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Tablilla sumeria, de los primeros vestigios humanos de escritura - Foto: Foto: Especial

El Camino de la Vida: La escritura

Notas para una breve historia de la escritura. De la representación prehistórica a los libros y las bibliotecas

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 709

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Nota Introductoria. En esta era y hora en la cual hay quienes creen y sostienen —sin más elementos de juicio que trasciendan su “sentido común” y sus creencias que tornan las “teorías implícitas” en “verdades absolutas”— que el “Desarrollo tecnológico” ha condenado al ostracismo y la consecuente extinción histórica de los libros —como objetos materiales, físicos y culturales— y, también con éstos, la existencia y necesidad histórica y sociocultural de las bibliotecas —personales o públicas—.

Aquí y ahora que imaginan y representan dentro de su psiquis un “mundo feliz”, un mundo en el cual absolutamente todo lo que contiene los libros y las bibliotecas será resguardado dentro del espacio digital, electrónico e inmaterial, reitero, inaprehensible e imperceptible por nuestros “más de cinco sentidos”.

En este preciso momento, en el cual conceden un espacio breve de tiempo y lugar para la existencia de tales creaciones humanas y proyectan su último lugar entre sectores de la sociedad “atrasados” y “subdesarrollados” o, en el mejor de los casos, entre los anacoretas, “locos” o nostálgicos; y como estos también se encuentran condenados frente a un patíbulo a desaparecer física y biológicamente de este espacio y tiempo para quedar quizás como un vago recuerdo que desde luego irá desvaneciéndose con el paso de las horas, no parece que en el futuro próximo —los libros y las bibliotecas— tengan su lugar asegurado.

Seguros, absolutamente convencidos, sin atisbo de duda alguna, divorciados de la realidad económica, política, sociocultural e histórica de sociedades divididas y fragmentadas, sujetas a relaciones de dominio/subordinación, así como a una “división internacional” de roles y reglas de relación, no se dan cuenta que el “desarrollo lineal” y el sueño de pasar del subdesarrollo al desarrollo es imposible bajo este Modo de Producción y Reproducción de las Condiciones Materiales e Ideales de Existencia. Esto es, que mientras pervivan estas condiciones de existencia la “promesa” de la extinción del subdesarrollo para alcanzar el desarrollo universal es irrealizable. Lo único que parece continuar bajo esta lógica es “el desarrollo del subdesarrollo” porque los grupos de poder económico y político necesitan, como una especie aeróbica requiere del aire, del subdesarrollo.

Por ello, más allá de sus fantásticos supuestos, la existencia de aquello que suponen dejará de existir es inevitable.

¡Vamos! Mientras existan naciones y grupos sociales “atrasados” y “subdesarrollados”, y seguirán existiendo en tanto el Capitalismo no de paso al Socialismo, los libros, las bibliotecas, los “locos”, nostálgicos y anacoretas seguiremos de pie.

Vaya esta arenga introductoria como una invitación a la resistencia.

Nota Primera. De la prehistoria a la historia. Dicen quienes de ello saben y ha sido así estipulado, la historia, sensu strictum, aparece con el nacimiento de la escritura; antes, luego entonces, se representa dicho tramo temporal con el que corresponde a la prehistoria. La frontera que separa nítidamente la segunda de la primera es claramente, la existencia de la escritura.

Tratando de dimensionar este suceso trascendente, podemos considerar que —siguiendo las hipótesis antropológicas más aceptadas y verosímiles— hacia el 3500 y 3250 A.N.E. es posible hallar las primeras escrituras independientes; es decir, que la historia tanto como la escritura tienen una vida de poco mas de 5 000 años. Asimismo, como se ha documentado, en Egipto y Mesopotamia es donde se ubica este hecho trascendente.

Antes de la escritura, sin duda alguna, la existencia del lenguaje como instrumento de la comunicación humana, lo mismo que la representación externa como herramienta simbólica —Vgr. Las pinturas rupestres en cuevas— existían; ello, por sí mismo significa que la existencia de la escritura era impensable e inviable sin la preexistencia del lenguaje y los sistemas de representación externa.

El conjunto de representaciones internas que los seres humanos construían durante ese periodo prehistórico sobre lo real y sobre sus vivencias era posible compartirlo mediante la comunicación cara a cara —la tradición oral o gestual— y a través de los sistemas de representación externa gráficos.

