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El Camino de la vida: Ciencia, científico y más/y II

Breve Glosario de Terminología Política Ambigua y Eufemística, se propone abordar diversos términos políticos que se utilizan comúnmente y que no significan necesariamente lo que aluden

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 668

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Una vez expuestas las premisas que sustentan la aproximación que expongo ante ustedes, procederé a desarrollar las ideas que considero sustanciales para precisar y desbrozar el objeto de análisis. Concibo necesario resaltar el hecho de que la amplia mayoría de definiciones o glosas expuestas en la primera y segunda parte de este ensayo conceptual son elaboraciones propias, construidas con base en las voces interiores –mías y de quienes a lo largo de mi existencia consciente e intelectual— que han permitido una socio-construcción intersubjetiva, de la cual no soy el único autor, pero sí el único responsable de los sesgos o yerros.

Luego entonces, para proseguir con el hilo conductor de las ideas, definiré aquí el conocimiento, en sentido amplio, como el conjunto de sistemas de representación que se construyen a lo largo de la historia de la humanidad, con el propósito de comprender y explicar lo que sucede en lo real; pero no sólo ello, asimismo, con base en tales sistemas simbólicos se proponen los seres humanos organizar su actividad en el mundo de modo tal que el conocimiento pudiera ser el sustento de la organización y confección de los programas de acción en el mundo. Asimismo, y siguiendo las ideas del eminente epistemólogo y biólogo suizo Jean Piaget, del psicólogo francés Henri Wallon y del psicólogo soviético Lev S. Vigotski, es posible señalar que también el conocimiento es un proceso que, yendo de niveles de menor conocimiento a estadios de mayor conocimiento –J. Piaget dixit—, permite al sujeto de la actividad cognoscente –sea individual o colectivamente— disponer de sistemas de representación que le permiten optar, decidir y orientar selectivamente su actividad en lo real. Finalmente, siguiendo aquí a L.S. Vigotski, nos es dable reconocer que el conocimiento es una herramienta simbólica, histórico-cultural, de la cual disponen las sociedades para organizar su Modo de Producir y Reproducir sus Condiciones Materiales y Simbólicas de Existencia.

Es decir que, a la vez, el conocimiento es un proceso, un resultado de dicho proceso y una herramienta sociocultural; por ende, cuando hablamos o escribimos –para el caso es lo mismo—del carácter, o no, científico del mismo es necesario explicitar el nivel de análisis del cual se parte, de otro modo los galimatías estarán como eje de “Discusiones Bizantinas” sin posibilidad de resolución satisfactoria.

Al amparo de esta suerte de definición asumo que aún resta limar una serie de aristas que dificultan la comprensión de tal razonamiento.

El primero de estos bordes que habrá de alisar es el que corresponde a la certidumbre de que los sistemas de representación construidos sean lo más fielmente posible parecidos al objeto o fenómeno que uno se propone comprender y explicar; es decir, se acerquen lo más puntualmente a la verdad.

Este primer filo que se muestra nos planta ante la encrucijada de elegir las formas y procedimientos que aseguren tal concordancia; de la misma manera este dilema sugiere implícitamente que hay sistemas de representación que se acerca más que otros a lo real, sistémico, dinámico y complejo. Es decir que, mientras algunos sistemas de representación se fundan en las creencias, credos, suposiciones o conjeturas, ¡Vamos! en la fe, y sin vínculo alguno con lo real y con la búsqueda de “la verdad”, anclándose en el pensamiento mágico, en el idealismo subjetivo, en el dogma o la religión, la ideología, los intereses políticos o, en la deliberada manipulación de las conciencias, otros sistemas de representación tienen como base un conjunto de hipótesis (siempre provisionales) y procedimientos –léase metodología— de recolección de datos, verificación de hechos, organización y sistematización de la información obtenida, así como criterios teóricos y metodológicos de interpretación de los datos para construir teorías verosímiles y demostrables en ese tiempo y lugar.

Es este es el punto de partida de la escisión entre el conocimiento no científico y el conocimiento científico.

Infortunadamente, al primero se le subsumió bajo la categoría de “conocimiento empírico” y, a su vez, sin más fundamento que un acuerdo arbitrario, como si por devenir de la “experiencia” empírica del o los sujetos cognoscentes careciera de veracidad, verosimilitud, credibilidad y validez o confiabilidad; de igual modo, conscientemente o no, se hermanó al “conocimiento empírico” con el sesgo, el yerro, la falsedad, la inverosimilitud e, inversamente, al “conocimiento científico” con sus antónimos.

Bajo el yugo de esta dualidad se asumió que, siendo el “conocimiento científico” una “herramienta sociocultural”, además de un proceso y un resultado de dicho desarrollo –dotada originariamente de las cualidades de “veracidad, verosimilitud, credibilidad, validez y confiabilidad”—, quien poseyera tal instrumento en su poder poseería, al mismo tiempo, el conjunto de rasgos y cualidades que le caracterizan; de este modo, bastaría con que quien o quienes afirmaran la posesión de dicha arma –léase “Espada del Augurio”—, sostendría que es dueño de la verdad, la credibilidad y la confiablidad.

Ahora bien, siguiendo esta lógica analítica, pareciera que de esta manera se asume el carácter autónomo, independiente y fetichizado o reificado, del “conocimiento científico”; esto es, éste es transformada de herramienta de seres humanos en demiurgo o creador de la verdad per se.

No es necesaria ninguna otra demostración; básteles para tener la verdad, la confiabilidad, credibilidad y verosimilitud en sus manos con espetar a los cuatro vientos: ¡Yo poseo y soy el dueño de las evidencias científicas, del método científico y de la ciencia!

El proceso, el resultado de éste y la herramienta histórico-cultural, por obra y gracia del discurso se torna en creador irrefutable de la verdad; nada más hace falta, sólo gritar y proferir escandalosamente: “¡La ciencia y las evidencias me respaldan!”.

Habrase visto.

 

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