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El Camino de la Vida: Independencia y Soberanía

Breve Glosario de Terminología Política Ambigua y Eufemística, se propone abordar diversos términos políticos que se utilizan comúnmente y que no significan necesariamente lo que aluden

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 566

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Independencia/soberanía.

En los análisis de carácter político, sociológico o filosófico, los orígenes del concepto de soberanía estatal pueden remontarse al pensamiento político de Nicolás Maquiavelo —con su texto El Príncipe (1513)— y, durante la misma centuria y también en Europa, Jean Bodin, en sus trabajos titulados como Les siz livres de la Republique (1576), aparece el concepto de soberanía.

En ambos casos, estos dos personajes se proponían sustentar el poder político en el Estado, contra el poder político de la Iglesia.

Consideremos que en Maquiavelo se pensaba el Estado como “dominio, posesión y propiedad sobre un territorio”, mientras que, por su lado, en Bodin se presenta la idea de unidad de la soberanía, afirmando que la “souveraineté est la puissance absolue et perpétuelle d’une République”.

Según exponen Michael Hardt y Antonio Negri en su trabajo Imperio, Karl Marx, considera que:

(…) La soberanía moderna descansa fundamentalmente sobre la trascendencia del soberano —sea el Príncipe, el Estado, la nación o incluso el Pueblo— por sobre el plano social. Hobbes estableció en su Leviathán unitario la metáfora espacial de la soberanía para todo pensamiento político moderno que se eleva por encima de la sociedad y la multitud. El soberano es el excedente de poder que sirve para resolver o diferir la crisis de la modernidad. Además, la soberanía moderna opera, como hemos visto en detalle, mediante la creación y mantenimiento de fronteras fijas entre los territorios, poblaciones, etc. Así, la soberanía es también un excedente de código, una sobrecodificación de los flujos y funciones sociales. En otras palabras, la soberanía opera mediante la estriación del campo social.

Como podemos reconocer, las ideas sobre la soberanía tienen una larga cauda que procede desde los filósofos de la era moderna, particularmente en Europa, y que son reconocidos como quienes elaboraron sus ideas y propuestas a este respecto y llegan hasta nuestros días en los campos de la filosofía, el derecho, la sociología y, naturalmente, la política.

Sólo por enunciar algunos personajes o actores de esta trama referiré a Nicolás Maquiavelo, Jean Bodin, Baruch Spinoza, John Locke, Thomas Hobbes, Jean Jaques Rousseau, el Barón de Montesquieu, Georges W Hegel y Karl Marx.

Cualesquier tratado que intente comprender y explicar este asunto, inevitablemente cita y refiere a estos personajes en la trama de su texto.

Ahora bien, tengamos presente que la idea de soberanía es inseparable de otras nociones esenciales en su fundamentación, resalto aquí autodeterminación, fronteras, Estados, naciones y jurisdicciones.

Si la soberanía se hermana con la autodeterminación —comprendida como el derecho de libre determinación de los pueblos, naciones o Estados—, es decir, la potestad que cada pueblo, nación o Estado, tiene para decidir, elegir y determinar su organización jurídica, política y forma de gobierno, así como de perseguir su desarrollo tanto económico como político y social, sin injerencia alguna de otros Estado, nación o imperio, no podemos considerar como sinónimos tales conceptos. Soberanía y autodeterminación son dos requisitos indispensables e ineludibles para asumir un tercer criterio —que incluye a los dos referidos antes—, léase aquí la independencia.

Luego entonces, la idea de independencia demanda, irrecusablemente, como conditio sine qua non, la presencia de la soberanía y la autodeterminación.

Ahora bien, conviene imponer un giro más a la tuerca que presiona las ideas para precisar aún más nuestra reflexión.

Cuando hablo de soberanía e independencia es preciso matizar estas palabras y mostrar que aquí se trata de soberanía política y de independencia económica, de otro modo quedan como parte de los juegos de la retórica ideológica que oculta tras ellas —soberanía e independencia— la verdadera y real dependencia político/económica con respecto a las potencias imperiales que dibujan un mapa geográfico transnacional y transfronterizo como espacio de su soberanía hegemónica.

En su momento, en este tenor, el Comandante y Dr. Fidel Castro, en una conferencia dictada el año de 1962, en La Habana, sobre el asunto que tratamos aquí, expresaba desde el principio de la misma:

Las definiciones siempre son defectuosas, siempre tienden a congelar términos, a hacerlos muertos, pero es bueno por lo menos dar un concepto general de estos dos términos gemelos —soberanía política e independencia económica—. Sucede que hay quienes no entienden o no quieren entender, que es lo mismo, en qué consiste la soberanía.

