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El camino de la vida: Lo normal y lo patológico

El autor desarrolla algunas ideas sobre Psicopatología, diferenciando estas categorías “normal” y “patológico”

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1041

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«La plaga de la humanidad es el miedo y el rechazo de la diversidad, el monoteísmo, la monarquía, la monogamia, la creencia de que sólo hay una manera correcta de vivir, sólo una forma de regular el derecho religioso, político, sexual, es la causa fundamental de la mayor amenaza para el ser humano: los miembros de su propia especie, empeñados en asegurar su salvación, seguridad y cordura»

Thomas Zsasz

«Los mudos gritan por señas/ los sordos entienden bien/ hay personas que me hablan/ y no las puedo entender»

Martín Fierro, José Hernández

 

Presentación. La semana pasada compartí en mi muro de Facebook una nota publicada por Animal Político que lleva el encabezado: “PAN propone reforma para que se conozca estado de salud mental de presidente”; esta nota, debo decir, fue comentada en la editorial del Boletín Yo También, de la misma semana, firmado por la periodista Katia D’Artigue, con el título ¿Tendría que probar el presidente que tiene buena «salud mental»?; en este expresa una valoración y una crítica fundadas y sólidas a dicha propuesta.

Al encabezado de la misma nota, en mi muro de Facebook, puse: “Exceso de imbecilidad”.

Debo agregar que a la misma nota se fueron manifestado diversas personas, entre ellas profesionales de la psicología, que manifestaron concordar con la propuesta y arguyeron que “no era mala idea conocer el estado mental de nuestros gobernantes”.

Asimismo, se expresaron planteamientos que sugieren la defensa irrestricta del derecho a la privacidad en términos de salud y también refirieron, por otro lado, la necesidad de conocer tales estados porque algunos “problemas de salud mental” ponen en riesgo la vida de quienes adolecen o padecen estos trastornos, así como de terceras personas.

Dado que el espacio y la posibilidad de argumentar sin acudir al anatema o la diatriba, al insulto y la descalificación ad hominem en estas “redes” es sumamente precario, expresé que realizaría a través de mi canal de YouTube, La Comuna de la Palabra, una exposición amplia de los elementos de juicio y premisas que sustentan mi calificativo de imbécil a dicha propuesta.

Aquí sigo una definición que Honoré de Balzac, en sentido amplio, utiliza con el propósito de referir a personas que se comportan con poca inteligencia en los actos que se muestran y no dudo en absoluto que tal propuesta encaja perfectamente con esta definición. No estoy calificando a las personas, sino a sus propuestas.

Precisando todavía más; la definición restringida se refiere a la persona que padece imbecilidad (término en desuso clínico taxonómico), hoy se utiliza el concepto de Déficit Intelectual y en este caso no aplica el adjetivo.

Para dar comienzo a estas ideas, podemos sostener que con respecto al campo de la denominada «discapacidad» —y dentro de ella los trastornos denominados «mentales»—, es posible apreciar una creciente utilización de un campo conceptual semántico diverso, ambiguo, confuso o polisémico y cambiante. Asimismo, es admisible que ello es el reflejo de una vieja tradición que se ha expresado –en todas y cada una de sus variantes— como una manera de segregar, excluir, separar, marcar y estigmatizar a quienes son considerados «inconcebibles», «desviados», «indeseables», «prescindibles», «anormales», o lisa y llanamente «locos» y, por estas razones –aunque debiéramos decir sinrazones— «eliminables».

No puedo dudar que aquí, en el caso que da origen a estas reflexiones, el propósito de quienes diseñaron esta «propuesta legislativa» es descalificar a una serie de personas (el Presidente y su Gabinete) y atribuir que por adolecer o padecer de «trastornos mentales», son «incompetentes» o «incapaces» de realizar la labor política que el pueblo de México, mayoritariamente, les confirió. En virtud de ello, habrá que impedir, por todos los medios al alcance, que sigan en los cargos que tienen y se vayan.

