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El camino de la vida: Epístola/I

Texto dirigido al Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez, utilizando el género olvidado de las epístolas; para preguntarle ¿es la medicina una ciencia?

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 772

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Exordio. Estimado Dr. Sé muy bien, y bien lo sabes tú, que la vida epistolar, hoy casi extinta (a no ser por el levantón que en su momento le dio el Subcomandante Insurgente Marcos, ahora Galeano) es inusual como recurso de diálogo y comunicación entre nosotras, las personas que crecimos, harán ya varios lustros o decenios, con esta forma de relación y acción comunicativa a la distancia. Ciertamente los telegramas, como recurso comunicacional, eran utilizados para asuntos muy precisos y específicos y, desde luego, eran impropios para largas charlas o comunicaciones profundas y extensas; ello se debía a su estructura que, en su momento, para algunos síntomas o signos de las alteraciones del habla en algunas personas, permitió a varios profesionales referirlos análogamente como “Lenguaje telegráfico” debido a su naturaleza agramatical, abreviada y muy corta como herramienta para la comunicación. Empero, aún más, en las escuelas de educación primaria y secundaria se impartían contenidos de aprendizaje (ahora pomposamente denominados “contenidos curriculares”, que no curriculeros) relacionados con la escritura de cartas, misivas o epístolas y, también, ¡faltaba más!, de asuntos relacionados con la mecanografía en “máquinas de escribir”, primero mecánicas y más tarde eléctricas.

Debemos recordar, ambos dos, que se publicaban libros bajo el rubro de “Epistolario”, que son de cuño muy antiguo, como lo muestran las epístolas del apóstol Pablo, y que seguramente buscábamos, más allá del morbo, para leer y compartir no sólo saberes y sentires, pensamientos o sentimientos, sino los estilos de escritura misma como obras literarias en toda la extensión de la palabra.

Hoy, en esta era de la internet, las computadoras, las “redes sociales” hemos sido testigos de una reducción (hasta el uso de las apócopes, la utilización mínima de la palabra para sustituirla por símbolos conocidos como emojis o códigos limitados y limitantes), del espacio y número de palabras en la producción de mensajes que no habría hilo capaz de contemplar, ya no digamos toda esta misiva, sino tan sólo este exordio.

Por ello he decidido servirme de un texto más amplio para exponer mis ideas y argumentos en torno al asunto que aparece en la interrogante del título que lleva la presente. Además, por placer y fruición, lo hago en este estilo literario que no me propongo utilizar por soberbia o vanidad; sino lo hago para engalanar la comunicación.

Espero cumpla con ambos propósitos; el del contenido y el del estilo literario.

Pero como se hubiera dicho que pensaba “Jack el Destripador”, vámonos por partes.

Ciertamente, quien lanzó la piedra y no escondió la mano fuiste tú en un mensaje de tu Twitter; preguntabas al respetable grupo de interesados en estos asuntos: ¿Es la medicina una ciencia? Y, a su vez, recomendaste se viera una charla sobre la cuestión que días antes habías presentado.

Algunos de tus seguidores y lectores críticos hubimos respondido a botepronto y, como tú mismo observaste, hubo quienes respondieron afirmativamente, pero también los hubo, quienes sostuvimos que no lo era.

Respondiste personalmente, tratándose de mí, que me sugerías que viese primero tu charla y luego expusiera mis comentarios. Respondí en sentido afirmativo y hoy aquí, una vez realizada la tarea, me apresto a cumplir con la palabra empeñada.

Pacta sunt servanda. Deseo iniciar reconociendo que en la misma charla, expuesta el día 17 de junio, en el Taller de Didáctica de la Lógica 2021, organizado por la Academia Mexicana de Lógica, bajo el título de “Epistemología de las ciencias médicas: apuntes críticos desde la neuropsiquiatría”, se realizó un trayecto que pasa por las referencias a Mario Bunge, José Luis Díaz, William Osler, Francisco González-Crussi, entre otros y presentaste tu análisis.

Debo, en principio, señalar que durante la misma charla se habló unas veces de las ciencias médicas (en plural) y otras de la ciencia médica (en singular).

Asimismo, para comenzar, presentaste una definición (sumamente vaga e imprecisa, y así hiciste ver) tomada de Wikipedia. Y proseguiste, desde allí, el proceso de análisis de las ideas de naturaleza histórica, epistemológica, lógica y, era inevitable, de la naturaleza misma de la práctica (o prácticas) relacionadas con la medicina.

Es, ciertamente indiscutible que ésta disciplina tiene sus orígenes desde antes de que apareciera la actividad científica y lo que se reconoce como “la ciencia”, por ende, históricamente hablando, debiérase precisar que para ubicar esta práctica específicamente humana como parte de la labor científica deberíamos demarcar una dimensión temporal, a partir de la cual pudiera sostenerse que forma parte del árbol del conocimiento científico y, además, precisar una dimensión geográfica e histórica que propicie las condiciones histórico-culturales y regionales que favorecen la asunción de su carácter científico; de otra forma supondremos una universalidad de su naturaleza y carácter intemporal e ahistóricamente asumida.

Bajo este supuesto metodológico, asumiendo que la respuesta fuese afirmativa, como lo sustentas, taxaríamos, por lo menos, dos periodos del desarrollo de la práctica, y por qué no, de las teorías emergentes durante la misma práctica médica; una serie de etapas o momentos (que pudieran comprenderse como pre-científicos) y, a partir de cierto momento, lo que pudiese ser considerado como periodo propiamente denominado científico.

