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Breve Diccionario Clínico del Alma, de Jesús Ramírez-Bermúdez - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Leer a Jesús Ramírez-Bermúdez/II

Presentación ahora del Breve Diccionario Clínico del Alma; ¿por qué eligió el autor el término “diccionario” si no parece tal?; quizás era mejor “glosario”; presenta historias del verdadero sentido que cobran para las personas los trastornos psicológicos

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 904

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Siguiendo con la tarea que me autoimpuse, presento ahora a ustedes, amables lectores que siguen esta columna, el Breve Diccionario Clínico del Alma (con un prólogo de Francisco González-Crussí), del Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez (México, Debate, 2010).

Lo mismo que expresaba en la colaboración precedente, Leer al Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez (Primera de tres partes), expreso hoy: “Cuando comencé a hojear el libro, me propuse en primera instancia revisarlo a “vuelo de pájaro”, miré la estructura del documento (… y nuevamente, al descubrir la organización del mismo…) fue entonces que me pregunté: ¿Por qué elegir dentro del título el término Diccionario, si no parece ser tal?”

El índice del Diccionario, además del excelente Prólogo del Dr. Francisco González-Crussí y de la Introducción con la cual el autor brevemente inicia el texto, nos muestra en orden alfabético los temas que contiene este interesante trabajo: finalmente, en la Discusión, Jesús Ramírez-Bermúdez expone un conjunto de reflexiones que enmarcan nítidamente el carácter y naturaleza de este texto.

“Este libro (… nos dice el autor…), un diccionario incompleto, fragmentario, ha querido mostrar relatos en los cuales la naturaleza de la mente se revela como un asunto problemático: un problema para la organización privada del sujeto en cuestión, para la familia y para la sociedad, pero también para cualquier teoría general sobre la mente o la naturaleza”.

Quizás, cubierto por un manto de modestia, no quiso escribir: “Con este libro me propuse mostrar…”.

Y, en cambio, acudiendo a un plural, agregará en el siguiente párrafo: “Quienes trabajamos en el escenario clínico observamos a diario una estructura trágica: mujeres y hombres entran a universos solitarios, dominados por fuerzas desconocidas, que aparecen en nuestro mundo compartido del discurso como historias extravagantes, incomprensibles, con reminiscencias de la simbólica antigua de los sueños o los mitos; estos relatos pueden ser interpretados de manera diversa, pero marcan los confines de la salud”.

Asimismo, enmarcando el concepto de Alma, sustantivo que precisa este Diccionario Clínico, Ramírez-Bermúdez, cual filólogo e historiador, describe así el referido término: “En su lenguaje original, el de la mitología occidental, ‘Psique’ fue una mujer que vivió con los dioses. ‘Psique’ significa, en griego, acto de soplar, y por extensión el hálito de vida. ´y la palabra ‘alma’ significó siempre la vida entre los antiguos, fuesen sirios o caldeos o egipcios o griegos, o aquellos que fueron finalmente a establecerse en una parte de Francia´. Escribió Voltaire en su Filosofía de la Historia, y lo mismo pensaba Aristóteles: el alma es justamente la vitalidad del cuerpo. En su libro L’homme à la découverte de son âme, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung resumió así los caminos entrecruzados de la etimología (…)”.

Para concluir este primer apartado, recupero lo que el propio Neuropsiquiatra precisará: “El tema de este libro son las palabras de la medicina. Algunas son milenarias, como ‘manía, melancolía, epilepsia’ ¿Qué significan estos términos? Por su naturaleza intrínseca, este proyecto sería interminable si se propusiera cumplir su promesa. Mis amigos y mis críticos me recomendaron titularlos ‘Diccionario incompleto de las enfermedades del alma’, pues no es posible encontrar aquí, o en alguna otra parte, un lenguaje clínico perfecto y en estado final, sino un léxico cambiante, en desarrollo Paulatino”.

Me permitiré comentar que, tal vez, dada la naturaleza y estructura del libro, pudiese haber sido intitulado Glosario… En fin, este no es el punto a tratar.

En la historia de la escritura médica o clínica se ha observado una trayectoria que va desde las personas dolientes o que padecen alguna enfermedad o trastorno hacia el desdibujamiento del ser humano y la yuxtaposición de “la enfermedad” o “trastorno”, en su lugar.

