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Marcha de mujeres el pasado 8 de marzo de 2021 en Cuernavaca - Foto: Foto: Jaime Luis Brito

Patriarcado/II

Segunda parte: embarazo como problema; este texto fue publicado originalmente por la agencia alainet.org, sitio de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI); contenidos sobre DH, igualdad de género y participación ciudadana

Por: Marcelo Colussi, Visitas: 746

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Para los varones hacer hijos a diestra y siniestra se ve como símbolo de hombría, de virilidad. Pero reproducir la especie no es sólo procrear hijos. Eso último es un hecho eminentemente biológico-natural, de orden "animal" podría decirse. El cómo hacerlo (planificando, teniendo perspectiva de futuro, decidiendo en forma conjunta varón y mujer, por medio de inseminación artificial, haciéndose cargo de la crianza de los nuevos seres la pareja parental en forma responsable, las modalidades culturales en que se enmarca todo ello, etc.) es también una cuestión eminentemente social. Se presentifican ahí las ideologías dominantes, los prejuicios, los juegos de poder, los valores éticos de una sociedad, además de las variables personales de cada sujeto.

Todo ello lleva a mostrar que la institución donde se da la procreación de la especie es justamente eso: una institución, algo instituido, establecido, codificado. No responde a un instinto primario. Por tanto, como código que es, cambia, varía con el paso del tiempo, puede hacer crisis. Lo demuestra la proliferación de formas matrimoniales existentes a lo largo y ancho del mundo y a través de la historia: pareja monogámica, harem, matrimonio homosexual, hijos extramatrimoniales, familia monoparental (madre o padre soltero), patriarcado, matriarcado, poliandria, etc. En Brasil ya van dos casos en que se oficia un matrimonio entre tres personas, siendo legal. La reproducción como hecho biológico es una cosa; el mundo simbólico que la entreteje es algo muy distinto. Siguiendo esa línea de análisis podría llegarse a preguntar: ¿cuánto tiempo de vida le queda al matrimonio occidental conocido como "normal"? Si es posible generar vida artificial, clonar seres humanos, quizá ya no sea necesaria la institución matrimonial. El debate está abierto.

Según investigaciones recientes aproximadamente un 50% de matrimonios en el mundo se disuelven. Podemos tomar el dato con pinzas (como todo dato en el campo de la investigación social), pero no cabe ninguna duda que hay una tendencia fuerte que no puede desconocerse. Esta tendencia –ahí está lo importante a considerar– nos habla de algo: el matrimonio es una institución en crisis. En todo caso, la modernidad de nuestros días posibilita poner sobre la mesa sin tanto problema cuestiones que recorren la historia, anteriormente no dichas, hoy ya más visibilizadas. Y de ahí puede sacarse la obligada conclusión: el patriarcado lleva por caminos sin salida.

Amigos con derechos, aminovios, parejas abiertas, matrimonios homosexuales…, a lo que podría agregarse, quizá con otro estatuto sociológico pero igualmente "inquietante" para una visión tradicional: sexo cibernético, relaciones en el espacio virtual, muñecas y/o muñecos inflables de silicón, etc., etc. Todo esto es nuevo, y aún sigue produciendo mucho escozor a las visiones conservadoras. Pero ahí están todas estas cosas, tocando la puerta de nuestras atribuladas sociedades.

La institución del matrimonio va acompañada y se inscribe en el patriarcado, el primado del varón sobre la mujer (se es la "mujer de"; el cinturón de castidad, aunque no se use de hecho, no salió de nuestras mentalidades, la mujer sigue siendo todavía propiedad varonil, igual que la casa, el vehículo, una vaca, una gallina o la finca), modalidad cultural que, sin que pueda decirse que esté en absoluto proceso de crítica y de retirada de la escena, al menos comienza también –muy tibiamente todavía– a ser cuestionada. En este marco general, entonces, debe entenderse el matrimonio como el dispositivo social que permite/asegura la perpetuación de la especie, de la propia cultura, y de la propiedad privada. Es la célula social que sirve para reproducir el sistema vigente.

El matrimonio en tanto institución, así como el patriarcado como formación social, son procesos históricos. Si nacieron alguna vez, si son elaboraciones que responden a momentos determinados de la historia, por tanto pueden (¿deben?) evolucionar, transformarse, desaparecer. Como todo lo humano, están atravesados por la cultura, por tanto, por la ideología. ¿Por qué, por ejemplo, hay prohibición del incesto? Entre los animales no sucede eso. Esto significa que todo lo humano está envuelto, movido, determinado por hechos simbólicos. El puro instinto no alcanza para entender –ni para actuar– sobre nuestra compleja y errática realidad. Para prueba –una entre tantas, útil para evidenciar lo que este ensayo pretende poner en cuestión– véase lo que sucede en numerosos casos con los embarazos cuando no son consensuados; o más aún: cuando son producto de violaciones.

