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El Camino de la vida: Ciencia, científico y más/I

Breve Glosario de Terminología Política Ambigua y Eufemística, se propone abordar diversos términos políticos que se utilizan comúnmente y que no significan necesariamente lo que aluden

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 634

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Daremos continuidad a este Glosario de Terminología con una categoría léxica que, de un tiempo para acá (quizás desde el último cuarto del siglo XX), dentro de nuestros ambientes ideológicos, políticos, culturales y mediáticos ha ocupado un lugar trascendente en la lógica discursiva de quienes tratan de imponer sus asertos con supuestos asumidos y mostrados como válidos, indiscutibles, verdaderos e irrefutables.

Hubo un tiempo, sobre todo en la TV de la segunda mitad de la centuria ida ya, en que un personaje, quien fuera, se presentaba con una bata blanca y promovía un producto cualquiera bajo el supuesto implícito de que tal individuo era médico y lo que afirmaba o sentenciaba poseía el halo de la verdad e incuestionabilidad. Hoy por hoy ya no es necesaria tal figura o eidola, portadora de la verdad absoluta e inamovible, como rasgo distintivo; ahora suele adicionarse el prefijo o sufijo de “científico” a lo expresado y creen, quienes emiten tales mensajes, que ello basta para admitir que son poseedores de la verdad y la razón. Más aún, suele agregarse también el prefijo, o sufijo “neuro”, para hacer más contundente lo expresado. Pensemos en el non plus ultra de ello: “neurocientífico”.

Parece que un fetiche cobra vida y se torna en el demiurgo de la verdad y la razón, que se halla fuera de toda duda. Basta con agregar tales prefijos o sufijos a lo expuesto y quedará fuera de toda duda el grupo de juicios o sentencias expresadas.

Se ha dado el hecho, que hemos podido constatar muy recientemente de modo fehaciente, de que proposiciones mutuamente excluyentes o antitéticas afirman ser obtenidas mediante la “objetividad científica” y con una “metodología científica” fuera de todo cuestionamiento; ergo, las conclusiones a las que llegan –itero—, siendo flagrantemente contradictorias entre sí, sostienen que se fundan o sustentan en la veracidad de la “metodología científica” y de “la ciencia”. Sin embargo, siendo mutuamente excluyentes los asertos y a pesar de que se sustentan, según afirman sus voceros, en la “objetividad científica” y con una “metodología científica” que se apoya en una serie de “evidencias científicas”, parece que sería lógico razonar que no pueden ser verdaderas ambas afirmaciones a la vez; ergo, si la una es verdadera, la otra debiera ser falsa o, todavía más, pudiera ser probable que ambas sean falsas, pero no verdaderas a la vez.

Asimismo, bajo estos supuestos, pareciera ser que no es suficiente con afirmar que ambas proposiciones se hayan soportadas en la “objetividad científica” y con una “metodología científica” que se apoya en una serie de “evidencias científicas” irrecusables.

Dirimir tal cuestión demandará la existencia de procedimientos y parámetros de demostración que trasciendan la lógica del discurso y que no se reduzcan al arbitraje de “expertos” que “acuerden” otorgar la validez o veracidad de las sentencias a uno u otro personaje y proposición.

Es preciso resaltar el hecho de que quienes realizan la tarea de elaborar modelos explicativos y comprensivos sobre algunos segmentos de lo real, no se encuentran fuera de determinaciones y decisiones de naturaleza económica, ideológica o política; sin embargo, el producto de su labor, es decir, el conocimiento fundado científicamente no es el que se define en uno u otro sentido; el conocimiento científico o las teorías e hipótesis científicas no son entes ideológicos ni son de carácter neutro o ascético. Es el ser humano concreto y real el que toma tales determinaciones, desde luego, dentro de un contexto político-económico e ideológico del cual forma parte –consciente o inconscientemente, deliberada o involuntariamente.

Por otro lado, es necesario manifestar que las relaciones entre el conocimiento científico, la verdad –como parte del conocimiento— y su vínculo indisoluble con “lo real” (es decir, la verosimilitud y conmensurabilidad que existe entre “la realidad” y los modelos que elaboran o construyen quienes se proponen “comprender y explicar” la misma realidad sistémica, dinámica y compleja) nos exige aclarar si tal relación es a perpetuidad y universal.

Entremos pues en materia.

 

¿Qué es el conocimiento?

 

Premisa Uno. No puedo dudar de lo que enseguida presentaré a ustedes, amables seguidores de esta columna: partiendo de lo más obvio puedo señalar que el mundo material –físico o fisicoquímico— preexiste a la presencia de los seres vivo y, entre ellos, nosotros, los seres humanos. Por ende, la presencia de la vida, de la humanidad y, con ésta, de la actividad consciente y voluntaria, del psiquismo humano y sus productos, el conocimiento, etcétera, es impensable e incomprensible sin los procesos de cambio de la materia y los mecanismos de la evolución y desarrollo, tanto en sentido biológico como histórico-cultural.

