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Violencia contra las mujeres - Foto: Gobierno de México

Una extraña enemiga. La apropiación de los cuerpos de las mujeres: Sheinbaum y más allá

No es difícil de creer: la violencia contra las mujeres es el pan de cada día

Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 9759

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Independientemente de si el acoso que sufrió la presidenta Claudia Sheinbaum fue un hecho real o una maniobra política –como algunos personajes lo han señalado–, lo cierto es que no resulta difícil creerlo. Y esa es, quizá, la parte más alarmante. Sorprende, pero no tanto; escandaliza, pero no mucho; es alarmante, pero para las mujeres en México es una experiencia conocida: sabemos que los cuerpos femeninos siguen siendo vistos como territorios disponibles, espacios sobre los que cualquiera puede ejercer dominio, control o deseo sin nuestro consentimiento.

 

El comportamiento del hombre que intentó tocar a la presidenta no es un hecho aislado ni extraordinario; es apenas una expresión visible y mediática de un problema estructural: la naturalización de la violencia sexual y de la apropiación simbólica de los cuerpos de las mujeres. Lo que para muchos es un incidente lamentable pero anecdótico, para millones de mujeres es una amenaza cotidiana. Además, si eso le ocurre a la presidenta, ¿qué puede esperar una mujer común?

 

La apropiación del cuerpo femenino adopta múltiples formas. Está, por supuesto, la más notoria: la violencia sexual en sus distintas expresiones. Pero también están otras formas de apropiación más sutiles y cotidianas: por ejemplo, los comentarios sobre cómo deberían lucir las mujeres, las críticas a su ropa, la opinión no solicitada sobre sus cuerpos. Está también el compartir imágenes íntimas sin consentimiento, o más común todavía, el apropiarse de las fotos que ellas suben a sus redes sociales: descargarlas, guardarlas y usarlas para distintos fines, como si, por el solo hecho de estar en una red, fuera parte del dominio público, de su dominio.

 

La antropóloga argentina Rita Segato [1] refiere que la violencia sexual –misma que debemos pensar desde sus formas más expresivas, hasta las más sutiles– no es producto de un deseo fisiológico incontrolable, sino que se trata de una práctica de poder y de comunicación masculina donde el cuerpo femenino representa el territorio para exhibir dominación. En ese sentido, es también una pedagogía: es una forma pública de mostrarse a sí mismos y a los otros que los cuerpos femeninos no le pertenecen del todo a quienes habitan esos cuerpos.

 

En la calle la presidenta o las mujeres en donde sea: si no hay consentimiento, las imágenes y los cuerpos de las mujeres no son de acceso público, no son propiedad de los hombres. Que una mujer publique una foto en su perfil no es una invitación para descargarla, almacenarla o compartirla. Quien así lo crea, está usando la misma lógica de quien interpreta una minifalda como una invitación a violar. Esas conductas frente a las imágenes no son una práctica inofensiva, son una extensión simbólica de la misma lógica que permite el acoso físico: la idea de que el cuerpo femenino está disponible para ser mirado, tocado, apropiado y consumido.

 

El problema no es creerle o no a la presidenta; el problema es que nos resulta perfectamente creíble.

 

Fuente:

[1] Segato, Rita Laura (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

 

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