Nos es dable, de igual modo, sustentar la premisa de que dos sistemas de representación —interna y externa— como herramientas simbólicas y psicológicas eran precursores necesarios para el surgimiento de la escritura como herramienta simbólica independiente que pudiera prolongar a lo largo del tiempo las ideas, pensamientos, emociones, sentimientos y vivencias, capturadas por los elementos que componen una lengua escrita. Mientras que las representaciones internas de los sujetos de la actividad se extinguían con la muerte del propio ser, las representaciones externas le sobrevivieron y, a lo largo del tiempo, han dejado huellas que dan fe de la existencia de tales seres y de tales representaciones y formas de vida y existencia.

Este fenómeno permite también reconocer que las experiencias transmitidas de forma oral o gestual tenían periodos de vida cortos y limitados. En cambio, la aparición de la escritura permitió no sólo el surgimiento de la historia, sino que, además, tuvo un impacto imposible de negar, sobre la estructura de la actividad psicológica de quienes habitaban la tierra como miembros de la especie humana. Los procesos del aprendizaje incluyeron desde este momento la adquisición de la lengua escrita como herramienta de representación, comunicación y desarrollo tanto individual como colectivo de los seres humanos. Es posible, por otro lado, admitir que la atención y la memoria, el pensamiento y el razonamiento, el lenguaje y la comunicación se vieron magnificados y transformados por el proceso de interiorización de la lengua escrita como herramienta simbólica.

Dicho de otra manera, y siguiendo las premisas psicológicas que Lev. S. Vigotski propuso, es incomprensible e inexplicable el proceso de los orígenes y el desarrollo del psiquismo humano como hoy lo conocemos, sin la consideración de esta serie de hechos histórico-culturales y, sobremanera, que ello no podría menos que ser un suceso que favorecería el desarrollo de zonas corticales encefálicas como las del desarrollo del lenguaje, la memoria, la atención, la reflexión, la lectura, el razonamiento y la creatividad.

Resulta fenomenológicamente obvio que antes de la aparición de la escritura —como sistema de representación externa— eran inexistentes los procesos del aprendizaje de la lengua escrita y, mucho menos, los denominados “trastornos del aprendizaje de la lengua escrita”. Estos últimos, indubitablemente, se encuentran condicionados histórica, cultural y socialmente.

Por otro lado, como está ello referido en diversos estudios antropológicos y lingüísticos, la escritura no es un sistema de representación que una vez que hubo surgido ha permanecido inmutable o como algo dado de una vez y para siempre; tampoco es aceptable el hecho de que uno, y sólo uno, de manera universal, es el sistema de la lengua escrita, más bien, una variedad de lenguas escritas existe en el mundo. En virtud de ello, sin temor alguno de yerro, puedo afirmar que tanto los procesos del aprendizaje de la lengua escrita, así como las dificultades que aparecen durante tal aprendizaje han variado a lo largo de la historia y a lo ancho de las regiones que conforman nuestro mundo.

Lo antedicho puede permitirnos plantear una hipótesis de trabajo para los fenómenos que aquí hemos sugerido.

Los procesos del aprendizaje de la lengua escrita no son de naturaleza universal, sino de modalidad específica. Esto es, como un corolario también hipotético, la organización neuropsicológica de la adquisición de la lengua escrita varía en función de la naturaleza y carácter de la lengua escrita en cuestión.

Y las alteraciones neuropsicológicas de los procesos subyacentes al aprendizaje y usos de la lengua oral y escrita varían también en correlación con la estructura y carácter de la lengua en cuestión.

Ahora bien, como el propósito de este breve ensayo no es el de comprender y explicar la organización neuropsicológica de los procesos del aprendizaje y uso de la lengua escrita, y como su finalidad consiste en aproximarnos al asunto referido en el encabezado del mismo, dejo aquí esta primera nota y entro a la segunda.

Nota Segunda. De la invención de la escritura a la aparición de papiros, códices y libros. Una vez que hubo aparecido la lengua escrita como sistema de representación externa, en virtud de que tales escrituras eran posibles sí y sólo sí los signos que la componen se cristalizaban sobre un objeto material que “guardaba” tales signos —significantes—, los cuales, a su vez, poseían la cualidad estructural de contener un “algo distinto” a la forma física del signo; es decir, se referían a algo que estaba fuera de la naturaleza material del signo, y que cumplía una función referencial. Asumo aquí que este “algo” no podía ser otra cosa más que el significado.

