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El camino de la vida: Algunas ideas sobre esa cosa que llamamos amor/I

El asunto que hoy tratamos aquí ha sido abordado desde tiempos inmemoriales por personajes que han plasmado sus ideas en algunos documentos, desde El Cantar de los Cantares hasta la Llama Doble

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1071

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Al Dr. José Antonio Gómez Espinoza

 

“El amor, Dios te honre, empieza de burlas y acaba en veras, y son sus sentidos tan sutiles, en razón de su sublimidad, que no pueden ser declarados, ni puede entenderse su esencia sino tras largo empeño.”

Abu Muhamad Alí Ibn Hazm

El Collar de la Paloma.

 

Quiero, por principio de cuentas, agradecer profundamente a mi amigo, el Dr. José Antonio Gómez Espinoza, haber escrito en su página de Facebook, en su Columna “Pero nunca nos conquistaron”, la serie, hasta ahora en dos partes, ¿Qué es el amor?, a través de la cual se propuso de manera explícita: “iniciar la reflexión sobre ‘el amor en tiempo del coronavirus’”, para ello consideró, en primera instancia: “entender y comprender un poco sobre este tema tan polifacético en su significado y expresiones”.

Debo expresar que no es mi propósito polemizar con el Dr. Gómez Espinoza, ni cuestionar sus ideas; más bien, me propongo ampliar, bajo otro nivel de análisis, el mismo objeto, de modo que los lectores puedan, además de reflexionar sobre este asunto, disfrutar esta aproximación poética y literaria.

Para tratar esta cuestión, bajo este enfoque, me serviré de obras publicadas desde hace bastante tiempo, con el propósito de precisar algunas ideas sobre el mismo tema.

Debo decir a ustedes, amables lectores, que el asunto que hoy tratamos aquí ha sido abordado desde tiempos inmemoriales por personajes que han plasmado sus ideas en algunos documentos, entre los cuales puedo citar: El Cantar de los Cantares (del Rey Salomón), El Banquete (de Platón), El Libro del Buen Amor (de Juan Ruiz Arcipreste de Hita), El Arte de Amar (de Ovidio), El Collar de la Paloma (de Ibn Hazm), El Arte de Amar (de Erick Fromm), Ambición y Angustia de los Adolescentes (de Aníbal Ponce), La Llama Doble (de Octavio Paz), Sexo y Amor (de Francesco Alberoni) o, el texto del Dr. José Antonio Gómez Espinoza.

Para dar comienzo a esta presentación recurriré a establecer los límites y baremos que demarcan nítidamente los conceptos de Reproducción, Sexualidad, Interacción, Sentimiento, Placer, Deseo, Erotismo y Amor (diferenciando entre el Amor “Cortés” o “Udrí” o “Bagdalí” y el Amor “Prosaico” o “Carnal”, “Puro” o “Material”).

 

Reproducción, Sexualidad y Sentimiento

 

Desde que fuimos estudiantes de educación secundaria fue para nosotros sumamente claro que los seres vivos requieren de la reproducción como uno de los procesos biológicos que aseguran la continuidad de las diferentes especies y de la vida misma.

Asimismo, fue sumamente preciso que entendiésemos que la reproducción ocurría, entre los organismos vivos, por dinámicas asexuales o por procedimientos sexuales.

Es decir, que la multiplicación pudiese ocurrir por mecanismos tales que no se requiere la participación más que de un único ser biológico, donde la multiplicación de tales organismos ocurre por división, partición o fragmentación, o también por la denominada gemación.

Por otro lado, la reproducción sexual demanda, inexcusablemente, la participación de dos organismos; uno que produce los elementos necesarios para que, al combinarse con los elementos que posee un receptor, se asegure la multiplicación y la procreación de la descendencia.

Cabe destacar el hecho de que la reproducción sexual puede ocurrir sin la relación activa entre los organismos que producen los elementos necesarios para la reproducción o, por el otro lado, demanda irrecusablemente la relación activa entre los portadores de los gérmenes sexuales.

En el primer caso los portadores de las simientes sexuales depositan los mismos en el espacio o lugar donde se encuentran, y agentes externos a ellos se “encargan” de favorecer su conjunción con los de los receptores, asegurando de esta manera la reproducción. Trátese del viento, las corrientes de agua (marina, de ríos o la lluvia), u otros organismos en su actividad vital, trasladan de un lugar a otro los elementos que portan la información necesaria para la reproducción.

Prosaica e insensible, espontánea y automática se da la reproducción. Nada que no sea la ocurrencia de sucesos en la naturaleza misma es necesario. Quizás los poetas han sido de los pocos personajes que aún creen y crean imágenes literarias de estos procesos naturales y biológicos.

Deseo destacar que fue el insigne Aníbal Ponce quien, en su Ambición y Angustia de los Adolescentes, expuso de una manera clara y concisa esta descripción que aquí hago.

Ahora bien, en tratándose de la reproducción sexual con interacción activa por parte de los portadores de los elementos sexuales necesarios para la reproducción implicará procesos de interacción, cada vez más complejos, entre los miembros de la acción reproductiva; desde mecanismos de comunicación y ritos de cortejo, ampliamente descritos y estudiados por los etólogos, hasta conflictos y mecanismos de resolución de estos por parte de los miembros de las comunidades de diferentes especies.

En virtud de que uno de los portadores de los gérmenes sexuales debe “depositar” los elementos biológicos correspondientes en otro ser (el receptor de los mismos para que al combinarse con los que éste dispone aseguren el proceso de la reproducción), los mecanismos de cortejo y comunicación, así como los conflictos y su resolución, se expresan nítidamente.

Por lo que recién se ha expuesto, es claro que la reproducción y la sexualidad no necesariamente se hallan relacionadas de manera causal; puede haber reproducción sin sexualidad y, desde luego, sexualidad sin relación activa entre los portadores de los gérmenes sexuales.

