y la participación en la vida colectiva o comunitaria.

 

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