Recordemos, en este mismo sentido —lo cual también realiza el Comandante Fidel Castro—, la obra que Giovani Papini escribió con el título de Gog (1931) —y no olvidemos que también en otro libro, el Libro negro (1951), presenta esa crítica a nuestra sociedad moderna, válida hasta nuestros días:

Pero Gog es, a mi juicio, un ejemplo particularmente instructivo y revelador, por dos razones. Primera, porque su riqueza le ha permitido realizar impunemente muchas extravagancias, idiotas o criminales, que sus semejantes deben contentarse con imaginar en sueños. Segunda, porque su sinceridad de primitivo le lleva a confesar sin rubor sus caprichos más repulsivos, es decir, aquello que los otros esconden y no se atreven a decir ni de sí mismos. Gog es, por decirlo con una sola palabra, un monstruo, y refleja por eso, exagerándolas, ciertas tendencias modernas (…)

De manera sintética y esquemática podemos reseñar la manera como Gog describe la realidad social, política, económica y cultural de su época, intentando resumir de la Sección 3, Visita a Freud, los apartados 27 y 28, Nada es mío y La Compra de la república:

(…Escribe al dar inicio a Nada es mío…) El mayor problema del hombre, como de las naciones, es la independencia. ¿Se puede resolver? Lo que poseo parece ser mío, pero soy poseído siempre por aquello que tengo. La única propiedad incontestable debería ser el Yo, y, sin embargo, aquilatando bien, ¿dónde está el residuo absoluto, aislado, que no depende de nadie?

Enseguida remata esta idea contundente:

Si desmonto el Yo pedazo por pedazo, encuentro siempre trozos y fragmentos que proceden de fuera; a cada uno podría ponerle una etiqueta de origen. Esto es de mi madre, esto de mi primer amigo, esto de Emerson, esto de Rousseau o de Stirner. Si realizo a fondo el inventario de las apropiaciones, el Yo se me convierte en una forma vacía, en una palabra sin contenido propio (…) Pertenezco a una clase, a un pueblo, a una raza; no consigo nunca evadirme, haga lo que haga, de unos límites que no han sido trazados por mí. Cada idea es un eco, cada acto un plagio. Puedo arrojar a los hombres de mi presencia, pero una gran parte de ellos seguirá viviendo, invisible, en mi soledad.

Envuelto por el manto de una incertidumbre no sólo conceptual, sino existencial, parece hallarse atrapado por la inevitable conclusión de que el Yo, sin los otros —seres humanos, grupos, clases sociales, naciones, cultura, etc.— es una entelequia deletérea. De aquí que la noción de independencia se le deshace entre los dedos, por tratar de comprenderla individual y psicológicamente, por lo cual, acude a un nivel de análisis superior en el siguiente apunte del Diario de Gog:

Este mes he comprado una República. Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hacía mucho tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba más gusto (…) La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El presidente tenía el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto de clientes suyos, era un peligro. Las cajas de la República estaban vacías; crear nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbamiento de todo el clan que se hallaba en el poder, tal vez de una revolución. Había ya un general que armaba bandas de regulares y prometía cargos y empleos al primero que llegaba (…) Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República, y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me han dado en garantía –sin que el pueblo lo sepa— las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un covenant secreto que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el dueño casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una subvención, bastante crecida, para la renovación del material del ejército, y me he asegurado, en cambio, nuevos privilegios (…) El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las Cámaras continúan legislando, en apariencia libremente los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas. No saben que todo cuanto se imaginan poseer –vida, bienes, derechos civiles— depende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí (…) Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrados. Podría, si me pluguiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al Gobierno, obligar al país que tengo bajo mi mano a declarar la guerra a una de las Repúblicas colindantes. Esta potencia oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios y la servidumbre de la comedia política es una fatiga bestial; pero ser el titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones (…) Yo no soy más que el rey incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y tal vez más vastas e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros. Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.

Perdóneseme el abuso de estas enormes citas referenciadas y, muy particularmente, de la inclusión del cuento completo número 28, La compra de la República; más que un abuso de la costumbre de la citación es parte de una muestra, sumamente elocuente, de la imposibilidad de divorciar de la soberanía política la independencia económica. De otro modo, la única opción es la soberanía imperial y la libertad del capital para traspasar fronteras, dejando como imagen del mundo un pequeño y reducido grupo de grandes potentados que dominan al resto de la humanidad que vive, en el plano simbólico e ideal, en un conjunto de naciones independientes y soberanas, pese a que realmente no es así.

Parece que en la vida de nuestras naciones latinoamericanas los conceptos aquí considerados carecen de sustancia y las ironías de Gog, el personaje, encajan perfectamente como referentes para el análisis.

 

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