Las lenguas escritas, lo mismo que las lenguas orales o gestuales, se componen de signos que, a su vez, contienen dos elementos sin los cuales el signo dejaría de serlo. El significante —el componente físico o material del signo— y el significado   —el componente psicológico y simbólico del signo—. Al percibir los significantes impresos en un material físico, el sujeto de la actividad lectora —siempre un ser que se ha hecho competente para ello— “extrae” un conjunto de significados que le permiten “comprender” e interpretar los pensamientos, emociones, sentimientos o ideas que contiene el “texto”.

Es probable que el ser que imprimió tales signos sobre el objeto material en cuestión no conozca o haya conocido a quien lee el texto; asimismo, es también posible que quien escribiera dicho texto hubiese muerto; sin embargo, el texto y el material sobre el cual fue impreso algo, permanecen y trascienden al acto de escritura.

Los actos de escribir y leer serían imposibles sin la escritura y sin los materiales sobre los cuales se escribe. Desde luego que tales actos no derivan de las dos herramientas histórico-culturales mecánica y secuencialmente. No surgieron la escritura ni los materiales sobre los cuales cristalizan los textos antes que las competencias mismas para escribir y leer. Durante el proceso de construcción histórica de la escritura y de los materiales sobre los cuales se escribía fue construyéndose también el sistema neuropsicológico de la lectoescritura y, sobremanera e imperceptiblemente, la competencia para transcodificar el pensamiento en palabra —hablada, signada o escrita— y viceversa —la palabra en pensamiento—.

Tales procesos de transcodificación, como nos es dable comprender, tampoco emergieron súbita y de una vez y para siempre; un largo y accidentado proceso ocurrió y, durante el mismo, aunque pudiera parecer marginal, fue reconociéndose la necesidad sociocultural e histórica de asegurar el proceso del aprendizaje y la enseñanza deliberada del uso y apropiación de tal herramienta.

Ahora bien,

¿Qué sucedió con los objetos materiales que contenían signos, textos y posteriormente mensajes?

Estos pervivieron a quienes los crearon y al acto creador mismo.

Es aquí donde podemos encontrar el origen precursor de los libros.

Sin embargo, el espacio de tiempo ocurrido entre la existencia de estos materiales y los libros, como hoy los conocemos, largo y sinuoso, teniendo como instrumento originario la mano —desde las escrituras jeroglíficas hasta los textos manuscritos y el arduo trabajo de los copistas— no pudo concretar hasta que Johannes Gensfleisch Gutenberg, hacia el año de 1440, en la hoy Alemania, inventó la Imprenta —una prensa mecánica de madera que con tipos móviles y tinta permitía imprimir una serie de líneas que conformaban sucesivamente el texto distribuido en páginas, las cuales, a su vez, conformaron un libro—.

Los conceptos de imprenta, impresión e imprimir, como vemos, van hermanados irremediablemente.

Como también es sabido, el primer libro que se imprimió fue la Biblia de 42 líneas —así denominada porque cada página de ésta contiene 42 líneas—. De la misma manera, ello favoreció la propagación de las ideas de Martín Lutero y del Movimiento de Reforma Protestante.

Este invento, sin la menor duda, puede considerarse la mayor creación humana —después de la escritura misma—, pese a que se hubo juzgado a dicho movimiento y con el mismo se hubiese puesto en tela de juicio la prensa mecánica.

Aún y cuando pudiérase suponer que las bibliotecas derivaron de la masificación de los libros ello no es así.

Podemos considerar que la existencia de las bibliotecas deviene históricamente junto con la escritura y el libro, o sus precursores. Desde luego que no podemos asumir que las bibliotecas existían como hoy las conocemos, originariamente tuvieron más un carácter de archivo; por ello es también comprensible que las mismas surgieron hace casi cuatro mil años durante el nacimiento de las primeras ciudades mesopotámicas.

Desde ese momento, hasta ahora, la evolución de las mismas es innegable.

Ahora mismo, cuando mucho del material bibliográfico puede ser “digitalizado” se habla de bibliotecas digitales.

Hasta aquí es posible hablar de los orígenes y el desarrollo de la escritura, los libros y las bibliotecas como una unidad —que no monolito— histórica-cultural que hasta ahora y el horizonte próximo tienen un lugar más allá de la digitalización y la “desfisicalización” —otra vez, que no “desmaterialización— de los mismos.

Otro nivel de análisis que merece su lugar —otra ocasión y lugar— es el que humanamente considerado puede expresarse como: El génesis y desarrollo neuropsicológico de los procesos de la lectoescritura. Empero ello no cabe aquí por ahora.

 

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