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El 30 de abri es Día del Niño y la Niña - Foto: Foto: Especial

El Camino de la Vida: A propósito del “Día del Niño”

Ha significado conmemoración, dulces y juguetes, además de los consabidos discursos engolados de funcionarios públicos y de políticos de toda laya y ralea que nada aportan a la infancia

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 621

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“Piececitos de niño, / azulosos de frío, /

¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!

¡Piececitos heridos / por los guijarros

todos, / ultrajados de nieves / y lodos!

El hombre ciego ignora / que por donde

pasáis, / una flor de luz viva / dejáis;

que allí donde ponéis / la plantita

sangrante, / el nardo nace más /

fragante.

Sed, puesto que marcháis / por los

caminos rectos, / heroicos como sois /

perfectos.

Piececitos de niño, / dos joyitas

sufrientes, / ¡cómo pasan sin veros / las

gentes!”

Gabriela Mistral

 

Esta semana, última del mes de abril, incluye el “día del niño”; este día, más para los niños que para los adultos, ha significado conmemoración, dulces, juegos y juguetes, además de los consabidos discursos engolados de funcionarios públicos y privados y de políticos de toda laya y ralea que más allá de los mismos nada aportan a la infancia; admitamos desde un principio que no por hablar del niño se habla de la infancia ni, mucho menos, de la ausencia de políticas públicas propicias para asegurar un desarrollo pleno y con perspectivas de ésta.

Como es admisible, este periodo del desarrollo humano merece atención como objeto de interés por parte de quienes dicen gobernar nuestras naciones, pero las deshacen entre sus manos.

La infancia de nuestra era actual se encuentra parada ante varias calamidades que, durante mi propia infancia, según reviso retrospectivamente en mi memoria, o no percibía claramente o eran inexistente.

Una epidemia y pandemia de la magnitud y temporalidad que ha adquirido la del COVID 19 no recuerdo que se manifestara durante toda mi existencia; lo mismo puedo afirmar con respecto a la violencia estructural que hoy nos agobia, era impensable la existencia de grupos organizados que se dedican a realizar actividades ilícitas como la del narcotráfico y de organizar y operar un terrorismo que se mira como promesa o realidad tangible; sí, eso sí, existía una violencia ejercida por el propio Estado y gobierno que era de carácter político, pero ahora se han adicionado a ésta los fenómenos de la “trata de mujeres”, levantones, secuestros, desapariciones, ejecuciones, fosas clandestinas, feminicidios.

La pobreza material y espiritual, la corrupción y la impunidad, la ausencia de justicia eran parte de la trama nacional y siguen siéndolo, pero con el agregado de los fantasmas que parecen haber salido de una Caja de Pandora.

Mucho se ha considerado, por lo menos discursivamente, la relevancia de asegurar una infancia plena, feliz y con acertados cuidados y educación, puesto que también se piensa que, siguiendo la máxima del psicoanálisis y de uno de sus representantes, Otto Rank, “Infancia es destino”. Es decir, que el destino de la humanidad se halla asentado desde la más tierna infancia.

Quizás por ello considero prudente abordar algunas ideas sobre la infancia y sobre los niños en esta colaboración, de manera tal que podamos desterrar esta idea equívoca sustentada en la teoría psicoanalítica y, a contracorriente, presentar ante ustedes una aproximación más sistémica, compleja e histórica.

El psicólogo argentino Alberto Leónidas Merani, en un trabajo ya añejo y, tal vez por ello, también desconocido en nuestros medios intelectuales, Bases para una comprensión psicológica del niño (En: Merani., A.L.; Coronel, C.G.; Minkowski, M. et. al. Neuropsicología y Pediatría. Buenos Aires: Alfa. Barcelona, Grijalbo, 1956), expresaba muy nítidamente que:

(… Dado que…) ubicar al niño en el primer peldaño que lleva al adulto resulta de hecho y cronológicamente exacto, (… no nos permite, sin embargo…) ahondar en las diferencias psicológicas cualitativas que prescribe el modelamiento continuo de la personalidad; (… en virtud de ello, es necesario desterrar…) el clásico precepto de una personalidad que crece, que se infla como un globo, que vino al mundo con sus armas listas, como Pallas Ateneas, y que únicamente aguarda el desarrollo del músculo y el aprendizaje para utilizarlas, (… Para superar dicho enfoque…) debemos asentar una teoría del pensamiento (… dinámica…)

De manera semejante, años antes que el propio Alberto Merani, el psicólogo soviético Lev S. Vigotski, en su texto El desarrollo de los procesos psicológicos superiores (Grijalbo, Crítica, Barcelona, 1978) escribía algunas ideas que sintetizo aquí a modo de paráfrasis:

El estudio de los niños fue realizado, primero, comparando conocimientos de la botánica con el desarrollo de los primeros, de este modo comenzó a hablarse de los “Jardines de niños” como el espacio natural para promover el desarrollo de aquellos, dándoles cuidados, cariño y nutrientes para que maduraran adecuadamente (…) posteriormente, el análisis del desarrollo de los niños se sustentó en estudios comparativos con algunos animales, particularmente con primates, de modo tal que se transitó desde una perspectiva botánica hacia una zoológica.

