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El camino de la vida: Los cinco sentidos son diez

Una disertación sobre el sistema sensorial que nos brinda información del interior del propio cuerpo, del propio cuerpo y del exterior del propio cuerpo, a través de lo que llamamos los sentidos

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 820

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Contra mis cinco sentíos, / tus cinco toritos negros: /  torito negro tus ojos, / torito negro tu pelo, /  torito negro tu boca, / torito negro tu beso, / y el más negro de los cinco / tu cuerpo, torito negro...

Manuel Benítez Carrasco.

 

Presentación. He intitulado esta colaboración con estas cinco palabras que, en realidad, no son cinco palabras encadenadas, engarzadas, una a una, semánticamente, para expresar una idea, un sentimiento o una pasión; ¡No!, esta expresión es, siguiendo la premisa incuestionable de la “Gestaltpsychologie”, una oración que adquiere sentido y significación más allá, allende, de la suma de las partes que le componen.

Muy nítidamente expresaba, en su momento, Wolfgang Köhler: “el todo es diferente a la suma de sus partes, no más que la suma de éstas”, en su Psicología de la Gestalt; asimismo, Wolfgang Metzger lo dirá de esta manera: “No es ... aplicable decir que el todo es más que la suma de sus partes. Más bien, hay que decirlo: el todo es algo más que la suma de sus partes. No se trata solo de las partes, sin cambios, que agregan las cualidades de forma, sino que todo lo que se convierte en parte de un todo adquiere nuevas propiedades en sí mismo”. (W. Metzger 1975, Was ist Gestalttheorie? In: K. Guss (Hrsg.) Gestalttheorie und Erziehung, Darmstadt: Steinkopff, S).

Empero, esta ocasión no me propongo escribir un ensayo sobre temas de psicología sensu strictum, más bien tengo el firme propósito de resaltar, a raíz del resurgimiento de lo que antes del “Año de la peste”, por la presencia aún incontrolada del covid-19, era inconcebible en la cotidianidad: la existencia de un síndrome neuropsicológico relevante que ha venido cobrando interés y se torna en un objeto de análisis y conocimiento; me refiero aquí a la presencia de los síntomas de anosmia y ageusia entre los signos y síntomas de las consecuencias de la presencia de este coronavirus.

En su oportunidad, Oliver W. Sacks, en un breve texto incluido en el libro Historias de la ciencia y del olvido, cuyo título es insólito, Escotoma: Una historia de olvido y desprecio científico, expone de manera nítida el fenómeno de las “cegueras ideológicas o epistemológicas”, de algunos “problemas de consciencia”, devenidos del uso metafórico de otro fenómeno neuropsicológico sumamente extraño, a saber: el escotoma. Siguiendo la metonimia de Sacks, podemos asumir que ha habido épocas que, bajo determinadas circunstancias, mantienen ocultos a la consciencia ciertos segmentos de lo real. El mismo Oliver W. Sacks, en un breve texto incluido en el libro El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero, cuyo título es: Ray el ticqueur, muestra este mismo fenómeno, a propósito del Síndrome de Gilles de la Tourette. No dejo de mencionar el otro libro del propio neurólogo británico, Con una sola pierna, en el que refiere este asunto. Parece ser que tanto la anosmia como la ageusia ocuparon un espacio dentro de las profundidades oscuras de la invisibilidad.

No quiero seguir esta tónica expresiva sin antes agradecer al buen Rocato Bablot el título de esta colaboración, pues la tomé prestada literalmente de su Whastapp.

 

Desarrollo. Debemos admitir que el Cuerpo, más allá de las nociones o representaciones que se tengan de éste, es el sustrato material indiscutible de nuestra existencia ontológica y anatomofisiológica; por no decir neuropsicológica. Asimismo, y también sin dubitativa actitud, asumimos que la separación de nuestra existencia corporal y la realidad externa a nuestra misma corporeidad (físico-química, histórico-cultural, o la que se nos pudiera ocurrir) se halla separada por el órgano más amplio de nuestro propio organismo, me refiero aquí a la epidermis o la piel. Es decir, que la epidermis o la piel separan nuestra existencia en dos realidades; la realidad interna (que nos es propia y que da, muy probablemente, uno de los elementos indispensables y necesarios de nuestra propia mismidad) y la realidad externa a nosotros que aprehendemos a través de los órganos de los sentidos, entro ellos la epidermis.

Por otro lado, es reconocido el hecho de que el cuerpo es la estructura material que nos permite (mediante las actividades sensoriales y motrices, o sensoriomotrices –siguiendo el principio gestáltico antes descrito--) organizar (a través de la actividad nerviosa superior, asegurada por el sistema nervioso central, particularmente, por el encéfalo) la actividad en la realidad de la cual formamos parte.

El sistema sensoriomotriz sustenta su actividad a través de las relaciones estrechas, sistémicas, dinámica y complejas, entre los sistemas músculo-esqulético y sensorial (compuestos por varios subsistemas).

El sistema sensorial es el que nos permite acceder a la información proveniente de básicamente tres fuentes; el interior del propio cuerpo –por medio de las sensaciones interoceptivas—el propio cuerpo (propium) –mediante las sensaciones propioceptivas—y del exterior al cuerpo mismo –a través de las sensaciones exteroceptivas--.

Como también es conocido las sensaciones que proviene del exterior al cuerpo operan mediante dos mecanismos, por contacto con el propio cuerpo, o a distancia del mismo; el primero de ellos se asegura a través del tacto o del gusto, mientras que, el segundo, se expresa mediante los sistemas visual, auditivo u olfatorio.

