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Niños ferales, grabado encontrado en internet - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Los ferales/y III

En el último de esta serie, con el tema de los niños ferales, abandonados y el autismo; aborda esta última condición, el autismo, de los Frenasténicos a quienes viven en sí mismos

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 776

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Notas sobre el “Autismo”. Ya decíamos que en tratándose del autismo tuvimos que esperar a que Grunya Efímovna Sukhareva (1925), Leo Kanner (1943) y Hans Asperger (1944), en la otrora URSS, Alemania y Austria, sustrajeran de las leyendas, mitos y especulaciones la cuestión relativa a este asunto, para asistir a la inauguración de una aproximación clínica y educativa sustentada en principios muy próximos a la investigación y prácticas fundadas en datos de naturaleza científica.

Dando continuidad a nuestra descripción, el mismo Leo Kanner (1971), en un artículo publicado casi tres décadas después de su trabajo pionero y seminal de 1943, expresa claramente que a pesar de que en el año de 1867, Maudsley, un prestigiado psiquiatra británico, en un capítulo de 43 páginas de su libro de texto Physiology and Pathology of Mind, intitulado Insanity of Early Life, consideraba siete taxones para los problemas que se manifestaban durante el desarrollo de la persona (Monomanía, Manía Coreica, Insanidad Cataleptoide, Insanidad Epileptoide, Manía, Melancolía e Insanidad de los Afectos), no había uno sólo que contemplara una aproximación al fenómeno de Autismo ni de la infancia, pues ninguno de ellos se separaba de la visión de la psiquiatría y el léxico utilizado para el estudio y tratamiento de los adultos; asimismo, expresaba Kanner, tal clasificación reflejaba la estructura caótica de la psiquiatría pre- kraepeliniana.

Prosigue Kanner, De Sanctis, en Italia, en el año de 1906, refería la existencia de niños Frenasténicos (Retardados), algunos de los cuales muestran síntomas Vesánicos (Psicóticos); ello muestra, según De Sanctis, una relación clara entre Deficiencia Mental y Demencia Precoz. En virtud de ello, supuso que estos menores eran la evidencia de una Demencia Precocísima. Como puede apreciarse, no hay independencia aún con respecto de la psiquiatría confeccionada para los adultos.

En 1908, el educador austriaco Heller reportó seis casos de menores que muestran un desarrollo normal durante los primeros cuatro años de vida pero que a partir de ese momento comienzan a mostrar un proceso de deterioro progresivo, esto lo considera un hecho insólito; a tal fenómeno denominó Regresión Idiócica, en virtud de que parecían normales y no presentaban alteraciones motrices (Kanner, 1971).

Por su parte, el psiquiatra alemán Eugene Bleuler, en el año de 1911, cierra estas apreciaciones proponiendo que todo este conjunto de fenómenos cabía dentro del término Esquizofrenia, de modo que propone un único clúster sintomatológico, para el cual introduce el concepto en cuestión.

Debemos tomar en cuenta que Bleuler no habla de Esquizofrenia (en singular), sino de Esquizofrenias (en plural), por el hecho de que había diversas etiologías y cursos de desarrollo de éstas (Kanner, 1971).

Es importante recordar, asimismo, que el concepto de «autismo» no es obra ni de Kanner ni de Asperger; el término «autismo», de origen griego «autos» y con significado «en sí mismo», fue utilizado por primera vez, también en 1911 por Bleuler para referirse a un trastorno del pensamiento de algunos pacientes esquizofrénicos; en consecuencia, Bleuler consideró que éste era un fenómeno que acompaña a la esquizofrenia.

A partir de este momento y con base en dicho criterio taxonómico se trató al Autismo como una manifestación de las psicosis, pero en la infancia. Es decir, se aplicó un modelo construido para adultos en los niños y se concluyó que era una forma de psicosis infantil. Esta categorización comienza a ser generalizada y admitida, como refiere Kanner, hacia mediados de la década de los 30’s, concluyendo con un nuevo concepto para definir esta problemática; a saber: Esquizofrenia Infantil (Kanner, 1971).

