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La persistencia de la Memoria o Relojes blandos, obra de Salvador Dalí, realizada en 1931 - Foto: Foto: Especial

Cuando sea demasiado tarde: La muerte del profesionalismo

Esta es una reflexión sobre la puntualidad, sobre la importancia de los acuerdos sociales, sobre el honor y la palabra; sobre cómo se ha ido desgastando con el paso de las generaciones

Por: Gabriel Dorantes Argandar, Visitas: 1448

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Tengo diez años siendo profesor de educación superior. He podido observar detenidamente las competencias con las que vienen los estudiantes al egresar de la preparatoria, y ver las que tienen cuando entran al posgrado. He observado como poco a poco el glorioso estado de Morelos se suma en la impuntualidad galopante. Ya no es un tema de los estudiantes, ya no es un tema de adquisición de información enciclopédica. Es un tema de que la hora y la palabra ya no son tan importantes como lo eran antes. Muzafer Sherif, desde inicios del siglo pasado, describió cómo los acuerdos sociales tenían categorías en virtud de su rigidez. Aquellas que se obedecen por sólo algunos y dependiendo de las circunstancias son hábitos, costumbres, cosas que a veces se obedecen y a veces no, a voluntad del individuo. Las normas son aquellas que todo el mundo obedece, que se acatan silenciosamente y sin cuestionar, y no dependen de la voluntad del individuo. No se puede elegir si se obedece o no, pues se sanciona por medio de la presión social. Una de estas normas es la puntualidad. En tiempos de mis padres y mis abuelos, los acuerdos verbales de organización temporal se acataban ferozmente, la puntualidad pertenecía al mundo del honor y la palabra. Si acordaste llegar a las 5 de la tarde en punto, llegabas al lugar exacto donde habías acordado estar con unos minutos de sobra, por lo general 5, y no más. Faltar a la puntualidad significaba faltarle a tu propia palabra, a un acuerdo al que tú mismo entraste por tu propia voluntad y estabas obligado, por honor, a cumplir con tu palabra. Hoy en día tal hazaña es casi un súper poder, una habilidad fantasiosa que sólo unos selectos cuantos son capaces de alcanzar. Comprenderán mi extrañeza cuando alguien dice “Gabriel tiene el hábito de ser puntual”.

Los morelenses nunca nos hemos enorgullecido de ser un pueblo puntual. Supongo que más para el sur la puntualidad es menos importante, los ritmos de vida me parecen más lentos en estados como Oaxaca o Tabasco (puedo estar equivocado, sólo he estado en estos estados como turista y sólo algunas ocasiones). Sin embargo, he radicado en la Cuernavaca casi toda mi vida y sí conozco la puntualidad local. ¿Su casa tiene un desperfecto? Habrá que encontrar un servicio profesional que repare la avería. Hagamos la cita para este jueves, a las 3 de la tarde. Por supuesto, tendrá usted que cancelar todos los acuerdos previamente adquiridos para estar disponible, en caso de que el servicio profesional no logre cumplir con el acuerdo verbal sobre la hora establecida para la provisión del servicio. Pidamos una olla de concreto para colar una losa de 40 mts cuadrados. Ya está puesto todo el tendido, es sólo que hay que esperar la olla que solicitamos a las 8 am. ¿A qué hora cree usted, amable lector, que llegará?

Antes la impuntualidad era una falta de respeto. Era una manifestación de un individuo hacia otro que consistía en hacerle ver que su tiempo era mucho menos importante que el tuyo, o que sus prioridades eran ínfimamente más pequeñas que las tuyas. Poco a poco, la impuntualidad se fue instalando como la norma establecida. Antes era sólo los eventos sociales, era cool llegar 30 o 45 minutos después de la hora acordada. “Vas a llegar a barrer”, te decían. Hoy en día aplica para casi todas las esferas del funcionamiento social. Les ruego hagan el experimento, citen a un grupo de personas a una hora normal, a las 10 de la mañana, y tomen nota de a qué hora empieza la reunión. Ahora la norma es ser impuntual, y eso probablemente se debe al aumento de importancia en las prioridades personales. Lo puedo ver en el tránsito, lo increíblemente difícil que es mantener el 1x1. Lo veo en las filas, lo difícil es que la gente se mantenga paciente ante tener que esperar 20 turnos para ser atendido. Lo veo en la corrupción, lo acostumbrados que estamos a usar conectes o “una pequeña ayudadita” para no tener que esperar como los demás mortales.

La puntualidad ha muerto, nosotros la hemos matado.

 

* Profesor Investigador de Tiempo Completo del Centro de Investigación Transdisciplinar en Psicología.

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