Otra clasificación, también necesaria, asume que actuamos con base en dos tipos de sensaciones; las sensaciones protopáticas y las sensaciones epicríticas: las primeras representan el conjunto de sensaciones de carácter emocional y afectivo, y las segundas las de carácter cognoscitivo.

Hasta aquí, pareciendo una exposición académica o escolar, no es así. Y no lo es dado que el problema de las sensaciones no resuelve aún la cuestión de los sistemas que permiten la realización de tales tareas. Es aquí donde entra el reconocimiento de los sistemas visual, auditivo, olfatorio, táctil o háptico y, faltaba más, el gustativo. Cinco sentidos. Empero, ello no resuelve el asunto de las sensaciones protopáticas.

¿Es que acaso estos sistemas sensoriales (reducidos a cinco) se hallan divorciados de los dos últimos?

¿Cómo es que podemos integrar en un sistema multisensorial estos dos niveles de expresión: el protopático y el epicrítico?

Expresado de otro modo, y recordando al neurólogo portugués Antonio Damasio, ¿Acaso los sistemas visual, auditivo, olfatorio, táctl y gustativo se encuentran separados inter e intra sistemicamente? O, ¿es posible admitir que estos mismo forman parte de un sistema complejo y dinámico que, como un todo, holísticamente, integra nuestro sistema nervioso central y, particularmente el cerebro, en lo que reconocemos como psiquis y que permite la organización de la actividad orientada voluntaria y, más o menos, consciente?

Vayamos un poco más allá de lo evidente, dijera el buen Leono.

Los fenómenos ampliamente reconocidos y trabajados como pueden serlo la sordera –congénita o adquirida—, la ceguera—congénita o adquirida—, o la sordo-ceguera simultánea –congénitas o adquirida— nos colocan en un lugar que nos permite reconocer que la organización de la información en sistemas cognoscitivos y afectivo-emocionales no necesariamente depende de la integridad absoluta de todos y cada uno de los sistemas sensoriales.

Ello se muestra muy nítidamente en el libro y película de Dalton Trumbo, Johny empuñó su fusil. En estas obras, literaria y cinematográfica, se muestra el caso de un herido de guerra que, a consecuencia de la misma queda ciego, sordo, mudo y sin barzos y sin piernas. Sin embargo, gracias a la pervivencia del sistema sensorial táctil (mediante el tacto pasivo) puedo reorganizar, después de una serie de conflictos y batallas psicológicas y neuropsicológicas, una psiquis que le permitió establecer contacto con su mundo exterior. De igual modo Alexander Meshcheriakov en su libro Awakaning it life nos presenta diferentes casos de sordi-ceguera simultánea y sus vicisitudes. Werner Herzog, por su lado, en el documental impresionante El país del silencio y la oscuridad nos enrostra esta misma cuestión.

No ocurre lo mismo con las alteraciones de los sistemas sensoriales propioceptivos, sumamente extraños y que la “polineuritis aguda” (documentada, también, por el Dr. Oliver Sacks en su artículo La mujer desencarnada, aparecido también en su libro El Hombre que confundió  su mujer con un sombrero) muestra el sentido y el significado psicológico y neuropsicológico de la unidad sistémica, dinámica y compleja de un sistema complejo como lo es el propioceptivo y las estrategias afectivo-emocionales y cognoscitivas que aseguran la orientación consciente y voluntaria de a actividad en el entorno físico e histórico-cultural.

Como hemos podido constatar, el olfato y el gusto parecen permanecer dentro de los reductos del olvido y la “ceguera epistemológica”. A no ser por la presencia de la epidemia y pandemia del COVID-19 permanecerían ocultas en las catacumbas o profundidades de lo inconsciente.

Tal ver las obras de Patrick Susukind, El perfume, o de Martha Tafalla, Nunca sabrás a qué huele Bagdad, habrán aportado su grano de arena para extraer del olvido y el encierro al olfato.

Pero del gusto.

Es muy probable, y no sólo posible, que tanto el olfato como el gusto, pese a encontrarse en el centro de nuestra vida emocional, afectiva, hedónica y placentera, y por qué no, de la memoria, debieran ocupar un lugar prepoderante dentro de la teoría y práctica psicológica, neuropsicológica y neuropsiquiátrica.

Hace varios siglos Jean Anthelme Brillat-Savarin publicó su libro The Physiology of Taste or Meditations on Transcendental Gastronomy. Traducción: M. F. K. Fisher. Washington, DC: Counterpoint Press, en el cual trata la correlción estrecha entre visión, olfación y gusto en la organización del placer culinario.

Por ello, ahora debemos, al menos ello, intentar recuperar la anosmia y la ageusia del olvido y la exclusión.

Permítaseme cerrar esta colaboración con el primer párrafo de la obra de Martha Tafalla:

“Esta historia comenzó con mi nariz. Aparentemente es una nariz normal, pequeña y bien proporcionada, que ocupa su lugar con discreción en el centro de mi rostro, como quien cumple con modestia un anodino deber, y en la que nunca se detienen las miradas ajenas. Cuando se asomó por primera vez a este mundo, ni mi familia ni los médicos supieron distinguir en ella nada extraordinario, y no mereció palabras de admiración, sorpresa ni temor, mientras todos se deshacían en elogios hacia el verde de mi mirada, lo sonrosado de mi piel o los indiscutibles parecidos familiares. Y sin embargo, mi nariz estaba destinada a convertirse en el centro de mi vida, en la perspectiva desde la que miro y comprendo el mundo, y en el inicio de cada uno de mis viajes.” (Nunca sabrás a qué huele Bagdad. Univ. Autónoma Barcelona).

Hasta la próxima.

 

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