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El Camino de la Vida: Un perro rabioso

Un perro rabioso, Noticias desde la depresión. A propósito del libro de Mauricio Montiel Figueiras

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 723

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Esta ocasión, amables lectores de El Camino de la Vida, me propongo escribir, más que sobre la depresión –considerada por bastantes personajes dedicados a su comprensión, explicación y estudio—, como el “mal del siglo XXI”; prospectivamente valorado, como una condición que, fenomenológicamente asumida, es sumamente dramáticamente para quienes la afrontan como una vivencia –perezhivanie, expresión propuesta por el psicólogo soviético Lev S. Vigotski, a diferencia de la categoría filosófica de experiencia—que se padece, se sufre y le duele a un ser humano concreto y real, así como a los seres que dentro de sus sistema de redes de relaciones preferenciales tratan de controlar y mantener a raya ese padecimiento. Ese padecer involucra aspectos emocionales, afectivos, cognoscitivos, orgánicos y, desde luego, comportamentales; por ello prefiero “perezhivanie” –categoría psicológica— y no “experiencia” –categoría filosófica—.

Tampoco es mi propósito realizar una recensión del libro en cuestión (Editorial Turner, colección Noema, 2021, México), sino que, más bien, lo utilizo como punto de partida de una reflexión, itero, fenomenológica, sobre las implicaciones psicológicas –tanto en lo personal como en lo colectivo— y dentro de otros ámbitos de la actividad humana, de la presencia de la depresión. Por no hablar de las consecuencias económicas, laborales, educativas y, en sentido amplio, en la dinámica de las relaciones sociales con los otros y consigo mismo.

Sabedor soy de que tradicionalmente esta psicopatología es uno de los “trastornos mentales” más recurrentemente asociados o relacionado con el suicidio. Asimismo, conozco claramente la distinción plena y absoluta del suicidio con la inmolación, la tradición kamikaze o el sepuku; también tengo clara la diferencia nítida entre tristitia o tristeza, duelo y melancolía, con respecto a la depresión y, desde luego, también soy sabedor de que el suicidio ocupa un lugar importante dentro de las estadísticas epidemiológicas de la mortalidad. Sin embargo, no abordaré estas cuestiones más allá de este párrafo.

A pesar de que, a lo largo de la historia de la medicina, de la psiquiatría y de la psicología, se han utilizado diferentes términos para referirse a ella –léase el impresionante libro Historia de los síntomas de los trastornos mentales (Germán Berríos, Fondo de Cultura Económica, México, 2008)—, o de que se han editado y publicado textos actualizados para explicar este trastorno –véase del Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez, Depresión, la noche más oscura (Debate, México, 2020)—, considero que la aproximación fenomenológica de Mauricio Montiel, nos invita, en primera persona, a intentar, al menos ello, con cierta dosis de empatía, trasladarnos del ”trastorno” al ser humano doliente.

Por ello es que tomo, reitero, como punto de partida, la experiencia fenomenológica para interpretar el significado y, sobremanera, sentido que adquiere, en la vida misma, adolecer este mal.

Debo, en principio, decir que –haciendo una breve digresión— una aproximación de carácter fenomenológico presupone abordar un objeto de análisis partiendo del punto de vista, la perspectiva del ser humano que padece y afronta una circunstancia que le rompe su “estabilidad”. Esta mirada se refiere a una apreciación de las circunstancias bajo óptica de cómo se manifiestan estas en la vivencia del ser. Esta vivencia es compleja y dinámica. Se manifiesta en el devenir de la conciencia y autoconciencia.

Sea como fuere, el enfoque en este artículo se dirige a lo que se está dando en la conciencia del ser humano doliente; lo que él vive y cómo lo vive y lo interpreta debe ser considerado como lo que es para él mismo, como un hecho verdadero y absoluto, lo cual no significa que exista una correspondencia exacta y verdadera con la realidad exterior.

Ahora bien, en tratándose de la depresión, no se intenta comprender y explicar el trastorno, sino comprender y explicar cómo, de qué manera, vivencia y afronta una condición –otra vez, la depresión—para tratar de resolver o manejar la situación o la circunstancia.

Este es el carácter y la naturaleza del libro citado que recupero como punto de partida.

Vayan dos fragmentos del texto de Mauricio para evidenciar la naturaleza de esta reflexión:

Como sea, lo cierto es que la depresión me hincó los dientes con fuerza y me transportó a un mundo ajeno por completo a mí y regido por espantosas crisis de ansiedad, insomnio, pavor y tristeza, que me impidieron funcionar normalmente en las semanas previas a mi cirugía.

Porque, aunque suene al más ordinario de los clichés, eso es justo la depresión: Una pesadilla que se vive –que se sufre— con los ojos bien abiertos y que lenta, irremediablemente, va debilitando los cimientos de nuestra realidad hasta transformarla en una construcción endeble que se puede venir abajo con el más pequeño de los sismos –¿o serán cismas?, me pregunto yo, quien escribe este artículo— que sacuden nuestro espíritu.