Por su lado, Emil Kraepelin, Psiquiatra alemán, describió dos fenómenos que más tarde envolverían al autismo; a saber: La demencia precoz y la parafrenia. Para éste, el autismo acompañaba a la demencia precoz. De esta sintomatología observable, probablemente De Sanctis, sugiere el término Demencia Precocísima.

Esquizofrenia y deficiencia mental (Demencia) serán, a partir de estos personajes, dos entidades nosográficas hermanadas con el autismo y, lamentablemente también, fuente de confusión diagnóstica.

A partir de las ideas y supuestos de Bleuler y Kraepelin, entonces, se definió el autismo como un fenómeno que se manifiesta por el rasgo sustancial de un encierro dentro de «sí mismo». Al parecer, siguiendo las metáforas de Bruno Bettelheim o de Clara C. Park, se trata de la construcción de una fortaleza inaccesible, empero vacía, o de una ciudadela sitiada, sin contenido psicológico alguno.

El concepto de autismo, etimológicamente, significa «dentro de sí mismo»; aislamiento o retirada hacia «sí mismo». La «mismidad» es su esencia.

Con base en lo anterior, puede considerarse que, bajo la óptica de la psiquiatría clásica, se caracteriza al autismo como una manifestación secundaria o sintomatológica de alguna forma de las psicosis y, dentro de éstas, particularmente la esquizofrenia; o, en su defecto, de la demencia precoz.

Ahora bien, por razones bastante conocidas y criticadas de la práctica institucional psiquiátrica, además de los supuestos antes descritos, el psicoanálisis fue percibido progresivamente como una alternativa humanista que pudiera elegirse para comprender, explicar y atender los viejos problemas que había encerrado e institucionalizado la psiquiatría.

La difusión amplia del psicoanálisis en nuestro contexto (cuando las opciones de la psiquiatría institucional consistían en los electroshocks, los sueños profundos basados en el uso de los barbitúricos, el shock insulínico o las lobotomías) no se hizo esperar.

Al subrayar el psicoanálisis que los episodios vividos durante la infancia se “guardaban” en «el inconsciente», debido a procesos de «represión» o «negación» de los recuerdos correspondientes a dichos periodos de vida; y al sugerir que el proceso analítico y terapéutico tenía como propósito “hacer consciente lo inconsciente”, recuperar el pasado, nombrándolo nuevamente en la relación terapéutica, se propició la salida de los pacientes de las instituciones psiquiátricas y se sacralizó dicho modelo explicativo causal de tales trastornos.

Más aún, a partir del año de 1935 (casi una década antes de los trabajos de Kanner y Asperger), Frieda Fromm Reichman se dedicó a elaborar una “teoría” acorde con tal enfoque y concluyó, en el año de 1948, que la esquizofrenia y las psicosis –en los adultos y en la infancia— eran causadas por la madre del paciente. En este sentido afirmó:

«El esquizofrénico está dolorosamente resentido y desconfía de otras personas debido al sesgo precoz y al rechazo que encontraba, por regla general, en personas importantes de su niñez e infancia, principalmente en una madre esquizofrenogénica.» (Subrayado mío).

Lo antedicho significaba claramente que la madre, debido a razones de rechazos inconscientes hacia el bebé, era la “generadora” de la esquizofrenia y de las psicosis. Es decir, que ésta era una «madre esquizofrenogénica».

En otro sentido, Margaret Mahler, de formación psicoanalítica también, suponía que el autismo era una fase del desarrollo normal del niño, consistente en un sesgo narcisista, egocéntrico y orientado hacia el «Yo», de modo que no hay «Principio de realidad» alguno en la estructura psíquica del bebé; más tarde se superará este estado y seguirá el curso normal del desarrollo psíquico. A dicha fase del desarrollo le denominó «Autismo Primario». Ahora bien, si dentro de la dinámica del desarrollo y de relaciones entre la madre y el hijo se envían mensajes negativos inconscientes de parte de la primera, no se logrará superar tal etapa, o habrá un proceso de detención o fijación del desarrollo en la misma o, más tarde, se manifestará una «regresión» a dicho estadio. Este segundo momento es considerado por Mahler como el del «Autismo secundario»; es decir, patológico.