Premisa Dos. En este sentido, pensar o hablar de la materialidad del mundo requiere diferenciar dos niveles de análisis de la materialidad; un nivel ontológico y otro gnoseológico. En primera instancia, por el hecho de existir –material y físicamente— se admite que la materialidad del mundo es universal e inobjetable y que se haya sujeta a las propiedades generales y leyes de la materia. Empero, también poseen existencia una serie de fenómenos subjetivos que, por el hecho de existir como parte de la realidad, son materiales en sentido ontológico, pese a ser ideales o subjetivos en el plano gnoseológico; bajo este supuesto lógico y epistemológico, material será todo aquello que posea existencia independientemente del sujeto cognoscente, es decir, todo aquello que se halla fuera de la consciencia o voluntad del sujeto de la actividad psíquica o cognoscitiva, sea material en sentido físico o no; razón por la cual, además de poseer existencia ontológica fuera de la subjetividad de los sujetos cognoscentes y de no hallarse sujetas a las propiedades generales y leyes de la materia por no tener materialidad física, y pese a que existen como parte del mundo simbólico, pueden ser demarcados, con harta legitimidad, como objetos de conocimiento. Es decir, son materia de conocimiento legítimo y objetivo.

Podemos aquí destacar, entro otros objetos cognoscibles, el psiquismo animal y humano, el pensamiento, la consciencia, el conocimiento, la cultura, etcétera, como entidades materiales existentes más allá de la voluntad o consciencia de cualquier ser humano.

Premisa Tres. Todos los seres vivientes que habitamos desde nuestros orígenes este planeta, por el hecho de ser o estar física y materialmente en él, interactuamos con el entorno que nos envuelve y con los otros seres existentes sobre la faz de la tierra para sobrevivir y seguir existiendo; es decir, que ontológicamente valorado, por el hecho mismo de existir, de ser o estar, actuamos en la realidad material que nos corresponde vivir y ser.

Esto quiere decir que, en sí, todos los seres vivos somos seres que actuamos sobre lo real, y viceversa, lo real actúa sobre nosotros, como condición material de la existencia misma. Sin embargo, de entre todas las especies de los reinos vegetal, fungi, monera o animal, somos aquélla que, además de ser o estar en el mundo, podemos conocerlo para transformarlo en beneficio de nosotros mismos, es decir que, también, o al mismo tiempo, establecemos una relación cognoscitiva con el mundo. Podemos por ello, igualmente, ser seres para sí.

Ser para sí, como rasgo distintivo de nuestra hechura, marca una frontera entre nuestra especie y las demás que habitan el planeta que, por lo demás, les da la cualidad de ser seres en sí.

Premisa Cuatro. La posibilidad de acceder a esa dual característica deviene de ese rasgo cognoscitivo y, desde luego, de una “actitud intencional” que permite orientar selectivamente nuestra actividad en el mundo.

Por decirlo de algún modo, en la relación con el mundo, a lo largo de nuestra evolución y desarrollo histórico hemos podido “duplicar” el mundo en dos niveles de expresión; el mudo físico y material –o histórico cultural— y el mundo simbólico o representacional que abre la compuerta hacia la posibilidad de anticipar actos, eventos y consecuencias, primero de manera simbólica, para luego materializarlos en la acción misma.

Actividad representacional y actividad práctica con y en el mundo son las dos caras de una misma moneda que pudiera ser la actividad específicamente humana.

Premisa Cinco. Haber referido aquí una actitud intencional, es decir, deliberada y orientada hacia el mundo externo al sujeto de la actividad práctica de ninguna manera significa que ésta sea, a la vez, consciente del carácter activo, intencional y contextual del sujeto de la actividad práctica y cognoscitiva. Actitud intencional y consciencia o autoconsciencia nos son inevitablemente coexistentes durante la actividad práctica. No olvidemos que desde las investigaciones de Iván Petrovich Pávlov ya se hablaba de actividad refleja de orientación, que no necesariamente considera la presencia de la conciencia de ello. Pero esto sí, la actividad refleja de orientación es indispensable para asegurar la orientación selectiva de la actividad en el mundo de los animales, incluyendo nuestra especie.

Premisa Seis. Al hablar de una actitud o actividad cognoscitiva hacia el mundo nos es dable reconocer que escindimos el mundo en dos niveles de aproximación; como realidad objetiva y material que existe fuera de nuestra actividad psíquica o simbólica o cognoscitiva y, como realidad cognoscible, que se demarca para que, como sujetos cognoscentes, mediante procedimientos específicos, podamos comprender, explicar y construir “modelos” explicativos y verosímiles de los objetos cognoscibles.