Es quizás por ello que A.R. Luria u O.W. Sacks se vieron obligados a utilizar el término “Neuropsicología Romántica”, para recuperar de la cárcel del olvido al sujeto de la actividad psicológica y, desde luego, al “ser humano doliente”; es decir, recuperar el sentido histórico de la escritura médica y del “Método Clínico”, olvidado y desechado por las prácticas sujetas a los “santos óleos” de la escritura subyugada a los criterios APA.

De la misma manera, Jesús Ramírez-Bermúdez, tanto en Un Diccionario sin Palabras como en su Breve Diccionario Clínico del Alma, más que presentarnos trastornos o enfermedades definidas a modo de Diccionario, fantasmales o descarnadas, nos muestra, mediante casos clínicos concretos, a través de fragmentos y retazos de historias de vida, el verdadero significado y sentido que adquieren para seres humanos concretos, en situaciones socio-históricas concretas, las enfermedades o los trastornos neuropsiquiátricos o neuropsicológicos.

En este segundo libro, pese a mostrar un índice en orden alfabético de términos o conceptos de trastornos clínicos del alma, no expone definición alguna de los mismos; en su lugar, a través de casos y personas concretas y reales, glosa para nosotros sus experiencias, reflexiones, ideas, emociones y sentimientos con respecto a los trastornos, pero colocados como parte de seres dolientes y sintientes en condiciones concretas.

Antes, quizás tres lustros atrás, leí el libro El Autismo y el Desarrollo de la Mente, de Peter Hobson y, en este texto, en la presentación nos increpaba a los lectores: “Antes que nada sería importante hacerse esta pregunta: ¿Qué se siente interactuar con una persona autista?” (Parafraseo de memoria).

Pues bien, el autor nos introduce, más que en términos y conceptos, en dramas y situaciones de vida que nos conducen por los senderos de la reflexión fenomenológica y clínica, además de sus consideraciones profundas y ricas en información teórica, filosófica, histórica y cultural.

El Breve Diccionario, en orden alfabético da comienzo con la autoscopia, sigue con el intrigante asunto del delirio y luego con el duelo; atraviesa con el dilema histórico de la esquizofrenia, la manía y la melancolía, así como también la memoria, el mutismo, la obsesividad, la paranoia, psicosis y cierra con diversos síndromes, tales como el de Charles Bonnet, de Cotard, de Ekbom, de mala identificación delirante y el del miembro extraño.

No entraré en detalle uno a uno los trastornos; únicamente presentaré, a través del asunto de la esquizofrenia, algunas ideas para que el lector de esta presentación valore y juzgue, determine y decida si lee o no el Breve Diccionario.

Como ya he señalado, mediante casos clínicos concretos el autor nos conduce dentro del significado de la esquizofrenia, los delirios y sus implicaciones en la vida de seres humanos reales y concretos.

El caso de El brazo me impresionó por lo siguiente: “Esto me dijo un paciente: Hace un año, en mis clases de guitarra, mi amiga Norma hizo una muñeca vudú para representarme. No sé por qué lo hizo. Tal vez rivalizaba mucho conmigo. Enterró el muñeco en una tumba desconocida; según me dijeron, era la tumba de una señora llamada Artemisa. Desde hacía meses, la señora Artemisa comenzó a tomar control de mi cuerpo. Ahora siento claramente que este brazo no es mío, sino de esa mujer enterrada, quien vive ahora a medias en el terreno de los vivos utilizando pedazos de mi cuerpo”.

Es este el único fragmento de la narración del neuropsiquiatra y bastó para traer a mi memoria la película clásica Las manos de Orlac (1924), de Robert Wiene (quien también filmó El gabinete del doctor Caligari). En esta cinta se presenta a un personaje cuyo nombre es Orlac, quien pierde las manos en un accidente de tren cuando regresaba a su casa. Según el relato, gracias a la intermediación de su esposa, un cirujano consigue implantar al joven pianista amputado las manos de un personaje de nombre Vasseur, un delincuente condenado a muerte que terminará decapitado. Poco a poco, Orlac se va dando cuenta, va sintiendo que sus manos tienen vida propia y actúan por su cuenta, más allá de los márgenes de la consciencia y voluntad suyas; viéndose halado dentro de una espiral de miedo y violencia. Por si fuera poco, se encuentra en varias ocasiones con el aparente fantasma de Vasseur, lo que incrementa su nivel de desorientación y delirio. En fin…

Más adelante, en el mismo capítulo dedicado a la esquizofrenia presenta el rubro Veo una voz que me insulta.

