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Postmodernidades: Las bondades del dios Google

Aquella afirmación que ahora se usa entre algunos grupos de “pregúntale a San Google”, en realidad es un mito; Google no es un sitio de contenido, sino un medio para llegar a otros espacios

Por: Xalbador García, Visitas: 1078

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Google no lo sabe todo. Ni siquiera intenta saberlo todo. Más que un sitio de contenido se trata de un medio para llegar a otros espacios virtuales donde puede encontrarse lo que se busca. La verdadera revolución que Google provocó en la red fue precisamente el método de hacer llegar a los usuarios eso que deseaban. Antes de su nacimiento la apuesta de las grandes empresas, como Yahoo o Microsoft, era vender un buscador de confianza que ofreciera noticias, deportes, e-mail, finanzas, clima, viajes, autos y un largo etcétera de contenidos, más decenas y decenas de anuncios publicitarios. Con tan sólo abrir la página el cibernauta tendría un bombardeo de información, la quisiera o no, tal y como sucede en medios tradicionales como la televisión.

Larry Page y Sergei Brin, estudiantes de posgrado de la Universidad de Stanford, comprendieron que esa forma de acción de los servidores era tan violenta como anticuada. No brindaba la suficiente libertad visual, intelectual y de elección que pensaban debería de ofrecer el universo virtual. En su tesis de doctorado se abocaron a desarrollar un buscador cuyo diseño subrayara la independencia del cibernauta y que al mismo tiempo pudiera ofrecer, con un solo click, un rastreo de lo requerido en los cientos de millones de páginas web. El siguiente paso fue vaciar toda esa información en su servidor para organizarla. Uno de los problemas del proceso fue la manera en que los sitios iban a jerarquizarse, cuáles y por qué aparecerían en los primeros lugares del listado de Gooogle. La solución que hallaron fue la de darle más peso a las web que tuvieran más visitas y, por ende, más nexos con otros sitios. Una vez sorteados las dificultades del buscador, el Renacimiento del siglo XXI había comenzado con un fondo blanco y una tipografía en colores básicos.

El éxito de ese emporio que hoy es Google se basó en una de las ideas primitivas del ser humano: la libertad. Libertad para estar en un sitio sin ruido visual, libertad para exponer las necesidades individuales, libertad para elegir de entre las opciones que muestra el listado de páginas. Acaso la libertad más importante que brinda Google —tal y como si se tratara de una deidad— es el libre albedrío que muchas veces no es entendido por los cibernautas. Es tan fácil abrir el sitio, teclear la duda y hacer click en alguna de las primeras opciones que arroja la búsqueda para pensar que ya se adquirió el conocimiento, que ya se disiparon las incertidumbres, que ya se alcanzó la sabiduría.

Justo en el momento en que el cibernauta está frente a la información requerida Google se disipa. Ese dios virtual deja sólo a sus feligreses. Nada señala sobre la veracidad de los expuesto como tampoco de la autenticidad del sitio visitado. El usuario debe de tener la suficiente capacidad de discernimiento para analizar lo que lee, ve y escucha en su ordenador. Parece un absurdo escribirlo pero, ante las falacias repetidas hasta el cansancio en redes sociales, en tareas escolares, en textos académicos, en discusiones políticas, se vuelve imprescindible señalarlo: no todo lo que se encuentra en la red es verdad. Noticias, medicamentos, datos, opinión de “especialistas”, traducciones, libros, enciclopedias virtuales, pueden ofrecer información errónea.

El sólo hecho de saber utilizar la tecnología no ha hecho a nadie más listo. Las Humanidades, esas disciplinas tan desdeñadas en el presente, son las únicas que ofrecen las herramientas necesarias para googlear evitando a los falsos profetas virtuales: la duda y la reflexión siguen siendo la mejor manera de relacionarnos con la realidad a nuestro alrededor, ya sea dentro o fuera de una pantalla.

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