Dos corolarios derivan de este supuesto; primero, los electores al haber elegido a “personas con trastornos de salud mental” no supieron elegir y pusieron a unos incompetentes en puestos políticos y sociales que no podían desempeñar, por tener “problemas de salud mental”, mostrando con este hecho que también son incompetentes para elegir; y, segundo, las “personas con trastornos de salud mental” están impedidas para el ejercicio de tales encargos sociales porque debido a ello son incompetentes.

Finalmente, quienes consideran que tales asertos son sustentables y válidos, o demostrables científicamente, suponen que debemos psicologizar y psiquiatrizar la vida cotidiana y política para «vivir mejor». Ello requiere demostración.

Primeras ideas. Para presentar estos primeros elementos de juicio acudiré a una charla que el autor de esta reflexión tuvo hace ya más de tres lustros con la Dra. Sylvia Marcos, durante una entrevista realizada en la ciudad de Cuernavaca y publicada en Praga el día Sábado 13 de noviembre del año 2004 en Vulgo.Net.

El propósito de dicha charla-entrevista partió del hecho de que podemos admitir que los conceptos de «normalidad, anormalidad, patología, estigma, normalización», etc., están tremendamente cargados en un sentido más que científico, ideológico; por ello conviene revisarlos.

—(JEAA) Quisiera partir de lo que Imre Kertez, Premio Nobel de literatura 1995, expresa de un modo muy claro en su libro Un instante de silencio en el paredón: El holocausto como cultura «El lenguaje se nutre de una serie de palabras que nunca permanecen inmóviles, éstas se han pronunciado, se pronuncian y tal vez se seguirán pronunciando sin que reparemos en el hecho de que hay palabras que ya no podemos pronunciar con la imparcialidad con que tal vez las pronunciábamos antes, existen incluso palabras que en apariencia significan lo mismo en todas las lenguas, pero que la gente pronuncia en cada caso con otro sentimiento y otra asociación de ideas. A mi juicio –agrega Kertez—, el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado de nuestro siglo XX, es que el lenguaje se contagió de las ideologías y se convirtió en algo sumamente peligroso, –en estos casos, siguiendo a Wittgenstein, sugiere—: conviene retirar una u otra expresión de la lengua y mandarla limpiar antes de usarla de nuevo»

¿Usted considera que los conceptos: «Enfermedad mental, salud mental, psiquiatría, antipsiquiatría, institucionalización de la violencia, normalización», por no enunciar otros más, merecen ser revisados, mandados a limpiar y posteriormente ser utilizados con un significado distinto al que se le imprimió en la década de los 60’s y 70’s del siglo recién concluido? (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 1)

—(Dra. S. Marcos) Considero que es necesario “limpiar” los conceptos algunas veces, de modo que puedan ser utilizados y comprendidos como se requiere en nuestros días. Es decir, a veces, un concepto no puede seguirse usando ni como se utilizaba antes ni con una nueva forma de significación; a veces sí se puede seguir utilizando, pero con otra significación; otras veces es posible seguir asociando la misma idea con la cual se le refería; o, más aún, los nuevos frutos de una palabra han sido incluso continuados con otros conceptos y ya cambia su significado... Pero creo que lo más importante de todo esto es que debemos considerar que los conceptos de «salud mental, enfermedad mental, patología, anormalidad», etc., están arraigados en un contexto cultural, dado que, dependiendo de dicho contexto, se van a significar los contenidos que expresan las palabras; lo que quiero decir es que los conceptos son ideológicos y, evidentemente, han permeado la lengua y requieren una revisión (...) Si tú quieres que yo hable de lo que estos conceptos querían decir dentro de nuestro Movimiento de Antipsiquiatría o Alternativas a la Psiquiatría (aquí voy a hacer una digresión: es interesante expresar que primero utilizamos la palabra «Antipsiquiatría» retomando la expresión de Ronald Laing y David Cooper; después, ampliamos el concepto en el sentido de valorar que parecía que nada más estábamos en contra de la Psiquiatría y el objetivo nuestro no sólo era criticar a la Psiquiatría —porque incluso, el Psicoanálisis lo hacía diciendo yo no soy Psiquiatría, yo soy la alternativa a la Psiquiatría; o aparecía el Psicólogo diciendo: yo soy la alternativa a la Psiquiatría. No fue esa la finalidad de nuestro movimiento—. El concepto refería, en ese entonces, nuestra actitud de cuestionar todo el autoritarismo y toda la normalización o «salud mental» consideradas como una forma de actuar socialmente aceptada. ¿De dónde provenía la definición de «salud mental o de lo normalidad»? Recientemente venía de lo que nuestra sociedad considera «conducta normal y sana», no viene de otros contextos culturales. Entonces, muchas cosas que en un contexto cultural eran sanas y adaptativas, en otros contextos distintos al nuestro no son sanas y adaptativas ideológicamente...» (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 1-2)

