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La noche de San Juan es una festividad celta, asociada con el solsticio de verano -el día más largo del año-, que la iglesia católica convirtió -uno más de sus sincretismos- en la celebración del santo del mismo nombre. Con el fuego se inicia el verano, se "quema" lo que ya es obsoleto y, según la tradición, se purifica la vida. Después, con el agua -el bautizo- se da un renacimiento.

Hay muchos escritores, algunos geniales, que llevan ese nombre: Juan Rulfo, que escribió Pedro Páramo, la mejor novela mexicana; Juan José Arreola, un genio, un pecador, un estilista; Juan García Ponce, ojo devorador del arte y la belleza femenina; Juan Vicente Melo, autor de La obediencia nocturna, novela alucinada y alucinante; Juan José Millás y sus mecanos literarios; Juan Carlos Onetti y su lúcido pesimismo; Juan Ramón Jiménez y Juan de Dios Peza -ya un tanto olvidados...

Eso sin contar a los Jean: Voltaire, Rousseau, La Fontaine; o a los Johann alemanes, como Goethe. La lista sería interminable. Imperdonable sería no recordar a Don Juan, el arquetipo al que dieron vida obras de Byron, de Molière, de Tirso de Molina y, en primer lugar, el Tenorio de Zorrilla.

Celebremos el principio del verano, a los Juanes, y a las Juanas, como Juana de Arco y Sor Juana Inés de la Cruz.