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El Camino de la Vida: Introducción a un Glosario de Terminología Política Ambigua y Eufemística

Con este texto, el autor inicia una serie en la que se propone abordar diversos términos políticos que se utilizan comúnmente y que no significan necesariamente lo que aluden

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 673

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Presentación. Pudiérase decir, pensar, creer o imaginar que la lengua —léase los idiomas—, así como el léxico, vocabulario o palabras que componen ésta, además de cumplir una función nominativa, es decir, referencial con respecto a los objetos, sucesos o acciones que nombra o refiere, también posee una transparencia que no deja lugar a las dudas sobre lo que quiere decir el hablante y su relación con la verdad de lo dicho y la intención comunicativa.

No sé, en realidad, si lo sé, lo escuché, lo soñé, lo imaginé, me lo contaron o, alguna vez, no recuerdo cuándo, lo leí en un libro de esos que tiempo ha fueron desnudados con los ojos y acariciados con las yemas de los dedos, una tarde, con un vaso de whisky al lado, cuando quise reconocer tras los siete velos que le envuelven, un cuerpo de ideas incontrovertibles que, sin embargo, reverberaban, cual ninfas danzando seductoras, imágenes que se desvanecen cual fantasmas siniestros; entonces, sólo entonces, atiné a buscar en la memoria digital el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, en el año 2002, por el escritor húngaro Imre Kertész.

(…) No quiero ser gracioso. Considere lo que le ocurrió al lenguaje en el siglo XX, qué pasó con las palabras. Me atrevería a decir que el primer y más impactante descubrimiento hecho por los escritores de nuestro tiempo fue que el lenguaje, en la forma que se nos ocurrió, un legado de cierta cultura primordial, simplemente se había vuelto inadecuado para transmitir conceptos y procesos que alguna vez habían sido inequívocos y reales. Piense en Kafka, piense en Orwell, en cuyas manos la vieja lengua simplemente se desintegró. Era como si le estuvieran dando vueltas y vueltas en un fuego abierto, sólo para mostrar sus cenizas después, en las que surgieron patrones nuevos y desconocidos (…)

Al parecer, una vez devuelta a nuestro cúmulo de recuerdos esta idea, no podemos menos que admitir que las palabras, como todo lo existente en nuestro mundo, se encuentran sujetas al cambio inexorable.

¡Vamos! Hay palabras que nacieron hace mucho tiempo para expresar ciertas cosas que, al ser utilizadas hoy, ya no pueden referir lo que hace tiempo denominaban; tampoco podemos interpretar, como lo hacían durante otras épocas otros que ya no somo nosotros, las palabras que ahora no tienen ni el significado, ni el sentido, que tuvieron en esos momentos.

Hay palabras que aún no nacen, y cuánta falta hacen…

Kertész sugería entonces, en su libro de ensayos Un Instante de Silencio en el Paredón (Herder, Madrid, 2002):

(…) Hay palabras que ya no podemos pronunciar con la imparcialidad con que tal vez las empleábamos antes. Existen incluso palabras que en apariencia significan lo mismo en todas las lenguas, pero que la gente pronuncia en cada una con otro sentimiento y con otra asociación de ideas. A mi juicio, el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado de nuestro siglo XX es que el lenguaje se contagió de las ideologías y se convirtió en algo sumamente peligroso. Wittgenstein, en sus apuntes publicados bajo el título de ‘Cultura y valor’ señala que en tales casos conviene retirar una u otra expresión de la lengua y ‘mandarla a limpiar’ antes de usarla de nuevo. Paul Celan, en su discurso pronunciado con ocasión de la concesión del Permio Literario Bremen, también constata el fracaso de la lengua: ‘tuvo que atravesar las miles de oscuridades el discurso mortífero’. Víctor Klemperer escribió un libro sobre la utilización nacionalsocialista del lenguaje; Georges Orwell creó a su vez un lenguaje totalitario ficticio, el new speak. En todas partes se dice que nuestros conceptos, tal como los empleábamos antaño, ya no poseen validez (…)

Esto es, no podemos poner en tela de juicio el aserto de que las lenguas, como las palabras que las forman, con el paso del tiempo y de sus usos, se encuentran sujetas a la vorágine del cambio, del movimiento y, perpetuamente, deben ajustarse a las nuevas realidades para representar lo que, bajo otras circunstancias, en otras épocas y lugares, no podía ser siquiera concebido o imaginado.

El significado y el sentido de las palabras se ha elongado o recortado y, aún más, algunas palabras, conceptos o categorías ya no son útiles bajo la relación semiótica que originalmente poseía y aparecieron “nuevas palabras”, neologismos o vocablos para realidades antes inexistentes.

No cabe duda de que también se mantuvieron los anacronismos discursivos como vestigios de intereses ideológicos y político-económicos, por medio de los cuales se ha pretendido imponer a la amplia mayoría de la sociedad interpretaciones, además de sesgadas, insostenibles como expresión verosímil de nuestra realidad social actual.

Mediática y políticamente podemos ser testigos de ello.

Una muestra clara de lo que refiero es la constante expresión y escucha de términos y dicotomías tales como: “conservadores/liberales”, “demócratas/autócratas”, “democracia/dictadura”, “izquierda/derecha”, “democracia liberal”, “democracia popular”, “crimen organizado”, “terrorismo”, “pobreza extrema”, “sectores sociales o grupos vulnerables”, “feminismo”, etcétera, para no enlistar una enorme letanía de términos y terminejos de uso cotidiano, por políticos y medios de información o las “redes sociales”, que escuchamos o leemos por aquí, allá o acullá.

En otro sentido, Sigmund Freud nos enrostró, hace ya un siglo de ello, la tesis de que el lenguaje, además de ser el instrumento privilegiado de la comunicación humana, paradójicamente, es un instrumento que vela, oculta, deforma, niega, omite o encubre lo que realmente se es, se siente, se sufre, se desea o indesea; empero, ello ocurre inrapsicológicamente y, sobremanera, de un modo inconsciente de manera tal que dicha realidad queda subsumida dentro de las profundidades de una inconsciencia. Es decir, es un fenómeno de naturaleza psicológica, personal o individual.

Sin embargo, en tratándose del nivel de análisis que presento aquí, trasciende claramente el carácter personal o individual y, desde luego, psicológico, para catapultarse hacia una expresión histórica, colectiva y, estructuralmente hablando, sociolingüística y sociopolítica de los actos de habla, de la acción comunicativa, y del carácter intencional y deliberado de los usos de la lengua, las palabras y expresiones calculadas como instrumentos de “manipulación de las conciencias”.

Ciertamente, debo admitir el hecho de las lenguas y las palabras, en muchas ocasiones, suelen ser anfibológicas, escurridizas e inaprensibles; en otros casos también, son polisémicas y la interpretación de los sentidos y significados de los discursos se hallan condicionados por los contextos de los actos de habla; empero, ello no obsta nuestra responsabilidad de interpretar con los más actuales recursos políticos, ideológicos, semiológicos, históricos y culturales los discursos y los mensajes que a diario recibimos y que conforman una realidad que algunos psicólogos sociales –tales como Serge S. Moscovici o Denise Jodelet— configuraron, en aras de explicar y comprender psicosocialmente esta cuestión y que denominaron representaciones sociales.

Quizás por lo argüido en los párrafos precedentes se justifique plenamente la elaboración de un glosario, no un diccionario, de terminología política ambigua y eufemística que, espero, en otras entregas presentemos en El Camino de la Vida.

 

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