 

Indudablemente aparece aquí una identificación y concordancia con los epígrafes de Thomas Zsasz y de José Hernández, a través de su Martín Fierro y, desde luego, no podemos ocultar nuestro acuerdo. Pero continuemos un poco más:

—(Dra. S. Marcos) Si se piensa como teoría de la desviación social, es decir, lo normal es lo que tiene conformidad con los valores sociales de un contexto determinado, en una época histórica determinada ¿La desviación a ello, en consecuencia, era la patología, la anormalidad, la enfermedad mental? (… Mira Enrique...) Y eso era... digamos... en principio.

Una vez fui a una conferencia que se llamaba «Lo normal y lo patológico» y sobre todo, estudiando el asunto de la mujer, me di cuenta que ello era así; he seguido a autores que en este momento no me vienen a la memoria, incluso hice un seminario con un psicoanalista que ya había prácticamente reinventado los conceptos psicoanalíticos –en el Colegio de México—, es decir, que ya les había quitado todo el peso que tenían originalmente (de una discriminación hacia la mujer, por citar el ejemplo clásico) y parecía que la exclusión de la mujer no desaparecía. Entonces, nuestra postura consistía en cuestionar ese estilo de normas, esa forma de considerar la «normalidad o la salud mental», como una adaptación al medio social.

En segundo lugar, yo metí mucho ahí la cuestión cultural porque en México tenemos la comunicación directa, tú te vas a un pueblito mexicano, Ocotepec, o te vas a Chiapas y vas a encontrar «normas de normalidad y de salud mental» y de bienestar que no coinciden con las normas de la Psicología, ni del Psicoanálisis, ni de la Psiquiatría, porque las tres son disciplinas que se han fundamentado en sociedades desarrolladas, o en sociedades europeas, o en sociedades por lo menos urbanas, pero que tienen poco que ver con todo lo rural y con todo lo indígena. Entonces esa era otra de las cuestiones, y eso de lo cultural yo fui la que insistí todo el tiempo porque, como siempre estaba muy cercana a las poblaciones indígenas, veía esa disfunción; incluso, en el libro de Antipsiquiatría y política (Basaglia y otros, Extemporáneos, México 1980) menciono que es muy curioso que están intentando instrumentar técnicas grupales (como la terapia familiar sistémica) donde citan a toda la familia extendida y, en resumidas cuentas, se parecen a las formas como curan los curanderos en Guerrero, que traen a toda la familia extendida y todos toman un brebaje y todos acompañan a la persona que pasa por una etapa alucinatoria. Entonces esta cosa de redes familiares que parecen una cosa muy moderna, es algo que nos queda de esta tradición y no necesitamos decir que la estamos trayendo de Europa porque ellos reinventaron la rueda, esta es la parte cultural.