Además de citar al gran novelista Olaf Stapledon, con su obra El Hacedor de Estrellas (quien además escribió Sirio), expone muy claramente el caso de una persona sorda que presentaba múltiples alucinaciones.

Según describe el Psiquiatra: “Recibió el diagnóstico de esquizofrenia. Mantenía una intensa relación simbiótica con su padre, la única persona a través de la cual se comunicaba. Recurría al lenguaje de signos gestuales para sordomudos, y por medio de ese código comunicaba alucinaciones de contenido místico, o delirios de persecución y catástrofe. Pero para ello requería a su padre, su traductor. Sólo a través de él teníamos noticias de su padecimiento. Si el padre se hallaba exhausto, o frustrado después de largos períodos de enfermedad y hospitalización, se retiraba a su propio descanso silencioso, y mientras tanto carecíamos de noticias sobre las alucinaciones mudas y apocalípticas de su hijo”.

Como bien se sabe, debemos a Dominique Esquirol (1772-1840) la primera definición de alucinación (1838); este clínico definió como: “Percepción sin objeto perceptible” a aquélla. Asociado a ésta, el delirio, vago en su definición, se asocia más al pensamiento que a la percepción. La alucinación, en cambio, descriptivamente ha sido incluida dentro de las alteraciones de la percepción.

En tratándose de sordos o ciegos, o sordiciegos congénitos o prelingüísticos, sin referentes claros de información visual, auditiva o lingüística, previos a la deficiencia sensorial o multisensorial, ¿Cómo podemos explicar o describir o comprender la presencia de alucinaciones visuales, auditivas o lingüísticas?

Más aún, si el sistema auditivo diferencia nítidamente el sonido del lenguaje, y ambos referentes serían inexistentes en el caso de personas con sordera, o sordiceguera congénitas o prelingüísticas ¿Cómo podemos explicar o describir o comprender la presencia de alucinaciones auditivas, visuales o lingüísticas?

Finalmente, si los referentes de la psicopatología descriptiva trasladan la estructura patognomónica de las psicosis y la esquizofrenia a las alucinaciones auditivas o al delirio ¿Cómo podemos explicar o describir o comprender la presencia de estos rasgos patognomónicos en personas con sordera o sordiceguera congénitas o prelingüísticas? ¿Sería legítimo suponer que no existe la esquizofrenia en personas con sordera o sordiceguera congénitas o prelingüísticas?

Algunos años después que Esquirol, Séglas planteó que las alucinaciones psíquicas estudiadas por Baillager no tenían su origen en el exterior y, en consecuencia, que no eran alteraciones de la percepción; por el contrario, que eran éstas resultado de la actividad del sujeto quien, determinado por el lenguaje, las producía.

Es imprescindible aquí, además, considerar no sólo si la sordera o sordiceguera es congénita o prelingüística en las personas que la adolecen; asimismo, y no menos relevante, es necesario tomar en cuenta si las personas con sordera o sordiceguera congénita o prelingüística, son usuarios competentes de algún lenguaje por señas o del sistema Lorm o bimanual, de otro modo sería demasiado aventurado suponer que se puedan alucinar señas o presiones digitales o manuales. En virtud de ello es pertinente inquirir: ¿Las personas con sordera y psicosis padecen “visión de voces”? ¿Cómo las ven? ¿Como manos haciendo señas al aire? ¿Cómo apariciones visuales de cuerpo entero que hacen señas? Parece difícil imaginar las alucinaciones verbales en alguien que nunca ha oído hablar o ha perdido su audición antes de adquirir la habilidad para entender el lenguaje hablado; más aún parece imposible representarlo en personas con sordiceguera congénita o prelingüística. ¿Éstas padecen “sensación de presiones digitales sobre sus manos, como el caso del sistema Lorm”? ¿Cómo las perciben? ¿Como manos haciendo presión sobre sus manos?

Estas reflexiones y preguntas devienen de la lectura de este capítulo, empero como no podemos extendernos demasiado, cierro aquí esta presentación y concluyo esta segunda parte invitando a leer, sin temor alguno, al Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez.

 

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