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El Camino de la vida: Educación primaria

Notas históricas sobre la educación primaria, algunos ayeres hace, y ahora época cuasi post pandémica

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 649

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Ahora mismo que de nueva cuenta emerge en la palestra de la discusión pública el estado de la cuestión que guarda la formación de los maestros de la educación básica –léase prescolar, primaria y secundaria—y la calidad de su práctica cuando –ya como egresados—ejercen la labor docente.

Otra vez ahora, cuando para algunos sería más sensato “capacitar” o “formar” a egresados de instituciones de educación superior universitaria –de nueva cuenta, léase licenciados, ingenieros o lo que fuesen—en cuestiones relativas a la pedagogía y didáctica, de modo tal que se asegure la calidad de la práctica docente en educación básica pues se asume como premisa irrefutable de este supuesto que los egresados de las escuelas normales –la Superior de México, la Escuela Nacional de Maestros, la de Educación Física, las Escuelas Normales Rurales y las Escuelas Normales en los diferentes estados del país—nunca cumplieron con ese cometido ni lo cumplirán.

Lo antedicho supone que imaginan que la frontera –para ellos invisible—entre el saber sabido y el saber enseñado es prácticamente imperceptible, cuando no inexistente; sostienen como verdad inapelable que cualquier profesional que posea un título y una cédula profesional en su materia, sin más ni más, tendrá la competencia de impartir clase de su ámbito de competencia; piensan que es lo mismo saber hacer que saber enseñar a hacer. Nada más lejano de la realidad educativa, de la experiencia pedagógica y, desde luego, de los fundamentos científicos que nos permiten comprender y explicar los procesos del aprendizaje, la enseñanza y el desarrollo psicológico.

Sin duda alguna la pedagogía tiene su razón de ser, pese a que quienes afirman que saber hacer y saber enseñar a hacer son esencialmente lo mismo, nada más distante de la realidad.

Este tipo de afirmaciones son una muestra clara de un desprecio a la formación y la práctica docente y, sin poder omitir aquí ello, un desprecio a los maestros formados para tal fin. Es decir, esta creencia supone que dar clase es menos relevante que cualquier otra actividad profesional, ergo, que cualquiera que tenga una profesión –avalada y certificada por un título y una cédula profesional—, solo por ello, dispondrá de la capacidad y competencia para enseñar.

Sé de un excelente amigo y charlista, anecdotista y erudito Maestro –y no sólo de grado—que mucho mejor de lo que yo intento hacer aquí, evidencia de manera fehaciente ello, a saber: el desprecio a la educación como práctica profesional.

Este personaje, quien hubo sido Director de la Escuela Normal Rural de Mactumatzá, en Chiapas, durante el gobierno del Dr. Marcos Manuel Velasco Suárez; fue docente e investigador en la Universidad Pedagógica Nacional, laboró y labora en la Dirección General de Educación Normal y Actualización del Magisterio (DGNAM), de la SEP y quien además, como si fuera poco lo que refiero aquí, fue “maestro de banquillo” en educación básica, y es un excelente poeta y narrador, el Maestro Manuel Francisco Aguilar García, me lo contó en el Canal de YouTube La Comuna de la Palabra, por segunda vez, a través de una charla, así:

“— Recuerda que hubo un tiempo en el cual se presentaba en la televisión un programa cuyo título era “Cámara escondida”, ¿lo recuerdas?

— Sí, ¡claro que lo recuerdo!, respondí.

-- Pues bien –me dijo—, imagina ahora que me encuentro frente a un hospital particular o privado con una vestimenta de médico cirujano listo para realizar la tarea quirúrgica, con la cara de preocupación, a la entrada del hospital, y dirigiéndome a cada persona que pasa para invitarla a ayudarme a realizarla porque la persona que cumpliría tal función, en el mismo momento de iniciar, murió de un infarto cardiaco al instante, Ante tal circunstancia únicamente hará lo que yo le diga y de la manera en que le sugiera con los instrumentos que yo mismo le indique… Ahora bien, a la cantidad exacta de cien personas que pasaron por allí les dije tal mensaje y ¿qué crees que respondieron? ¡Que no! Todos me explicaron que era una actividad que requería mucho conocimiento, experiencia y responsabilidad y que por tal razón no aceptaban colaborar; pese a ofrecerles una paga importante, dijeron que no.