Aunque implícitamente lo señalaste, no se propuso tal criterio metodológico, lisa y llanamente lo diste por obvio.

Una segunda cuestión fundamental para lograr el objetivo, indubitablemente, consistía en dejar muy claros los parámetros que permiten diferenciar las prácticas de carácter científico de aquéllas que, pese a asumirse como tales, no lo son. Ello, de la misma manera, se presentó de manera implícita y se dieron por obvios tales parámetros o criterios de demarcación.

Dicho de una manera muy tajante, se debía mostrar qué sí es o puede ser considerado como actividad científica y qué no.

Ya desde Augusto Comte, pasando por Émile Durkheim, Friedrich Engels, o Spirkin y Kédrov, se realizaron clasificaciones de la ciencia y no incluyeron, ninguno de ellos, a la medicina dentro del Árbol del Conocimiento Científico (parafraseando a Humberto Maturana y Francisco Varela), arguyendo para ello que por su objeto y sus fines no cabían dentro de este marco.

Para explicarme más nítidamente retomaré, con las debidas reservas y precauciones, la sugerencia de Karl R. Popper en torno a la existencia de tres mundos:

• El mundo 1 (referido al mundo de los cuerpos físicos, de sus estados físicos y fisiológicos)

• El mundo 2 (referido al mundo de los estados mentales) y

• El mundo 3, (el mundo de los productos mentales)

Con el afán de precisar, presentaré las siguientes premisas y supuestos conceptuales:

• La “realidad objetiva”, material y físico-química, preexistente al sujeto cognoscente, al sujeto de la actividad cognoscitiva, y que éste último se propone explicar y comprender, es el punto de partida de cualquier teoría del conocimiento

• Desde que el sujeto de la actividad, quien conoce o pretende conocer lo real, realiza la actividad práctica y cognoscitiva sobre lo real, ha venido elaborando o construyendo, a lo largo de la historia de la humanidad, tanto el conocimiento de lo real como las estructuras neuropsicológicas y psicológicas que posibilitan su actuación cognoscente

• El sujeto de la actividad cognoscitiva ha construido y desarrollado, a su vez, histórica, genética y evolutivamente, tanto los procesos psicológicos superiores –específicamente humanos– como el psiquismo mismo. Es decir, el mundo de lo psíquico, o mundo 2.

• El conjunto de engendros que la actividad humana ha creado (conocimientos, teorías, tecnología, prejuicios, representaciones sociales o colectivas, etc.), conformarán el mundo 3.

• Tales creaciones, a lo largo de la historia de la humanidad, van adquiriendo y mostrando relativa independencia y descontextualización, con respecto del creador, así como del entorno socio-histórico que hizo posible tal acto demiúrgico.

Como se aprecia nítidamente, la propuesta de Karl Popper parece seducir sin aspavientos nuestro espíritu aprehensivo. Empero, como anunciamos, requerimos una cierta dosis de cautela para no caer en los dualismos que se promueven como salida a los reduccionismos psicologizantes o fisiologizantes.

• Las creaciones del sujeto creador o demiurgo, no son instauraciones, como considera Popper, del mundo 2, son establecimientos del ser social (tanto en su actuación individual como colectiva) y, de manera consecuente, son invenciones que pueden muy bien pertenecer al mundo 1.

• Los contenidos del mundo 1 y del mundo 3 (como las mercancías y el mundo de los objetos e instrumentos tecnológicos creados por el ser humano), pueden muy bien no pertenecer a campos perfectamente delimitados por sus fronteras y, en este sentido, mundo 1 y mundo 3 pueden ser el mismo en ciertos aspectos.

• De la misma manera, el mundo 2 ha sido autopoyéticamente (al decir de Humberto Maturana Romesín) una creación del propio ser humano durante el desarrollo y evolución de su estructura y actividad, por ende, podría, legítimamente, pertenecer al mundo 3.

• En virtud de lo anterior, mundos 1, 2 y 3, más que ser tres mundos, son tres manifestaciones de un único mundo, el de la realidad del ser humano en el conjunto de sus condiciones materiales, ideales, e histórico-culturales de existencia, producción y reproducción.

• Pese a sus características particulares, no hay tal independencia absoluta, siempre será relativa; mundos 1, 2 y 3, por ello, no pueden ser representados con un Diagrama de Venn.

• Y no puede serlo en virtud de que la autonomía, interacción e intersección de los supuestos tres mundos, de ninguna manera, son definidas como una función matemática o probabilística.

• Más bien la dialéctica parece definir la naturaleza y carácter de los “mundos” fenoménico y ontológico. Escindidos con fines supuestamente analíticos, en naturaleza, sociedad y pensamiento

Como podemos deducir, bajo estos supuestos, nos aproximamos, casi de manera imperceptible, a las cuestiones relativas al objeto, naturaleza y propósitos de las diferentes prácticas médicas, a lo largo de la historia, en los diferentes contextos histórico-culturales.

La tríada de “mundos” presupone tres niveles de análisis de lo real y su relación con las prácticas del conocimiento científico, además de fundamentar la escisión de “las ciencias” en naturales, sociales y humanas; discutible tal clasificación.

Tanto la medicina como la psicología se hallaron fuera de una demarcación nítida y una ubicación en este triángulo.

Por ello, tal vez, sea necesario, entrar al terreno de las propias prácticas médicas y desde allí tratar de mostrar los argumentos en el sentido de que no es una ciencia. (Continuará).

 

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