La otra parte que cuestionábamos mucho es la que se refiere a la relación paciente-médico, o relación paciente-psicoanalista o psiquiatra-paciente o psicólogo-paciente, porque siempre veíamos que se establecía inevitablemente una relación de autoridad, de poder. Entonces es muy rica la manera de revisar, es decir, no es nada más limpiar la palabra y volverla a poner en uso con otro significado, sino es deshacerse completamente de ella, esa es la propuesta: deshacerse de esas palabras amibas o parásitas o tóxicas y tratar de funcionar sin ese aparato conceptual que constreñía las relaciones de los seres humanos porque creaba marginaciones y exclusiones. (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 2)

Dejemos hasta aquí la referencia a la entrevista y procedamos a realizar nuestro análisis. Demos otra vuelta a la tuerca.

Normalidad y patología. En un trabajo considerado ya clásico a este respecto, O Normal e o Patológico, Georges Canguilhelm (2009), su autor, expresa:

«É interessante observar que os psiquiatras contemporâneos operaram na sua própria disciplina uma retificação e uma atualização dos conceitos de normal e de patológico, da qual os médicos e fisiologistas não parecem ter tirado nenhum proveito, no que se refere a suas respectivas ciências. Tal vez seja preciso procurar a razão desse fato nas relações geralmente mais estreitas que a psiquiatria mantém com a filosofia, por intermédio da psicologia. Na França, sobretudo, Ch. Blondel, D. Lagache y E. Minkowski contribuíram para definir a essência geral do fato psíquico mórbido ou anormal e suas relações com o normal.» (p. 37)

Parece que la tradición occidental ha subordinado a la psiquiatría, más que a la neurología y a la psicología, la perspectiva del análisis de la desviación del comportamiento ante las expectativas que sobre el mismo se tienen socioculturalmente hablando, bástenos retomar lo que hemos referido a través de las enormes referencias a la Dra. Sylvia Marcos y a Georges Canguilhem para confirmar lo antedicho. Ello no obsta para que sostengamos que la psicología y la neurología, a este respecto, también sometieron su apreciación a tales enfoques.

Según los aportes del mismo G. Canguilhelm en el trabajo apenas citado:

«O Vocabulaire philosophique de Lalande contém uma observação importante, relativa a os termos anomalia e anormal; anomalia é um substantivo ao qual, atualmente, não corresponde adjetivo algum e, inversamente, anormal é um adjetivo sem substantivo, de modo que o uso os associou, fazendo de anormal o adjetivo de anomalia» (p. 42)

Como puede ser asumido, una reducción y una alteración de las funciones adjetiva y sustantiva encontráronse subyaciendo a la «invención» de los términos excluyentes y estigmatizadores de «anormalidad» y «normalidad». Asociando a éstos salud, enfermedad, «anomalía» y «normal». Para cerrar estas ideas de Canguilhelm y estructurar en nuestra época y contexto la cuestión veamos cómo matiza aún más nuestro autor:

«A anomalia é a consequência de variação individual que impede dois seres de poderem se substituir um ao outro demodo completo. Ilustra, na ordem biológica, o princípio leibnitziano dos indiscerníveis. No entanto, diversidade não é doença. O anormal não é o patológico. Patológico implica pathos, sentimento direto e concreto de sofrimentoe de impotência, sentimento de vida contrariada. Mas o patológico é realmente o anormal. Rabaud distingue anormal de doente, porque, segundo o uso recente e incorreto, faz de anormal o adjetivo de anomalia, e, nesse sentido, fala em anormais doentes(...); no en tanto, como, por outro lado, ele distingue muito nitidamente, segundo o critério fornecido pela adaptação e pela viabilidade, a doença da anomalia (...), não vemos nenhuma razão para modificarmos nossas distinções de vocábulos e de sentido» (p. 44)

Bajo este punto de vista, para muchos de nosotros resultará entonces asombroso escuchar o leer en diversos textos conceptos tales como «discapacidad, minusvalía, atipicidad, hándicap, deficiencia, déficit, disfunción, necesidades especiales, necesidades educativas especiales, integración, integración escolar, integración educativa, integración socio-laboral, normalización, doble esfuerzo, personas con capacidades diferentes», etc., por no enunciar una larga lista de términos que unas veces se expresan con una función sustantiva, otras adjetiva o, en algunas más, verbal y que no dejan de ser eufemismos.