Debo confesarlo, sin estar frente a un confesor en un confesionario; pese a que hube revisado y leído una cantidad importante de libros, manuales, artículos o capítulos de libro dedicados a explicar o, cuando menos, a describir la depresión, durante más de cuatro décadas de interés por la psicología, la psicopatología, neuropsicología o disciplinas afines, hasta ahora, con este pequeño libro, no me había topado con una definición tan clara y contundente, ¡Vamos!, tan precisa, fenomenológicamente hablando, del sentido y significado, en ese orden, humanamente hablando, que adquiere la depresión en la existencia humana.

Por otro lado, es importante resaltar el hecho de que más allá de la ansiedad, la angustia, la desesperación, el insomnio, anorexia, anhedonia, abulia, apatía y otros rasgos y características descritas y asociadas con la depresión en cualquiera de los textos y manuales académicos e institucionales; allende los trastornos asociados del pensamiento, la memoria, atención, concentración, voluntad y acción, también subrayados en éstos; aparte de las consecuencias en las relaciones comunicacionales, afectivas y cognoscitivas con los otros; lo que no aparece descrito, hasta la lectura de este texto son los sentimientos, en primera persona, de inutilidad, de fatuidad, inermidad, vacuidad, soledad, indefensión, desesperanza, impotencia, sinsentido de la vida misma, qué sé yo. Tal vez sean estos sentimientos los que van pavimentando el camino empedrado hacia las puertas del suicidio.

No es, ciertamente, ésta última y dramática decisión, la única puerta que conduce a no querer vivir como se está viviendo lo que se está padeciendo; no es, sensu strictum, una búsqueda de la muerte o una “puerta falsa” que “la cobardía abre”. Es quizá, la determinación más difícil y valiente, pues se requiere demasiado valor para decidir y, en consecuencia, actuar, quitándose la vida. Decide quitarse la vida para no vivir con ese drama existencial, no busca quitarse la vida como fin en sí mismo, sino es el medio para otro fin. Al no disponer ya de fuerza o de poder de afrontamiento de ese dolor infinito y profundo, deja de haber voluntad o “ganas” de seguir, porque están exhaustos de buscar y no encontrar. La inutilidad en su máxima expresión.

Nuevamente otra definición que aparece en esta obra:

La depresión es un perro rabioso. La depresión es un pozo en el que nunca habrá agua para beber. La depresión es un abismo cuyo fondo tarda en aparecer. La depresión es un océano que solo invita a naufragar. La depresión es el puñado de cenizas frías que queda de una fogata. La depresión es la única guerra librada por un solo soldado contra su enemigo.

Metáfora lírica y prístina, transparente, nítida que va más allá de las definiciones de manual.

Asumida esta orientación reflexiva sobre el trastorno como una condición de vida extrema de algunos seres humanos concretos, en circunstancias concretas, queda claro que es imprescindible no banalizar un evento como éste.

A lo largo de la vida se vivencian momentos de tristeza, melancolía o dolor psíquico que devienen de sucesos inevitables como las pérdida afectivas de diverso orden; se enfrentan también eventos que pueden ser considerados traumáticos, como pueden serlo diversos desastres naturales o sociales (huracanes, terremotos, enfermedades, epidemias –como la que ahora transitamos—, guerras, migraciones, violencia sociopolítica o económica estructural, etcétera) que ponen a prueba nuestros recursos  psicológicos –Cognoscitivos, afectivo/emocionales, volitivos—socioculturales (redes de apoyo familiar, comunitario o gubernamental) o económicos que favorecen o no la construcción de estrategias de afrontamiento de la situación y pudieran propiciar las condiciones favorables para desarrollar “resiliencia”; sin embargo, estos momentos no son un trastorno como sí lo es la depresión.

Esta última, más allá de estos recursos –personales o colectivos— requiere una intervención deliberada de profesionales de la salud mental que aporten sus saberes y recursos como una herramienta en manos de quienes tratan de “mantener a raya” al “perro rabioso” que no se cansa de ladrar y babear, mirando a su víctima que ya ha mordido y que habiéndose recuperado o no escucha con temor y angustia los ladridos amenazantes.

En fin, la depresión pudiera ser representada como:

(…) Una grieta en el amor. Para ser criaturas que amamos, debemos ser criaturas que nos desesperamos por lo que perdemos, y la depresión es el mecanismo de esa desesperación. Cuando sobreviene, degrada a la persona en lo más íntimo de sí misma y (…) eclipsa la capacidad de dar y recibir afecto. Es la soledad interior puesta de manifiesto, y destruye no sólo el vínculo con los otros sino también la capacidad de sentirse bien con uno mismo (…) En la depresión, la falta de sentido de toda iniciativa y de todo afecto, y la falta de sentido de la vida misma, se tornan evidentes. El único sentimiento que pervive en este estado de carencia de amor es la insignificancia.

Andrew Solomon.

El demonio de la depresión. Un atlas de la enfermedad (2001).

 

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