Ahora bien, con el proceso evolutivo de las especies y llegando a la vida de los primates y, particularmente, de la especie humana, el desarrollo y complejización de la actividad y el comportamiento se ha visto impulsado hacia la inclusión de la vida emocional, afectiva y sentimental, como componentes inevitables del comportamiento, tanto individual como colectivo, en todos los ámbitos de las vivencias en comunidad; particularmente, en la experiencia sexual o reproductiva.

Es así que la reproducción, la sexualidad, las emociones, los afectos y los sentimientos se expresan como una totalidad concreta y tales elementos aparecen imbricados es una estructura compleja y dinámica.

En este sentido, tratándose de nuestra especie (y quizás entre bonobos y chimpancés) otro elemento se hace presente en esta dinámica de relaciones. La actividad sexual ya no se encuentra necesariamente condicionada por las necesidades biológicas o psicológicas de la reproducción; es decir, que a la actividad sexual, además de la vida emocional, afectiva o sentimental que muestra, se adiciona muy claramente la presencia del placer y el deseo.

Aquí es muy claro que puede haber actividad sexual sólo por un deseo, explícito o no, de obtener placer; y no por la intención de asegurar la reproducción. Ello significa que puede haber actividad sexual exclusivamente por un “principio de placer” (S. Freud dixit).

Ciertamente, en el caso de nuestra especie, ineluctablemente se halla envuelta toda esta complejidad en un contexto histórico, social, cultural e ideológico, de modo tal que condicionan los orígenes, el desarrollo y expresión de esta complejidad emocional, afectiva y sentimental, montada sobre los corceles del deseo y del placer y envuelta entre los mantos de la moral, los valores, los principios, etc.

Es por ello que, fuera de estas premisas introductorias, es impensable la existencia de eso que llamamos amor.

 

¿Qué es el Amor?

 

Abu Muhamad Alí Ibn Hazm, en El Collar de la Paloma, en el apartado que dedica a la Esencia del Amor, expresará poéticamente esta definición: “El amor es una dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si sabemos tratarla; pero es una dolencia deliciosa y un mal apetecible, al extremo de que quien se ve libre de él reniega de su salud y el que lo padece no quiere sanar”.

Asimismo, el buen Ibn Hazm, insistirá en que el amor radica en la misma esencia del alma. Veamos cómo lo refiere: “Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia, ha llegado a su apogeo, y no puede menguar ni crecer. / No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar… / Cuando vemos que una cosa tiene su causa en sí misma / goza de una existencia que no se extingue jamás; / pero si la tiene en algo distinto, / cesará cuando cese la causa de la que depende”.

Y rematará esta idea de la manera más asombrosa: “Pero hay, además, el amor de los parientes; el de la afectuosa costumbre; el de los que se asocian para lograr fines comunes; el que engendra la amistad y el conocimiento; el que se debe a un acto virtuoso que un hombre hace con su prójimo; el que se basa en la codicia de la gloria del ser amado; el de los que se aman porque coinciden en la necesidad de guardar encubierto un secreto; el que se encamina a la obtención del placer y a la consecución del deseo; y, por fin, el amor irresistible que no depende de otra causa que de la antes dicha de la afinidad de las almas.”

Como podrá comprenderse: “todos estos géneros de amor cesan, acrecen o menguan, según sus respectivas causas desaparecen, aumentan o decaen; se reaniman si se acerca su causa, y languidecen si su motivo se distancia; pero se exceptúa el verdadero amor, basado en la atracción irresistible, el cual se adueña del alma y no puede desaparecer sino con la muerte”.

Hasta aquí parece que el amor, más que un sentimiento, es un estado inmanente del espíritu que no halla causa externa sino en sí mismo; es, al decir de Ibn Hazm, de Sócrates o Platón, Fray Luis de León, o El Arcipreste de Hita, “lo que es”, increado, pues no tiene causa alguna que no sea sí mismo; y, al hallarse o encontrase con otra alma, quedarán prendados más allá de la voluntad.

Sin embargo, si el amor es un sentimiento, éste debe ser la expresión de un “alguien” que tiene ese sentimiento con respecto a “otro alguien” o algo; “otro alguien” o algo que se encuentra fuera de “ese alguien”. Lo mismo ocurre si es “deseo”, tal debe ser la expresión de un “alguien” que tiene ese “deseo” con respecto a “otro alguien” o algo; “otro alguien” o algo que se encuentra fuera de “ese alguien”.

Hay, al decir de Jaques Lacan, un “sujeto deseante”, hay un “sujeto amoroso” que orienta tal sentimiento o deseo hacia otro ser, el “sujeto deseado” o el “ser amado”. En su defecto, “el objeto del deseo” que puede traducirse en “ese oscuro fruto del deseo”.

Lo que expreso mediante los dos últimos párrafos conduce, de modo casi imperceptible, a tomar en cuenta el hecho de que el amor per se no se encuentra vagando como una entelequia por el éter aristotélico o por el Topos Uranus platónico.

El amor, indubitablemente, es un sentimiento de un ser, el “sujeto deseante”o el “sujeto amoroso”, con respecto al “sujeto deseado” o el “ser amado”.

Erich Fromm, en el Arte de Amar expresará esta misma idea de otra manera: “Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre (léase: del ser humano), de la existencia humana. Si bien encontramos amor, o más bien, el equivalente del amor, en los animales, sus afectos constituyen fundamentalmente una parte de su equipo instintivo, del que sólo algunos restos operan en el hombre”.

El propio Ibn Hazm considerará que el amor dispone de un conjunto de recursos que denomina: Las señales del amor.

Pero ello abordaré en la próxima entrega.

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