Parece que tal confusión es evidente para quienes tenemos que vérnoslas con la presencia permanente de las personas objeto de tales prácticas nominalistas; sin embargo no sucede así con quienes acaso se enteran de la existencia de esta realidad (cuasi virtual) en la dinámica de su vida cotidiana. Una ceguera paradigmática o epistemológica, un solipsismo, una negligencia o una inteligencia ciega han impedido al grueso de la sociedad percatarse de la existencia de tales personas. Es muy evidente que muchos de quienes no adolecemos de alguna deficiencia física o intelectual (mal denominada discapacidad) carecemos, de manera no poco frecuente, de la conciencia de la serie de implicaciones de carácter psicológico, económico, cultural, político y de existencia global del individuo que acarrea la presencia de tales deficiencias; desconocemos el conjunto de recursos (tanto de naturaleza psicológica como pedagógica, no dando por descontados los de carácter médico y económico) que se requieren para superar, de la mejor manera posible, las desventajas que conlleva en la vida (en su sentido semántico más amplio) una deficiencia física o intelectual o psíquica (por no decir “mental”), cualquiera que esta sea. Tendemos, casi inercialmente, a negar una realidad inocultable y a suponer que detrás de ella se oculta la incapacidad y la pérdida de Derechos humanos, sociales, económicos, sexuales o políticos. Ponemos en tela de juicio su capacidad jurídica, social, económica, sexual, política y de autodeterminación; entonces acudimos a la Interdicción o interdictio, muy distinto al exilium.

Demos otra vuelta a la tuerca.

La exclusión inicia siglos atrás y no concluye hoy. No se requiere un gran esfuerzo intelectual para encontrar que las actitudes de rechazo, de exclusión y de negación de los derechos humanos más elementales a ciertas personas tienen sus orígenes, su génesis, más allá de nuestra era postmoderna. La historia de la exclusión y rechazo de las personas con discapacidad (y con ellas las personas con «trastornos mentales» nos conduce retrospectivamente hasta épocas anteriores a la era cristiana. Ya se ha escrito que el Tágeto, permanece como testigo mudo de la intolerancia original hacia las diferencias significativas para quienes excluían a los otros. Por su lado, la Biblia refiere en muchos de sus pasajes cómo los leprosos eran expulsados de la comunidad y condenados a vivir en aislamiento para evitar el contagio y para suprimir el miedo que se manifiesta (como hoy podemos constatar con el COVID-19). Los paralíticos y los ciegos, los epilépticos y los endemoniados tenían como destino la espera paciente de que Jesús, el hijo de Dios Padre, –o Dios Hijo—, les restituyera su condición humana a través del milagro que les permitía dejar de ser ellos como son para ser otros que no poseían las características despreciables que presentaban y por las cuales se encontraban al margen de la sociedad. Michel Foucault (1964) refiere claramente que con la lepra inicia el encierro y aislamiento de quienes merecen ser expulsados de la vida social, ésta sigue con la sífilis, la miseria, la inadaptación social y termina con la locura. Por los lugares de encierro y exclusión pasan todas las personas con algún signo de discapacidad, llámeseles como se les llame en la época histórica correspondiente.

