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Las campañas electorales -que hoy terminan- se han transformado en un circo. Parece una competencia para demostrar quién puede ser más estúpido, o estúpida, porque aquí sí hay equidad de género. A lo largo del actual proceso electoral, hemos visto a personajes de la televisión, el deporte y la farándula en general, convertidos en candidatos y candidatas; hemos visto penosos actos para llamar la atención de los votantes, o quizás de los medios y las redes sociales (bailables -unos más penosos que otros-, interpretaciones musicales, organización de striptease); hemos visto a candidatos ofreciendo “chelas” gratis si gana o que los cuelguen en la plaza si no cumplen; en fin, esto es un circo.

¿A qué imbécil -seguro fue un hombre- se le ocurriría que los votantes irán rabiosos a entregarle su voto a un candidato o candidata que hizo el ridículo o protagonizó el mayor escándalo? ¿Qué me dice a mi como elector, que hay un candidato enmascarado que es incapaz de entender lo que significa “comunidad LGBTTQ+” y por lo tanto, incapaz de responder a las necesidades del espacio público? ¿Qué tipo de electorado esperan los partidos políticos que son incapaces de presentar propuestas claras y concretas para los problemas nacionales, estatales o municipales, y creen que, con caras bonitas, personajes de la farándula o batucadas ruidosas provocarán una reacción favorable a su logotipo?

Todos los partidos políticos, 23 en Morelos y 10 a nivel nacional, han vaciado de contenido la palabra “política”, la han convertido en algo asqueroso y que genera anticuerpos en cualquier persona, particularmente los jóvenes. Así que han decidido que las campañas electorales no son momentos para afirmarse ideológica y programáticamente para resolver los problemas de la sociedad, para entonces ocuparlas con un teatro del absurdo, ofensivo y trágico. Ofensivo porque la ciudadanía mexicana repele esas campañas y trágico porque de esa manera condenan al país a continuar el proceso de pauperización que al final nos matará a todos.

PD. La gente que llena sus mítines está igual de asqueada. Pero toma la asistencia como una obligación para obtener algo a cambio. Es como cuando de niños, mi hermano y yo íbamos en la procesión de la posada repitiendo ad nauseam “Ora pro nobis”. No lo hacíamos porque pensáramos que la Rosa Mística nos salvaría, sino porque sabíamos que después vendrían los aguinaldos, la piñata, el ponche…

jaimeluisbrito@gmail.com

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