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Para leer en setentena: Un corazón simple, de Gustave Flaubert

Durante ochenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo

Por: José Antonio Lugo, Visitas: 835

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A veces uno lee grandes novelas, o ve series adictivas en Netflix o una película que nos conmueve. Grandes obras en grandes formatos. Pero también hay pequeñas historias, en el caso de hoy un cuento, que nos pueden, simplemente, hacer felices.

Un poco de contexto. El gran Gustave Flaubert cambió la historia de la literatura al publicar en 1857 Madame Bovary, una novela donde la trama estaba subordinada al estilo -antes el estilo, si bien importante, era un accesorio de la trama-. La novela cuenta la historia de Emma, una mujer siempre insatisfecha, que le pone el cuerno al marido, hace compras y compras hasta que embargan la casa y al final se suicida, dejando a su hija Berthe con su padre, que muere de pesar por su muerte y al encontrar las cartas que ella le escribió a su amante.

Después vendría La educación sentimental, de 1868, que relata la historia de Fredérick Moreau, un joven de provincia que llega a París, conoce a Madame Arnoux -casada- y tienen una relación. Al final de la novela, ella le dice: "Hubiera querido hacerlo feliz". A mi juicio, en ese tiempo verbal, el "hubiera querido" se resume casi toda la obra de Flaubert, porque sus personajes siempre están a la altura de algo que no son capaces de alcanzar.

Dije casi. La excepción es el entrañable cuento Un corazón simple, que cuenta la historia de una criada, Felicidad, a la que la vida nunca le sonrió. Tuvo su historia de amor, pero el prospecto se casó con una vieja rica. Trabajaba con Madame Aubain por una bicoca. Quiso a los hijos de ella, los dos murieron. Felicidad perdió también a su propio sobrino. Le regalaron un loro que era su adoración. Se llamaba Lulú. Un día se perdió; por suerte lo encontró. Cuando murió, un taxidermista lo disecó. Muerto, seguía siendo su compañía. Cada vez estaba más débil. Vinieron las fiestas religiosas y ella otorgó lo que más amaba, el loro, para que estuviera en el altar. Poco después murió. Una vida sencilla de una mujer sin estudios ni grandes entendederas.

Flaubert nos dice, primero, que "parecía una mujer de madera". Luego que "la bondad de su corazón fue desarrollándose". Y, al momento de su muerte: "Los latidos de su corazón se fueron amortiguando uno a uno, más tenues cada vez, más espaciados, como un manantial que se va agotando, como un eco que se va extinguiendo; y cuando exhaló el último suspiro, creyó ver en el cielo entreabierto un loro gigantesco planeando sobre su cabeza". Ya nos había dicho Flaubert que Felicidad había comparado al loro con el Espíritu Santo. Al final, vinieron por ella.

¿Flaubert, místico? En este cuento, sí.

Quizá conozcamos personas como Felicidad. Son aquellos en los que nadie pone atención. Simplemente se entregan a los demás. Que no nos pase lo mismo que a los demás personajes del cuento, que nunca se fijaron en ella ni apreciaron su corazón sin límites. (Sigámonos cuidando).

 

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