En nuestros países latinoamericanos, y más aún en el país donde se produce el presente escrito: Guatemala, los tan comunes embarazos forzados, más que hablar de una ámbito biológico-natural donde la especie se reproduce, muestran –con descarnado patetismo– lo que significa el patriarcado en tanto ejercicio de poder.

El embarazo no deseado, del que finalmente tiene que hacerse cargo la mujer en condiciones de soledad y, en muchos casos, de precariedad, así como la violación que lo pone en marcha, o el incesto como algo frecuente, la maternidad en soltería (en Guatemala una de cada tres madres es soltera), los riesgos mortales que se siguen de prácticas abortivas en situación de clandestinidad, los mitos y prejuicios descalificadores que acompañan todo esto, están hondamente enraizados en la ideología dominante evidenciando que el patriarcado es una cruda realidad que sigue presente, golpeando a las mujeres obviamente, pero transmitiendo una ideología generalizada en toda la sociedad donde la figura del "macho" dominante aún sigue vigente, con lo que se perpetúa esta "normalidad".

Históricamente, varones y mujeres, ni bien estaban en condiciones de procrear, lo hacían. Desde hace unos pocos siglos la complejización de la vida hace que para ser un adulto normal integrado a la esfera productiva se necesita cada vez más preparación (en ciertos círculos, muy limitados aún, ya se exigen post-grados universitarios); de ahí que en la pubertad, cuando ya se está en edad reproductiva, aún no se ingresó al mercado laboral. Para ello faltan aún varios años; es por eso que hoy, en nuestro mundo marcado por la revolución científico-tecnológica, la reproducción se va demorando cada vez más. En ese sentido, hoy por hoy tener hijos en la adolescencia es un desatino. La sociedad ha creado esto, y como somos esclavos de nuestro tiempo, es imposible alejarse de esos determinantes.

Un embarazo sufrido en la adolescencia sin haber sido deseado, sin planificarlo, y más aún en situación de agresión en tanto producto de una violación, lo que menos puede tener es placer, satisfacción. Es, en todo caso, un problema.

Estamos, por tanto, ante un problema con una triple dimensión. Problema, por un lado, a) para la mujer joven que lo experimenta, por los riesgos a que puede verse sometida, fundamentalmente por su condición de precariedad psicosocial. Por otro lado, b) para el hijo que podrá nacer de esa relación sexual (ser humano no deseado que llega al mundo en un contexto en modo alguno amistoso, siendo producto de un hecho agresivo). Por último, c) un problema para el todo social, en tanto reafirma la cultura machista patriarcal que coloca a las mujeres en situación de objeto, repitiendo así patrones sociales de menosprecio y exclusión del género femenino a manos de un poder masculino hegemónico, refrendado desde la institucionalidad del Estado e incluso desde la autoridad moral de las iglesias.

El nacimiento de un niño no deseado en una joven madre, de por sí tiene una serie de problemas conexos. Pero si esa gestación es producto de una relación abusiva o violatoria, estamos ante una verdadera catástrofe social. Dicho sea de paso: las catástrofes nunca son naturales. Son sociales, en el más amplio sentido de la palabra, pues los eventos de la naturaleza afectan según el desarrollo social de quien los experimenta. ¿Por qué un embarazo, que debiera ser algo tan bello y sublime, puede transformarse en una tragedia? No hay fuerza instintiva que lo explique.

Que en un país muchas de sus niñas y jóvenes salgan embarazadas como producto de prácticas de violencia de género y por una tradicional cultura que lo tolera, no deja de ser un grave problema de salud pública, un problema socio-epidemiológico. Es imperioso que las autoridades del caso, que el Estado en tanto rector de la política en salud, comiencen a remediar esto. Pero, lo sabemos, los Estados son la institucionalización de la violencia de los grupos de poder, no sólo la económica: también el patriarcado está institucionalizado, aceptado, legalizado.

Durante la pasada guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas pidiéndoles explícitamente que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en "un acto de amor" haciendo a ese niño "carne de su carne". Seguramente no es eso lo que se necesita para abordar el problema en términos de ciencia epidemiológica, en términos de política pública de salud. Eso es seguir abonando generosamente la cultura machista y patriarcal.

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* Marcelo Colussi. Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos.

 

 

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