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El mitin de la Caminata por la Justicia, la Verdad y la Paz, de camino a la Ciudad de México, en enero pasado - Foto: Foto: Margarito Pérez Retana

El camino de la vida. La Epidemia Olvidada: La Violencia como Fenómeno Estructural

Reconoce el problema de las desapariciones y la violencia, como parte de una epidemia que se integrado a la vida de la población mexicana; propone que para resolverla es fundamental la participación de la sociedad

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1003

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Para: Angélica Rodríguez Monroy y Javier Sicilia Zardain

 

El día de hoy, en la página principal del diario La Jornada (14 de julio del año 2020), aparece el encabezado siguiente: “Gobernación: aún desaparecidas, 73 mil 201 personas”. En letras más pequeñas y resaltado en color rojo, antes del encabezado, dice: “Señala que el repunte de casos comenzó en el sexenio de Calderón”. Entre otras notas, en la misma página, bajo el encabezado de gran tamaño, dice, también en letras pequeñas: “De marzo de 1964 a la fecha, el registro era de 177 mil 884 víctimas”. Y agrega: “De esa cifra, 58% fueron localizadas; a 6, 401 las hallaron sin vida”. Debo resaltar el hecho de que de todos los diarios de circulación nacional es el único que toma en su página principal la nota.

Por su parte, la revista Proceso (12 de julio del 2020) dedica sus primeros artículos a uno de los “casos más emblemáticos” de la violencia estructural, como política de Estado, en santa alianza con los grupos de narcotraficantes en la región centro-sur de nuestro país. El título del primer artículo es elocuente: “La ‘Verdad Histórica’ encubría al Ejército”, (aunque debió decir al Ejército Federal Mexicano). El siguiente artículo: “Una nueva narrativa a partir de la ‘Barranca de la carnicería’”, crudamente nos muestra la esencia de la “otra epidemia”. La que quienes atacan a la estrategia para afrontar el covid-19 callan, La Violencia como Fenómeno Estructural y social en México.

Reitero el hecho de que únicamente la revista Proceso y el riario La Jornada han considerado relevante este hecho, los demás no ven ni escuchan esta epidemia.

Ahora mismo que para nuestras costumbres solipsistas y mediatizadas por los monopolios de la “Manipulación Industrial de las Consciencias” (Hans Magnus Enzensberger dixit), se siguen manifestando otros fenómenos sociales que no podemos obviar, es necesario reconocer que para afrontarlos, una vez que nos coloquemos sobre el suelo raso de una definición que responda a una interrogante ineludible: ¿Qué mundo queremos dejar a nuestras generaciones futuras y, esencialmente, qué hijos queremos dejar en este mundo, una vez trascendido este período crítico?

Concibo que esta interrogante binaria no puede omitir el asunto de la violencia estructural que aqueja a nuestra nación, desde mucho tiempo antes de que emergiera como preocupación el asunto del covid-19 y que cualquier proyección intencional hacia un futuro deseable no puede construirse sin la consideración del afrontamiento de la violencia como fenómenos social y estructural.

No se trata, desde luego, de reducir a uno de sus niveles de análisis –cualesquiera sea éste—el asunto de la violencia; como objeto de análisis, la violencia, en todos sus niveles de expresión, debe ser afrontado de manera tal que, como sociedad y Estado, tengamos algo de certeza de que la “otra epidemia” que padecemos desde hace varias décadas –la violencia política, la violencia económica, ideológica, física, psicológica, jurídica, delincuencial, qué sé yo—se pierda en el horizonte de un México más digno, justo, democrático, participativo y sin impunidad.

Naturalmente que, para afrontar exitosamente este fenómeno, como otros problemas que enfrentamos socialmente –se expresen individual, familiar o colectivamente—, debemos irrecusablemente propiciar la participación activa de los diferentes segmentos de la sociedad, sin exclusión alguna –salvo, naturalmente, aquellos que atenten contra los principios de la libertad, la dignidad, fraternidad y democracia o que, además, promuevan el fascismo, fanatismo y violencia irracional—, en el proceso de construcción, organización e impulso de una proyecto de nación, para el inmediato y mediato plazos.

La violencia, como fenómeno social y estructural, por ende, no puede ser reducida a la violencia de género, a la violencia intrafamiliar, psicológica, etcétera; ergo, no puede ser abordada como si fuesen ínsulas que pudieran ser resueltas independientemente o una por una con una misma estrategia y tácticas. ¡¡¡No!!!

