

La verdadera voz de los Milli Vanilli: La noche desvelada
El amor es una tromba, no una llovizna mortuoria; al tratar de domesticarlo se le mata; acabo de verte y ya sé que nací pa’ casarme contigo; la última vez me bastó un instante para verla y ofrecerle todo lo que tengo que es nada
Por: Xalbador García, Visitas: 994
Hay hombres a quienes les gustan las mujeres de pechos generosos y caderas de luna. Rubias con alma Dolce Gabbana o morenas de corazón de selva. Delgadas para delinear su cintura con el dedo índice de la mano izquierda durante las noches de insomnio o de complexión fértil donde la boca puede juguetear por laderas infinitas. Se me puede acusar de superficial pero a mí me gustan las que tienen dientes de caballo. Si a la ecuación se le suman cejas pobladas, unos ojos grandes como de vaca y una piel acanelada o níveo el abismo es inevitable. Me enamoraré sin salvación. Mujer mora, mujer de mis sueños. Parafraseando a García Lorca: Mi corazón sería un zapato si en cada aldea viviera una Sirena.
La mayoría de la gente habla del amor en términos de economía como si la mujer (o el hombre, según el caso) fuera un negocio. Debes conocerla(o), tratarla(o) y luego decides si inviertes completamente en ella(él). Para mí lo anterior es un absurdo. Basta un instante para saber si la mujer frente a ti te destrozará el alma o sólo arruinará tu mañana siguiente. Ver una sonrisa de dientes blancos, con ese rumor de bienestar, debajo de unos ojos tan profundos donde se podrían anidar los deseos nunca dichos es más que suficiente. El amor es una tromba, no una llovizna mortuoria. Al tratar de domesticarlo se le mata. ¿Cómo podría cazar un tigre sin garras y colmillos?
El tiempo nunca juega a nuestro favor. Es como la filosofía o la ciencia: le quitan el misterio a la vida. Mejor ir a contracorriente, arriesgarse a lo grande. Morir como héroe o como imbécil pero morir de a gratis que para eso está la vida. Las cicatrices son el único trofeo que podremos presumir al final del camino. Acabo de verte y ya sé que nací pa’ casarme contigo.
Ahí empieza la verdadera aventura. Aunque no te apresures. Debes de reconocer los signos de esa mujer de tus sueños y madrugadas. Por ejemplo, yo no tengo duda.
La última vez me bastó un instante para verla y ofrecerle todo lo que tengo que es nada. Y ella lo aceptó sin cortapisas. Qué belleza la de unos labios cuando te regalan sus besos. Qué milagro el de un cuerpo que te brinda sus noches. Qué transparencia la de unos ojos sin miedo a vivir. Y me dejé arrastrar y ella me guio en el abismo. Fue luz, misericordia, miel y leche. No hubo dudas, ni reclamos, ni días de infelicidad. Me enamoré en un segundo y comprendí que ese tiempo es la verdadera eternidad. Además no había forma de perder. Todos sabemos que una mujer con dientes de caballo y ojos grandes es la reencarnación de Beatriz.
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