Bruno Bettelheim, por su lado, bajo la misma perspectiva, concibe el autismo como un fenómeno secundario a la dinámica de las relaciones negativas de mutualidad entre madre e hijo y supone que a este síndrome le subyace un proceso de «retirada inconsciente» hacia el propio «Yo», por parte del niño, en virtud de que percibe mensajes negativos de sus padres, mensajes que son también inconscientes y que significan desprecio o rechazo. A este proceso Bettelheim le denominó «Retirada Autista».

Como vemos, pues, tanto la psiquiatría clásica como el psicoanálisis conciben el autismo como un trastorno secundario o a las relaciones que se establecen entre la madre y el hijo o a una patología de origen impreciso; asimismo, y de una manera consecuente con tal aserto, suponen que el autismo es un trastorno de origen psicológico y de carácter emocional u orgánico y de carácter médico; en esta misma dirección, consideran que la alternativa más sólida para intervenir con quienes adolecen de este síndrome tendría que ser una opción psicoterapéutica o de custodia.

Esta manera de idear el asunto ha tenido diversas implicaciones, de diferente orden; la primera –indudablemente— es que el Autismo es considerado como un problema individual, en seguida, se supone que la estrategia terapéutica prínceps es también individual y, en consecuencia, piensan que el autismo es “curable” o “no curable” y, finalmente, la alternativa a elegir es psicoterapéutica o farmacológica.

Bajo otro nivel de análisis, esta apreciación acarrea consecuencias negativas en la esfera emocional de los padres de familia de tales menores, dado que propicia sentimientos de culpa, ansiedad, ira, angustia e impotencia; y, desde luego, entorpece la relación de estos con los menores en cuestión y con las instituciones que ofrecen los servicios educativos y de salud.

Por otro lado, esta discusión manifiesta entre la psiquiatría clásica y el psicoanálisis condujo imperceptiblemente, al sustentarse en el dualismo cartesiano y en la frenología de Gall, a una taxonomía todavía más peligrosa e insostenible; la existencia de dos formas de psicosis o esquizofrenias, las Psicosis o Esquizofrenias Orgánicas y las Psicosis o Esquizofrenias Funcionales. Los feudos quedaban plenamente demarcados; las primeras serían objeto de la actuación de la psiquiatría mientras que las segundas lo serían del psicoanálisis.

Queremos resaltar el hecho de que a partir de los trabajos de Kanner y Asperger (1943, 1944) comenzó a reconceptualizarse el conjunto de supuestos sobre el autismo, su naturaleza, carácter, evolución y alternativas de intervención.

En principio, se mostraba claramente que este trastorno era de desarrollo y no de disolución o deterioro psíquico; en seguida, se reconocía que su origen no era estrictamente psicológico, sino de estructuración neurobiológica; luego, se reconocía que la psicoterapia no era la opción a utilizar en estos casos, sino que la atención educativa especial (“Heipädagogischen”) parecía muy promisoria; y finalmente, se propuso que éste era un síndrome con rasgos y peculiaridades diferenciables de la esquizofrenia, las psicosis y la deficiencia mental.

Si tratamos de extraer de lo dicho algunas ideas, según Kanner y Asperger, estos niños presentan

Un extremo aislamiento autista,

Anomalías del contacto social,

Alteraciones del desarrollo afectivo, además de

Un déficit pronunciado con respecto a sus habilidades de comunicación.

Concluyendo: A partir de ese momento –1943 y 1944--, pero muy acusadamente durante la segunda mitad del siglo XX, la abundante y creciente producción científica, editorial y hemerográfica a este respecto permitió testimoniar que esta temática era pertinente, relevante y vigente, en muchos sentidos; pero, todavía más, que ésta pudiera ser investigada y atendida desde fuera de la psiquiatría o del psicoanálisis y como una fenomenología con rasgos y características particulares del desarrollo.

 

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