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El abrazo de amor de El universo, la tierra (México), Yo, Diego y el señor Xólotl (detalle), de Frida Kahlo (1949) - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Algunas ideas sobre esa cosa que llamamos amor/y III

El asunto que hoy tratamos aquí ha sido abordado desde tiempos inmemoriales por personajes que han plasmado sus ideas en algunos documentos, desde El Cantar de los Cantares hasta la Llama Doble

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1175

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En la historia de la medicina se ha considerado que ésta, más que una ciencia, es un arte. Esta afirmación, de entrada, pudiera parecer una provocación innecesaria e insustentable; y, además, sin relación alguna con el contenido de esta tercera y última parte de la serie, sin embargo, como se verá más adelante, ello no es así.

Es necesario expresar que el sustantivo “medicina” lo refiero específicamente dentro del campo de la práctica clínica, dentro del quehacer cotidiano del médico frente a un ser humano sufriente o doliente; no a la relación con “la enfermedad”, sino a la relación con el enfermo, cara a cara.

Según narra el Dr. Álvaro Díaz Berenguer, en el artículo ¿Por qué la medicina sigue siendo un arte? (Arch. Med Int vol.34 no.1 Montevideo, mar. 2012) “Hipócrates, en el primero de sus Aforismos lo expresa muy claramente: ‘Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile’ lo cual se traduce como: ‘La vida es breve, el arte es largo, la ocasión fugaz, la experiencia peligrosa, el juicio difícil’”.

Como se puede apreciar, Hipócrates hace referencia a la Medicina como un arte, lo que en su época era sinónimo de “práctica”, de una actividad que tiene la particularidad de orientarse hacia el cambio del curso de ciertos acontecimientos humanos relacionados con su salud y la enfermedad, por un lado, y por otro, a crear conocimiento.

En este mismo sentido, el Dictionnaire de Medecine, de Chirurgie, de Pharmacie et des Sciences qui s'y Rapportent, de Litré, dice que “el arte médico ‘emplea determinados conocimientos para obtener no una verdad científica, sino un resultado práctico, que es el fin de la medicina’”.

Ahora bien, con respecto a las cuestiones del amor y, muy particularmente con respecto al acto de amar, lo mismo han manifestado Ovidio o Erich Fromm y, sobremanera, lo expresan tratándose del proceso del enamoramiento. Los títulos de sus trabajos son elocuentes: El Arte de Amar. No se trata de elaborar teoría y conocimientos sobre el amor o el amar, sino de la obtención de resultados perceptibles, en el terreno afectivo/emocional.

Por otro lado, según refieren Clermont Gauthier y Denis Jeffrey, en su libro Enseigner et Séduire (1999), citando el Don Juan de Molière: “El arte de la seducción consiste en tornar la indiferencia, un día en interés, y otro, más adelante, en necesidad”. El propósito esencial no consiste en lograr el acto sexual con otro ser, como fin último, sino “tornar la indiferencia, un día en interés, y otro, más adelante, en necesidad”. Es un juego que produce por sí mismo placer, más allá del resultado sexual. Es decir, el “principio del placer” es la base de este juego y sus consecuencias.

Al confrontarse este “principio” con la realidad moral, ideológica, social, cultural e histórica aparecerá lo que Freud describió como el conflicto perpetuo entre un “principio del placer” y un “principio de realidad”, así como también aparecerán los “mecanismos de defensa del ‘Yo’”, para atenuar o reducir las consecuencias psicológicas que deriven de ello (que no del “Ello”).

Según Clermont Gauthier y Denis Jeffrey, la seducción, como hecho durante el proceso de enseñanza, es “el arte del reencuentro con el otro”; es el proceso realizado por parte de “un ser”, el profesor, hacia “otro ser”, el “educando”, como base, también y paradójicamente, del hecho y del proceso educativo; en cierto modo, afirmarán explícitamente que: “enseñar no es más que una forma de seducir, de atraer, de transformar la indiferencia en interés y, finalmente, en necesidad”. Es, dicho de otra manera: “un conjuro del miedo al reencuentro”, o el encuentro, con “el otro”. Sin “el otro”, la seducción, como el amor, como la educación, carecen de sentido y de realidad.

Por ende, pudiérase pensar que el profesor, el médico, el amante y el poeta son artistas. Y sin tal arte su quehacer sería nada.

 

**

 

En la primera parte de esta serie triádica de las Breves historias y algo más, hemos expresado claramente, y metafóricamente hablando, a través de Ibn Hazm, que el amor es, otra vez la metonimia, una enfermedad; “la enfermedad del amor”. No es algo que sea comparado con una enfermedad, es, propiamente hablando, una enfermedad.