La violencia, antes de la presencia de la epidemia y pandemia del covid-19, se ha visto como una “epidemia”, otra, que da muestras de una mortalidad y letalidad de más de cien mil víctimas directas e inmediatas, sin contar las víctimas indirectas (las de las secuelas en orfandad, duelos incompletos y ambiguos, estrés postraumático, deserción escolar y desplazamientos de población, búsqueda incesante de familiares desaparecidos, etc.).

Los síntomas psicosociales (individuales, familiares y colectivos), sean de miedo, inseguridad, ansiedad, angustia no pueden abordarse únicamente con estrategias psicoterapéuticas porque la causalidad de tales expresiones emocionales no es intracerebral o intrapsicológica; indudablemente un conjunto de condiciones sociales, culturales, políticas y de “manipulación industrial de las conciencias”, existentes objetivamente, favorecen este estado de estrés psicosocial, inmanejable solo individualmente.

O replanteamos la estrategia y tácticas para lo que sigue, o quedaremos atrapados en el pasado y en el sueño de una noche sin fin…

O se afronta desde sus orígenes con una Democracia Participativa e Incluyente, o seguiremos soñando y deseando un “Mesías”, un “Caudillo”, un “Profeta”, un “Líder”, un “Partido a la usanza” que posea el carisma, la credibilidad y el poder de convocatoria para proyectar un futuro que todos deseamos y soñamos, pero que esperamos que el “Mesías”, el “Caudillo”, el “Profeta”, el “Líder”, el “Partido a la usanza”, nos entreguen en bandeja de plata.

Vaya como muestra fehaciente de lo que expreso la “Desaparición” (¡Vaya eufemismo!) forzada de Viridiana Anaid Morales Rodríguez, hace ya prácticamente ocho años.

Viridiana Anaid hubo nacido un mes de febrero de 1991 en la hoy Ciudad de México. Es decir, estaría muy próxima a cumplir apenas 30 años de edad, de no haber sido arrebatada, sustraída o secuestrada de nuestro entorno sociocultural y de su familia, así como de sus sueños y proyectos de vida.

Cuando fuimos despojados de su presencia y compañía, cuando la llevaron en contra de su voluntad y violentamente, estudiaba el 7º semestre de la Licenciatura en Psicología, dentro de la Facultad de psicología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM).

Un año antes de su “Desaparición Forzada” había deicidio contraer matrimonio con un joven, como ella, de nombre Roberto Altamirano López, para emprender el Viaje de la vida, juntos. Tanto a él como a ella les fue robado ese proyecto y ese sueño. Él fue asesinado en el lugar del secuestro y abandonado allí. Dos familias hubieron sido victimizadas también con ese hecho; la de Roberto y la de Viridiana.

Un día 12 de agosto del año 2012, imborrable en la memoria de sus familiares, amigos, compañeros y quienes tengan un corazón para quererla, sucedió este hecho dramático.

Desde ese entonces, no cesa un conjunto de consecuencias para sus familiares.

Ahora bien, como podemos considerar, ni el asunto de los 43 jóvenes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, en Tixtla de Guerrero, Guerrero, ni el caso de Viridiana Anaid, pese a ser emblemáticos, representan la magnitud de la tragedia que desde hace varios decenios aqueja a nuestro México. Mucho menos son, por desgracia, los únicos.

Los números que representan la cantidad de personas asesinadas, desaparecidas, secuestradas, levantadas, extorsionadas, violadas, etcétera, en nuestra patria, desde hace ya más de medio siglo, no contempla las otras víctimas; además de las primeras debemos considerar a los huérfanos, viudos y viudas, padres o madres sin hijos, sueños y esperanzas truncas, duelos ambiguos o incompletos, inseguridad, miedo, angustia, otra vez etcétera.

Estos parecen permanecer ocultos y muy lejanos a nuestra percepción y conciencia porque todo, absolutamente todo, parece en esta hora ser negado por las cifras de contagios y muertes por covid-19.

No me propongo demeritar el asunto de urgencia y trascendencia del covid; sin embargo, no podemos ocultar la cabeza bajo el manto mediático del covid y permanecer ajenos a la realidad de la violencia estructural, sistémica y social que nos tiene también secuestrados.

Proyectar un futuro con justicia, paz y dignidad, trasciende a esta epidemia.

Nuestra memoria y conciencia no pueden ser tan delgadas y frágiles como para romperse y dejar en el olvido, el abandono y la irresolución esta problemática.

 

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