El resultado de esta actividad cognoscitiva, sin duda, es el conocimiento.

Premisa Siete. A lo largo de la historia de la humanidad podemos constatar que al haber surgido como herramienta y herencia cultural la escritura, trascendiendo la transmisión del conocimiento de boca en boca, es decir, superando la tradición oral, se ha podido preservar el conocimiento superando el tiempo de construcción de éste, así como la existencia finita de sus creadores. La presencia de las lenguas escritas, como herencia cultural y de preservación de los saberes más allá de sus creadores y sus tiempos, además de los materiales en los cuales han quedado grabados tales saberes –pergaminos, estelas arquitectónicas, tablas, códices o libros— dan fe del carácter evolutivo, dinámico y cambiante, tanto de los conocimientos que se poseen sobre lo real, así como de su verosimilitud con respecto a los objetos de conocimiento. Esto es, la relación existente entre los objetos cognoscibles y los modelos con los cuales se han propuesto comprenderlos y explicarlos, no siempre se han apegado a le “verdad”, pero eso sí, han sido objeto de credibilidad en su momento, aunque en otro momento se ha mostrado que carecen de verosimilitud y credibilidad.

Por ende, veracidad y credibilidad, no siendo equivalentes, pudieran ser concordantes. Lo que quiere decir que, pecando de presentismo, algo que no parece verosímil o verdadero hoy, en nuestra época, fue, en ciertos periodos de la historia, creíble y asumido como verdadero.

Premisa Ocho. Esto también es reconocible; al mostrarse la dualidad sujeto cognoscente y objeto cognoscible, a lo largo de la historia de la humanidad, emerge un nuevo problema, inexistente hasta antes de tal demarcación, el que se refiere a la búsqueda y construcción de las estrategias o procedimientos de aproximación al objeto cognoscible; léase, el proceso de diseño y confección de la metodología –procedimientos, criterios y parámetros— de aproximación a dicho objeto cognoscible –la observación, la obtención de datos, los procedimientos de interpretación de los mismos y la elaboración de hipótesis y teorías— para poseer modelos explicativos y comprensivos –algunos adicionan predictivos— de los segmentos de lo real, demarcados como objetos de conocimiento o interés.

Es decir, que al asunto del objeto cognoscible se agregó el de los métodos de conocimiento, mostrando ello la complejización al haberse reconocido una dimensión ontológica y otra gnoseológica y, por demás, epistemológica.

Premisa Nueve. De este modo, también durante este devenir sociohistórico y cultural se escindió, además, el conocimiento; diferenciando el conocimiento empírico del conocimiento científico y, a la postre, el conocimiento no válido del conocimiento válido –desde luego para ciertos grupos de personas que hoy se auto refieren como “Comunidades científicas” (Thomas S. Kuhn dixit)—. Quienes no forman parte de las “Comunidades científicas” no construyen o crean conocimiento científico y, por ende, válido. Sin embargo, de ninguna manera, esta separación alejó al grupo “no científico” de la verdad y hermanó al “grupo científico” con ella. Tampoco divorció al “no científico” –separado o no de la verdad o verosimilitud— de su credibilidad.

Lisa y llanamente se asumió que el “grupo científico”, por ser contrastables y replicables sus hipótesis y teorías, podría ser mostrado como más cercano a ser verosímil y creíble o confiable. Mientras que, el “no científico”, independientemente de que sea verdadero o no, carece de confiabilidad.

Premisa Diez. Hasta el momento en el cual surge y se consolida el conocimiento científico, la investigación científica, y sus aportes al desarrollo socioeconómico, mediante las creaciones tecnológicas y, sobremanera, la emergencia de las llamadas ciencias naturales –separadas metodológica y conceptualmente de las posteriormente concebidas como ciencias sociales y humanas— y originariamente desgajadas de la filosofía, en las clasificaciones generales de la ciencia se colocaron, en primera instancia, las disciplinas del conocimiento abocadas al objetos de los fenómenos de la naturaleza; pero las de la sociedad, el pensamiento, la cultura y más fueron excluidas y, con el propósito de hallar su lugar en el “árbol del conocimiento científico” trataron de adoptar el “método científico”, es decir, el de las ciencias de la naturaleza, para comprender y explicar, para elaborar hipótesis y teorías, sobre objetos de conocimiento que, por su carácter, estructura y dinámica, no poseían los rasgos de los objetos de las “ciencias naturales”.

*

Hasta aquí he mostrado lo que concibo como premisas indiscutibles sobre el asunto del conocimiento científico. Sin embargo, aún será necesario abordar con un poco de profundidad y amplitud el asunto para aclarar la cuestión; ello será objeto de la próxima colaboración.

 

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