El filósofo árabe Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã, Avicena, lo expresa de este modo: “Oh mi Dios, oblígala a que me ame y me valore... / Cuando te rezo (en dirección a La Meca) volteo mi rostro / hacia el lugar donde ella se encuentra aunque la dirección / sagrada sea la opuesta. No lo hago por politeísmo sino / porque mi enfermedad de amor no ha podido ser curada / por mi doctor”. Y ¿cómo pudiérase decir esto si no encontramos en la causa de ese “mal de amores” la cura para el mismo mal?, ¿Dónde la encontraríamos si no en el “objeto del deseo amoroso”?

Ibn Hazm también asegura que la enfermedad de amor puede ser curada: “Creo de cierto que su saliva es agua que me da la vida, aunque ella, con su amor, no me ha dejado entrañas”. Sus palabras, nos recuerdan las del Rey Salomón en el Cantar de los Cantares: «Miel destilan tus labios, esposa mía, miel y leche hay debajo de tu lengua». Ibn Hazm, por su lado, lo manifestará así:

“Exhalo amor de mí como el aliento,

y doy las riendas del alma a mis ojos enamorados.

Tengo un dueño que no cesa de huirme;

pero que, a veces y de improviso, se siente generoso.

Lo besé, queriendo aliviarme;

pero la sequedad de mi corazón no hizo sino crecer.

Son mis entrañas como un seco herbazal

donde alguien arrojó un tizón ardiendo”.

Como podemos apreciar, la relación entre amor, enfermedad, melancolía, curación, seducción y arte van de la mano como elementos indispensables e inseparables de este amor que deja de ser un “amor cortés”, un “amor udrí” o un “amor bagadalí” (es decir, puro y casto, no carnal) para tornarse, inevitablemente, en un “amor carnal”. Ese “mal de amores” que tiene una causa en “el otro”, que no es el ser que ama, sino el ser amado, se topa en la misma causa de su mal, “el otro”, con la cura para el mal y, recursivamente, su agravamiento, de no ser logrado.

Pero aún más, Ibn Hazm, escapando de una medicina tradicional de su época para la “melancolía inspirada” o la “tristeza” por “la ausencia” de ese “objeto amoroso”, de ese “objeto del deseo”, acude a la búsqueda de la causa, ese “objeto amoroso”, ese “objeto del deseo”, que calma el mal, y que sabe, de no tenerlo frente a sí, volverá con más fuerza.

La forma que utiliza para expresarlo es elocuente:

“El médico que nada sabe, me dice:

‘Cúrate, oh tú que estás enfermo’.

Pero mi dolencia nadie la sabe más que yo

y el Señor Poderoso, el Excelso Rey.

¿Cómo ocultarla si la revelan los sollozos,

que no me dejan, y el andar siempre cabizbajo,

y las huellas de la tristeza en mi rostro,

y mi cuerpo extenuado y macilento como un espectro?

Las cosas son tanto más claras

e indudables cuando los indicios son evidentes.

Por eso le digo: ‘Explícate un poco,

pues, por Dios, no sabes lo que estás diciendo’.

Él contesta: ‘Te veo cada día más delgado.

La enfermedad de que te quejas es consunción’.

Le digo: ‘La consunción acomete los miembros,

y es una fiebre que tiene alternativas;

pero yo, por vida de Dios, no me quejo de fiebre

y tengo poco calor en mi cuerpo’.

Me dice: ‘Observo que estás sobresaltado y en acecho,

pensativo y siempre silencioso.

Creo que es melancolía.

Mira por ti, pues es cosa molesta’”

Ante ello Ibn Hazm replica al médico:

“Mi enfermedad procede de lo que me remediaría.

¿No se extravían ante esto las inteligencias?

Y la prueba de lo que digo es palmaria:

las ramas de una planta si se invierten se tornan raíces,

y contra el veneno de las víboras no hay más triaca

que garantice la curación de las picaduras que ese

mismo veneno”.

Ahora bien, si el amor, la melancolía, la causa y la cura, se entrelazan inevitablemente, la manera de afrontarla demanda de algo que trasciende a la herencia, a la razón, o al conocimiento de la verdad.

Requiere de habilidades artísticas y creativas ancladas en la esfera motivacional, de intereses y, sobremanera, en la esfera de los afectos y los sentimientos; en la creatividad y en el arte de la seducción.

