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El Camino de la vida: Lo Normal y lo Patológico/I

Nueva serie para reflexionar sobre el campo de los trastornos mentales donde se aprecia una creciente utlización de un campo conceptual semántico diverso, ambiguo, confuso, polisémico y cambiante

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 744

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Presentación. Para dar comienzo a esta primera parte de esta nueva serie de El Camino de la vida sostenderé que con respecto al campo de los denominados trastornos de salud mental y los eventos relacionados con la piscopatología o neuropatología es posible apreciar una creciente utilización de un campo conceptual semántico diverso, ambiguo, confuso o polisémico y cambiante.

En este sentido es admisible que ello es el reflejo de una vieja tradición que se ha expresado –en todas y cada una de sus variantes—como una manera de segregar, excluir, separar, marcar y estigmatizar a quienes son considerados «inconcebibles», «desviados», «indeseables», «prescindibles», «anormales» y, por estas razones –aunque debiéramos decir sinrazones-- «eliminables».

Más aún, siguiendo lo que comentaba con la Dra. Sylvia Marcos, durante una entrevista realizada en la ciudad de Cuernavaca y publicada en Praga, Checoslovaquia, el día Sábado 13 de noviembre del 2004, pudiérase admitir que los conceptos de normalidad, anormalidad, patología, estigma, normalización, etc., están tremendamente cargados en un sentido más que científico, ideológico; por ello conviene revisarlos.

Para mostrar que lo que he dicho es pertinente, citaré aquí algunos fragmentos de la entrevista (Con permiso del editor y la entrevistada):

«--(...) Quisiera partir de lo que Imre Kertez, Premio Nobel de literatura 1995, expresa de un modo muy claro en su libro Un instante de silencio en el paredón: El holocausto como cultura:  «El lenguaje se nutre de una serie de palabras que nunca permanecen inmóviles, éstas se han pronunciado, se pronuncian y tal vez se seguirán pronunciando sin que reparemos en el hecho de que hay palabras que ya no podemos pronunciar con la imparcialidad con que tal vez las pronunciábamos antes, existen incluso palabras que en apariencia significan lo mismo en todas las lenguas, pero que la gente pronuncia en cada caso con otro sentimiento y otra asociación de ideas. A mi juicio -agrega Kertez-, el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado de nuestro siglo XX, es que el lenguaje se contagió de las ideologías y se convirtió en algo sumamente peligroso, en estos casos, siguiendo a Wittgenstein, sugiere: conviene retirar una u otra expresión de la lengua y mandarla limpiar antes de usarla de nuevo»

¿Usted considera que los conceptos: Enfermedad mental, salud mental, psiquiatría, antipsiquiatría, institucionalización de la violencia, normalización, por no enunciar otros más, merecen ser revisados, mandados a limpiar y posteriormente ser utilizados con un significado distinto al que se le imprimió en la década de los 60`s y 70`s del siglo recién concluido?» (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 1)

Ante la interrogante la Dra. Sylvia Marcos respondió:

«--Considero que es necesario “limpiar” los conceptos algunas veces, de modo que puedan ser utilizados y comprendidos como se requiere en nuestros días. Es decir, a veces, un concepto no puede seguirse usando ni como se utilizaba antes ni con una nueva forma de significación; a veces sí se puede seguir utilizando, pero con otra significación; otras veces es posible seguir asociando la misma idea con la cual se le refería; o, más aún, los nuevos frutos de una palabra han sido incluso continuados con otros conceptos y ya cambia su significado... Pero creo que lo más importante de todo esto es que debemos considerar que los conceptos de salud mental, enfermedad mental, patología, anormalidad, etc., están arraigados en un contexto cultural, dado que, dependiendo de dicho contexto, se van a significar los contenidos que expresan las palabras; lo que quiero decir es que los conceptos son ideológicos y, evidentemente, han permeado la lengua y requieren una revisión. (...) Si tú quieres que yo hable de lo que estos conceptos querían decir dentro de nuestro Movimiento de Antipsiquiatría o Alternativas a la Psiquiatría (aquí voy a hacer una digresión: es interesante expresar que primero utilizamos la palabra Antipsiquiatría retomando la expresión de Ronald Laing y David Cooper; después, ampliamos el concepto en el sentido de valorar que parecía que nada más estábamos en contra de la Psiquiatría y el objetivo nuestro no sólo era criticar a la Psiquiatría--porque incluso el Psicoanálisis lo hacía diciendo yo no soy Psiquiatría, yo soy la alternativa a la Psiquiatría; o aparecía el Psicólogo diciendo: yo soy la alternativa a la Psiquiatría. No fue esa la finalidad de nuestro movimiento). El concepto refería, en ese entonces, nuestra actitud de cuestionar todo el autoritarismo y toda la normalización o salud mental consideradas como una forma de actuar socialmente aceptada. ¿De dónde provenía la definición de salud mental o de lo normal? Recientemente venía de lo que nuestra sociedad considera conducta normal y sana, no viene de otros contextos culturales. Entonces, muchas cosas que en un contexto cultural eran sanas y adaptativas, en otros contextos distintos al nuestro no son sanas y adaptativas ideológicamente...» (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 1-2).