De esta manera, podemos apreciar que originariamente las aproximaciones psicológicas a la infancia se sustentaban en una concepción “maduracionista” y evadían, más que por demarcación, por omisión, los siguientes elementos de juicio que considero imprescindibles a la hora de abordar la relevancia histórica, social y cultural de la organización de programas de acción en los ámbitos de la educación y la salud para asegurar una infancia plena.

Para iniciar el abordaje de nuestro objeto de análisis parece conveniente aventurar una suerte de definición del niño, a diferencia de la infancia, pese a que es bien sabido que toda definición es peligrosa por dos razones; la primera, porque la definición nos confronta con el peligro de la incompletud o la imprecisión, es decir que esta carezca de los elementos sustanciales que debiera contener, en consecuencia, que sea parcial o sesgada; y la segunda, nos enfrenta al riesgo de la inmovilidad del contenido conceptual y a la rigidez de la interpretación. Nada sencillo, pues, realizar esta labor definitoria; empero, con cierta dosis de cautela, podemos realizar las siguientes aproximaciones:

  • Ser niño no puede ser otra cosa que ser y dejar de ser permanentemente
  • Ser niño consiste en dejar de ser de una manera (tanto cognoscitiva como afectivo/emocional) para constantemente ser de otra, con nuevas posibilidades adaptativas en la vida. Es dejar de ser para afirmarse en una nueva manera de ser.
  • Ser niño implica el permanente cambio; es dialéctica pura. Es la unidad y lucha de contrarios, ser y no ser, ser y dejar de ser. Es la negación de la negación, es la negación de lo que se es para ser distinto, es la afirmación de lo que no se es (pero pudiera llegar a ser) para dejar de ser lo que se es, es la negación de lo que no se es para ser lo que se es. Es el proceso de cambio y saltos de calidad de un estadio de desarrollo a otro.

Ahora bien, más acá de definiciones que pudieran parecer confusas y más allá de teorizaciones de corte académico, resulta necesario y conveniente resaltar el hecho de que este proceso de cambios y transformaciones no es endógeno, intrínseco a factores con los cuales nace el menor, o ajeno al conjunto de fenómenos de naturaleza social, cultural e histórica. Mucho menos se halla más allá de los baremos de la vida económica y política.

Como es fácil reconocer, todo ser humano recién nacido, desde antes mismo del nacimiento, por estar dentro de su ambiente materno –léase “matroambiente”— se encuentra dentro de una relación simbiótica –biológica, psicológica, histórica y culturalmente—con respecto a su madre; ésta, a su vez, más que ser una ínsula divorciada de un entorno social, histórico y cultural –léase “macroambiente”— se ubica dentro de las determinaciones que el mismo sistema impone como condiciones materiales, ideales, culturales, económicas y políticas de existencia y de relaciones con las redes de grupos de pertenencia –familia nuclear, familia extendida, compañeros de trabajo o estudio, etcétera— los cuales, a su vez, imponen “reglas tácitas de relación y comunicación”, de valores y “representaciones sociales”, que, sin que dubite yo, forman parte de ese mismo “macroambiente”.

Una vez que el niño ha nacido, como parece obvio, rompe su relación simbiótica con la madre y, para sobrevivir y desarrollarse, requiere de la presencia inexorable de los adultos –léase padre, madre, familiares, etcétera— para su subsistencia y devenir; pero no sólo ello, asimismo, aspectos esenciales para su desarrollo como la existencia de una lengua y comportamientos de carácter social que debe aprehender e menor en su actividad cotidiana con el núcleo familiar.

A lo largo de su desarrollo, un proceso de inmersión dentro de los grupos socio/culturales que se manifiesta dentro de la vida escolar ocuparán su lugar a lo largo de un periodo de tiempo que se ha considerado como la infancia.

A lo largo de la historia de la humanidad y a lo ancho del espacio que ocupa nuestro planeta, la infancia –más corta o larga para algunos— no ha sido objeto de atención para las grandes culturas y sistemas sociales.

Léanse las biografías de los grandes personajes o sucesos trascendentes de la historia para constatar que no hay infancia en estas tramas. Piénsese en las biografías de Jesús –el Nazareno—, de Marx, Rousseau, etcétera, y notaremos que son historia sin infancia. En otros casos, la mitología los enclava en cuidados y educación por otros seres vivos –leones, lobos, centauros, abejas— como las leyendas de Rómulo y Remo, Semiramis, Asclepios, qué sé yo.

Considero que si la idea de que la infancia encierra el futuro de la humanidad es el sustento de los discursos que escucharemos estos días, debiérase invertir la reflexión.

Si deseamos tener una infancia plena y con perspectivas de desarrollo para el futuro debiéramos considerar la atención a los entornos que envuelven a los niños de modo tal que las redes sociales y culturales aseguren una educación –que va más allá de la escolarización—y que cuenten con los instrumentos sociales que las políticas públicas ofrezcan y aseguren para los grupos sociales y las comunidades; certeza en la salud, la seguridad –económica y social— y la certeza de que la desesperanza y la incertidumbre se alejan de nuestro futuro.

 

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