Constantino el Africano, por su lado, en su estudio médico sobre la melancolía, dice:

“Las actividades del alma humana son: pensar intensamente, recordar, estudiar, investigar y buscar el significado de las cosas, de las fantasías y de los juicios, ya estén estos fundados en hechos o sean meras sospechas. Y todas estas condiciones (...) pueden en poco tiempo llevar al alma a la melancolía, sobre todo si se sumerge profundamente en ellas. Hay muchos hombres santos y piadosos que se han vuelto melancólicos por su gran piedad y por temor a la ira de Dios o porque, al anhelarlo tanto, este anhelo acaba dominando y sobrecogiéndoles el alma (...) Al igual que los amantes y los voluptuosos, ellos caen en la melancolía que malogra tanto las facultades del cuerpo como las del alma, al depender mutuamente el uno del otro. Y caerán en la melancolía todos aquéllos que se esfuercen demasiado leyendo libros de filosofía o de medicina y lógica, o libros (...) sobre las ciencias que los griegos llaman aritmética, astronomía, geometría, música. Estas ciencias son producto del alma porque el alma las aísla y las explora; el conocimiento (reconocimiento) de ellas es innato al alma —como dice Galeno citando al filósofo Platón (...) Estos hombres —Alá lo sabe— asimilan la melancolía y caen en ella a raíz de la congoja que les causa el ser conscientes de sus limitaciones intelectuales. La razón por la que su alma cae enferma (desórdenes que afectan al alma) radica en la fatiga y en el sobre-esfuerzo, porque, como dice Hipócrates en el Libro VI de Las

Epidemias, ‘la fatiga del alma proviene del pensar del Alma’. Y así como sobre-ejercitar al cuerpo puede derivar en una enfermedad seria en la cual la fatiga es lo más inofensivo, el sobre-ejercicio de la mente deriva en una enfermedad seria en la cual la melancolía es lo peor”.

Ahora bien, si como dice Ibn Hazm, la melancolía es para él la “enfermedad de los amantes insatisfechos”; que suele conducir a un estado de inactividad depresiva, y que la idea fija del Amado en la mente del amante lo puede hacer enloquecer; ergo, la curación del alma por el Ars médica es la opción.

Arte y seducción para terminar con la “enfermedad de los amantes insatisfechos” serán las armas del amante para “tornar la indiferencia, un día en interés, y otro día, después, en necesidad” de ese amor que el amante siente por el ser amado y lr ofrece.

 

***

 

Erich Fromm, en El Arte de Amar, desde un principio se interroga: “¿Es el amor un arte?, en tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno «tropieza» si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda”.

Más adelante escribirá muy categóricamente:

“Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, para ‘ganar amigos e influir sobre la gente’. En realidad, lo que para la mayoría de la gente de nuestra cultura equivale a digno de ser amado es, en esencia, una mezcla de popularidad y sex-appeal”.

Para aprender el “Arte de amar”, dice Erich Fromm, se requieren dos elementos; a saber: la “teoría del amor”, por un lado, y la “práctica del amor”, por la otra. Sobre la primera hemos tratado ya dos partes de esta serie, sobre la segunda, trataré de esbozar algunos de sus elementos.

Sobre la primera, considero necesario manifestar que hemos ya expresado que sin una teoría del ser humanos dentro de sus condiciones históricas, sociales y culturales, no hay posibilidad alguna de construir teoría alguna ni, mucho menos, desarrollar la práctica. Se ha dicho que, sin las nociones de alteridad, interactividad, deseo y seducción (o estrategias para ello), no habrá teoría ni práctica que valgan.

¿Puede aprenderse algo acerca de la práctica de un arte, excepto practicándolo?

El aprendizaje de un arte requiere práctica, disciplina, constancia, perseverancia, paciencia y consistencia.

Amar es una experiencia personal e intransferible que sólo podemos tener por y para nosotros mismos; el Ars Amatorio se construye amando, no hay de otras; sin embargo, algunas premisas básicas pudieran plantearse.

Se han referido apenas las siguientes: disciplina, constancia, perseverancia, paciencia y consistencia. Sin embargo, no son suficientes para ser seducidos por el arte de amar. Por ello debemos adicionar la sinceridad, honestidad y entereza.

Al decir del Poeta chiapaneco Jaime Sabines, en tratándose del amor: Los Amorosos

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

siempre, hacia alguna parte.

Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,

los que siempre –¡que bueno!— han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir

porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la oscuridad abren los ojos

y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana

y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse.

Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,

y se van llorando, llorando,

la hermosa vida.

Es decir, como podemos concluir, el Arte de Amar no posee receta alguna que seguir. No dispone de manuales o tutoriales que te enseñen a amar o conquistar el amor. ¡No!

El amor es algo personal, intransferible, que se construye amando, buscando. Esperando encontrar…

 

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