José Saramago, en su Ensayo sobre la Ceguera, nos da una muestra viva de esta fenomenología. Naves de locos, «Stultiferra Navis», Leprosorios, Hospitales Generales de Encierro, Cárceles, Correccionales, Hospitales Psiquiátricos y Casas de Asistencia de Grupos Religiosos (como las que hubieran fundado Vicente de Paul y Luisa de Marillac) son los lugares destinados a la exclusión; más tarde se agregan las Escuelas de Educación Especial por áreas taxonómicas de atención (Escuelas para ciegos, para sordos, para “deficientes mentales”, para “paralíticos”, etc., como antes lo fueron la escuelas para varones y para señoritas) que excluyen a determinados menores del torrente de experiencia con sus demás compañeros. Lejos de estos lugares, bastante lejos, se encuentra el ejercicio pleno del derecho a la expresión de las ideas, libertad de pensamiento, libertad de tránsito, derecho a la educación laica y gratuita, derecho a formar una familia, derecho al ejercicio pleno de la sexualidad, derecho a elegir libremente los gobernantes, derecho a un trabajo digno y remunerador, derecho a ser elegido en puestos de elección popular, etc.; no hay más que intolerancia a lo que no sean ellos mismos, sean espartanos o dioses o semidioses, o militantes del PAN o Psicólogos o Psiquiatras. La expresión viva de la intolerancia, el rechazo y la exclusión son elocuentes. Únicamente se les puede asignar la función social de ser objeto de la caridad pública o privada y de permitir a las personas de “buena conciencia” realizar sus actos loables y de reconocimiento público.

Desde el mismo momento de su procreación y posterior nacimiento, quien trae el signo de alguna deficiencia física es objeto de la exclusión y, de ser ello posible, su eliminación. No descontando aquí el «estigma». Si recuperamos lo que Kenzaburo Oé nos dice en el año de 1989, en su novela Una Cuestión Personal:

«Sonó el teléfono, Bird despertó... Levantó el auricular y una voz masculina, sin más, le preguntó su nombre. Luego dijo: Venga inmediatamente al hospital. Hay ciertas anomalías en el bebé... Tenemos que hablar (...) –Soy el padre, dijo con voz ronca, (ya en el hospital) (...) Soy el padre, repitió Bird irritado. La voz denotaba que se sentía amenazado. ¿Quiere ver la cosa antes? Preguntó el director del hospital. ¿El bebé está muerto? Preguntó Bird. ¡Claro que no! -dijo el director del hospital; de momento tiene la voz fuerte y movimientos vigorosos (...) Pues bien, ¿Quiere usted ver la cosa? ¿Podría informarme antes por favor? Dijo Bird con voz cada vez más atemorizada. En su mente, las palabras del director le inspiraban repulsión: la cosa. Quizá tenga usted razón. Cuando se lo ve por primera vez, resulta chocante. Yo mismo me sorprendí cuando salió. ¿Qué es lo que resulta tan sorprendente? ... (Reviró Bird) ... ¿Se refiere a la apariencia, al aspecto que tiene? ¡En absoluto! Tan sólo parece que tuviera dos cabezas. ¿Quiere verle ahora? Pero en términos médicos, titubeó Bird. Lo llamamos hernia cerebral. (Remató el director del hospital). Hernia cerebral, repitió Bird, ¿Hay alguna esperanza de que se desarrolle con normalidad? Preguntó aturdido. ¡Con normalidad! La voz del director del hospital se elevó como si se hubiera enfadado, ¡Estamos hablando de una hernia cerebral! Se podría abrir el cráneo y meter dentro del cerebro lo que parece ser otro cerebro, pero incluso así, y con suerte, sólo conseguiríamos una especie de ser humano vegetal. ¿A qué se refiere usted al decir normalidad? El Director movió la cabeza y miró a los doctores jóvenes como consternado ante la insensatez de Bird... ¿Morirá en seguida? Preguntó Bird. No apresure los acontecimientos. Tal vez mañana. O quizá no tan pronto. Es un crío muy vigoroso... Pues bien ¿Qué quiere usted hacer? ... ¿Qué debería hacer? ¿Hincarse de rodillas y llorar a gritos? Si usted lo acepta, puedo hacer que trasladen al bebé al Hospital de la Universidad Nacional... Si no hay otra alternativa... Ninguna otra, cortó el director, pero le quedará la satisfacción de que hizo todo lo posible. ¿No podríamos dejarlo aquí? Imposible, se trata de una hernia cerebral... Lo llevaremos al otro hospital, afirmó Bird (...) Gracias.» (Oé, 1989).