Prosiguió con la narración.

— La misma actividad se realiza, pero ahora en la UNAM, me acerco a cien estudiantes de los últimos grados de una ingeniería, de una licenciatura y de la Facultad de Medicina y les digo: Recién inauguré una escuela de educación primaria y secundaria, no dispongo del suficiente personal docente para impartir las clases ¿estarías dispuesto a ser contratado como maestro?

Enseguida me arrojó al rostro lo siguiente

        ¿Cuántos imaginas que aceptaron la propuesta de un total de cien personas? ¡noventa y ocho!”

Siguiendo con la reflexión y recuperando alguna primera conclusión de esta anécdota, me es dable reconocer aquí un menosprecio a la necesidad específica de la formación de profesionales de la educación, de un desprecio a la existencia de las instituciones formadoras de profesionales de la educación y, desde luego, una creencia, profundamente equívoca y errónea, de que cualquier persona que posea un título y una cédula profesional tiene la competencia innata para realizar la labor y la práctica educativa y docente; ¡Vamos! que sólo se requiere de buena voluntad y con ello basta.

Expandiendo la narración anecdótica debo comentar a ustedes, amables lectores que siguen esta colaboración, que durante algunos años de las dos últimas décadas del siglo pasado estuve trabajando, a la vez que impartía en la UAEM algunas asignaturas, en la Dirección General de Educación Especial (DGEE), de la SEP; debo contar a ustedes dos anécdotas en este mismo sentido.

Cierta ocasión, trabajando unos cursos de capacitación con el personal de diferentes escuelas de educación especial, pregunté a una profesora:

“— ¿Qué te gustaría que estudiara tu hija?

A lo cual respondió si dudarlo un instante:

— ¡Doctora!

— Enseguida volví a preguntarle ¿Por qué no maestra de educación especial?

A lo cual respondió:

— Porque aspiro a que mi hija sea mejor que yo.

Entonces volví a cuestionar:

— ¿Acaso consideras que ser médico es mejor que ser maestro?

Respondió inmediatamente:

¡Pero claro que sí!”

He aquí la lógica de nuestro pensamiento con respecto al hecho educativo, la práctica docente y la formación de los profesionales de la educación.

Otra ocasión, en una charla con padres y madres de familia de muchachos y muchachas con un diagnóstico de “deficiencia mental” les pregunté qué imaginaban que pudieran ser de grandes sus hijos, a lo cual respondieron dos de ellas:

“— Me conformo con que sea maestra”

Y no asumo que no puedan lograr y que merezcan alcanzar tal meta; más bien trato de mostrar ese menosprecio que ahora, otra vez, salta a la cumbre de los grandes debates nacionales, derivado ello de la propuesta que el Presidente AMLO ha hecho a propósito de las formas de operación y organización de las Escuelas Rurales de Mactumatzá y Ayotzinapa; la primera en Chiapas y la segunda en Guerrero.

Si se observa ese desprecio hacia las Escuelas de Educación Normal, se aprecia un encono mayor hacia las Escuelas Normales Rurales.

Ello no era esperable de quien durante sus campañas manifestó públicamente la necesidad de fortalecer la educación normal y la educación pública; tampoco es un rasgo distintivo de este gobierno; desde viejas épocas del PRI y del PAN durante sus gobiernos, más de medio siglo, se ensañaron con tales instituciones.

Desde antes de que el prócer priísta, Jesús Reyes Heroles –Secretario de Educación Pública desde el año de 1982, cuando Miguel de la Madrid era presidente— se propusiera la clausura de la Escuela Normal Superior se venía operando un golpeteo claro y directo desde los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez.

Tal historia se encuentra documentada.

Pero insisto.

El gobierno en turno parece no cambiar el rumbo, únicamente se propone cambiar el estilo de administración, nunca la dirección y sentido.

Esperemos el juicio de la historia.

 

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