Si continuamos con la narración veremos mayores consecuencias:

«—Es un caso muy raro, sin duda alguna. También para mí es la primera vez. -reafirmó... ¿Es usted especialista en enfermedades cerebrales? –Preguntó Bird—. Soy obstetra. En nuestro hospital no hay especialistas en cerebro. Pero los síntomas son clarísimos: una hernia cerebral, sin la menor duda... Soy obstetra, pero me considero afortunado de haber encontrado un caso así... Espero poder presenciar la autopsia. Dará su consentimiento para la autopsia ¿no? Probablemente en este momento le apene hablar de autopsia, pero, en fin, mírelo desde este punto de vista; el progreso de la medicina es acumulativo. La autopsia de su hijo puede permitirnos saber lo necesario para salvar al próximo bebé con hernia cerebral. Además, si me permite ser sincero, creo que el bebé estará mejor muerto y lo mismo les ocurrirá a usted y su mujer. Algunas personas son extrañamente optimistas en este tipo de casos, pero créame, cuanto antes muera el niño mejor para todos...—Me pregunto si sufrirá. ¿Quién? El bebé. Depende de lo que usted entienda por sufrimiento. Quiero decir que el bebé no ve ni oye ni huele. Y apuesto a que los nervios del dolor tampoco le funcionan. Es como (...) ¿lo recuerda? Una especie de vegetal. ¿Usted cree que los vegetales sufren?» (Oé, 1989).

Quizás para algunas personas que lean esta colaboración sea una exageración lo antedicho, o producto de creaciones literarias, pero ello no es así; Kenzaburo Oé tuvo un hijo con malformaciones cerebrales, por efectos de las explosiones de Hiroshima y Nagassaki, y ese hijo es Hikari Oé, pianista logrado y consumado en Japón, pese a los pronósticos.

Vale recordar, por otro lado, que con anterioridad la «deficiencia» era identificada como «enfermedad a curar», o bien como «enfermedad incurable» que era necesario asistir con internamiento en «establecimientos-ghetto».

La OMS, al definir la deficiencia como una desventaja que impide al sujeto portador desempeñar el rol y satisfacer las expectativas correspondientes a su sexo, a su edad y a su condición social dentro del grupo de pertenencia, propicia la reflexión de la problemática en torno a las expectativas que se tienen dentro de determinados grupos sociales o a la condición social misma o, además, al rol asignado a los seres humanos dentro de nuestro entorno sociocultural.

La deficiencia física y/o psíquica, debida a la lesión orgánica, es un dato extraño para el sistema familiar, cultural, social, político e ideológico; estos tienden a soportarlo como una agresión del destino y, por tanto, suelen ser acompañados de intensos sentimientos de rechazo o rebelión. Esa percepción de singularidad es rápidamente asumida como propia por la persona con algún signo de discapacidad, el cual se encuentra considerando como indeseable una parte de sí mismo. Por sus requerimientos, la atención de sus necesidades especiales, derivadas de la deficiencia, desafía las creencias sociales y, sin embargo, se expresa e interviene en la vida del sujeto como un hecho altamente significativo. Ambos acontecimientos, deficiencia y atención de las necesidades especiales derivadas de la deficiencia condicionan los comportamientos de las personas implicadas: parientes, médicos, terapeutas, docentes y profesionales que intervienen durante el proceso de atención. Generalmente la deficiencia es considerada una desventaja específica de un sujeto a quien se trata, se somete a terapia, se rehabilita y se asiste en calidad de tal. Casi nunca se piensa en ella como en una persona que desencadena reacciones y adaptaciones que van más allá del déficit y del sujeto que lo muestra. Los valores fundamentales por los que se rige la convivencia social son puestos en crisis por la realidad de la deficiencia; la igualdad de los derechos de los ciudadanos, la igualdad de oportunidades para una vida digna y con calidad, el derecho a la educación, al trabajo, a la autonomía y a la salud, los derechos políticos, sociales y sexuales se ven duramente desafiados por esta realidad. Las actitudes más comunes que suelen adoptarse para superar la ambivalencia de estas percepciones son considerar al individuo inhábil como un enfermo a cuidar o, bien, considerarlo un eterno niño. Como puede derivarse de lo expuesto hasta aquí, todo parece confabular contra la persona y contra sus familiares, pues las certezas, expectativas y creencias de estos últimos se desvanecen y se rompen en pedazos, generando ello una conflictiva que, generalmente, es adversa al desarrollo integral del ser humano.

Demos un último apretón de tuercas.

Recuperemos la noción de sujeto de la actividad psíquica. ¿Quiénes y bajo qué circunstancias deben solicitar la intervención de los profesionales de la salud mental de una persona? No tengo duda alguna en ello: el propio sujeto de la actividad psíquica o la persona doliente o que padece.

¿Quién o quiénes tienen derecho a saber los resultados de evaluaciones, diagnósticos e intervenciones terapéuticas? Tampoco tengo duda de ello: el propio sujeto de la actividad psíquica o la persona doliente o que padece. Y, cuando éste da el consentimiento informado, quienes el propio sujeto de la actividad psíquica determine, y para los fines o propósitos que ésta considere.

¿Cuáles son los propósitos, ética y profesionalmente hablando, que deben guiar las actividades de diagnóstico, intervención e información de cualquier actividad terapéutica en cualesquiera ámbito de la salud? A petición expresa de la persona doliente, elevar o mejorar la calidad de vida del mismo sujeto de la actividad psíquica. Nunca deberá ser utilizada con fines de privación de Derechos consagrados para todos los seres humanos o todas las personas en las normas, criterios, leyes, usos y costumbres que comunitaria o socialmente se consagran para una nación, territorio o Estado.

Es el Sujeto de la Actividad Psíquica quien queda protegido por el Derecho y la Ética Profesional.

El Profesional de la Salud estará sujeto, siempre e inexorablemente, invariablemente, al principio de secrecía de la información e interpretaciones que hace sobre el estado de una persona, dado que el Derecho a la Intimidad debe mantenerse inviolable, salvo que el propio sujeto de la actividad psíquica o la persona doliente o que padece autorice, con conocimiento informado, de los fines y propósitos, académico-científicos (nunca económicos o políticos) del uso de dicha información.

Para el caso de los menores de edad no lo abordaremos aquí por considerarlo objeto de otro análisis.

Conclusión. A partir de lo que he argumentado es posible enunciar, a modo de provisoria conclusión, las tesis siguientes:

1) La propuesta que realizan los integrantes del Partido Acción Nacional (PAN) y quienes les apoyan y quienes consideran plausible y oportuna esta ocurrencia, no hacen más que mostrar su carácter excluyente, segregador, intransigente, violatorio de las leyes que nos rigen, incluyendo la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y oportunismo político.

2) Quienes consideran oportuna y pertinente esta propuesta se incluyen dentro de los grupos que piensan y asumen el criterio de que las personas que adolecen o padecen o sufren «problemas de salud mental» o «psíquica» son un «peligro para sí mismos o para otros» y, en consecuencia, deben ser privados de sus Derechos y debe decidirse, a pesar de ellos, por otros, estrategias de «cura o normalización», según sus valores, criterios y parámetros de «normalidad».

3) Quienes arguyen bajo estas premisas suponen que Golda Maier, Menahem Begin, Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet, Videla, Reagan, Thatcher, etc., eran «enfermos mentales» y muestra su incapacidad de reconocer que sus propuestas psicologizan, patologizan y psiquiatrizan la vida social, económica y política.

 

 

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