Continuemos un poco más:

«--(...Dra. Marcos...) Si se piensa como teoría de la desviación social; es decir, lo normal es lo que tiene conformidad con los valores sociales de un contexto determinado en una época histórica determinada. ¿La desviación a ello, en consecuencia, era la patología, la anormalidad, la enfermedad mental? --(...Mira Enrique...) Y eso era... digamos... en principio. Una vez fui a una conferencia que se llamaba “Lo normal y lo patológico” y sobre todo, estudiando el asunto de la mujer, me di cuenta que ello era así; he seguido a autores que en este momento no me vienen a la memoria, incluso hice un seminario con un psicoanalista que ya había prácticamente reinventado los conceptos psicoanalíticos --en el Colegio de México--, es decir, que ya les había quitado todo el peso que tenían originalmente (de una discriminación hacia la mujer, por citar el ejemplo clásico) y parecía que la exclusión de la mujer no desaparecía. Entonces, nuestra postura consistía en cuestionar ese estilo de normas, esa forma de considerar la normalidad o la salud mental, como una adaptación al medio social. En segundo lugar, yo metí mucho ahí la cuestión cultural porque en México tenemos la comunicación directa, tú te vas a un pueblito mexicano, Ocotepec, o te vas a Chiapas y vas a encontrar normas de normalidad y de salud mental y de bienestar que no coinciden con las normas de la Psicología, ni del psicoanálisis, ni de la Psiquiatría, porque las tres son disciplinas que se han fundamentado en sociedades desarrolladas, o en sociedades europeas, o en sociedades por lo menos urbanas, pero que tienen poco que ver con todo lo rural y con todo lo indígena. Entonces eso era otra de las cuestiones, y eso de lo cultural yo fui la que insistí todo el tiempo porque, como siempre estaba muy cercana a las poblaciones indígenas, veía esa disfunción; incluso, en el libro de Antipsiquiatría y política menciono que es muy curioso que están intentando instrumentar técnicas grupales (como la terapia familiar sistémica) donde citan a toda la familia extendida y, en resumidas cuentas, se parecen a las formas como curan los curanderos en Guerrero, que traen a toda la familia extendida y todos toman un brebaje y todos acompañan a la persona que pasa por una etapa alucinatoria. Entonces esta cosa de redes familiares que parecen una cosa muy moderna, es algo que nos queda de esta tradición y no necesitamos decir que la estamos trayendo de Europa porque ellos reinventaron la rueda, esta es la parte cultural. La otra parte que cuestionábamos mucho es la que se refiere a la relación paciente-médico, o relación paciente-psicoanalista o psiquiatra- paciente o psicólogo-paciente, porque siempre veíamos que se establecía inevitablemente una relación de autoridad, de poder. Entonces es muy rica la manera de revisar, es decir, no es nada más limpiar la palabra y volverla a poner en uso con otro significado, sino es deshacerse completamente de ella, esa es la propuesta: deshacerse de esas palabras amibas o parásitas o tóxicas y tratar de funcionar sin ese aparato conceptual que constreñía las relaciones de los seres humanos porque creaba marginaciones y exclusiones.» (Alvarez, J.E.A., 2004, p. 2)

Dejemos hasta aquí la referencia a la entrevista y procedamos a realizar nuestro análisis. Demos otra vuelta a la tuerca.

Normalidad y patología. En un trabajo considerado ya clásico a este respecto, O Normal e o Patológico, Georges Canguilhelm (2009), su autor, expresa:

«É interessante observar que os psiquiatras contemporâneos operaram na sua própria disciplina uma retificação e uma atualização dos conceitos de normal e de patológico, da qual os médicos e fisiologistas não parecem ter tirado nenhum proveito, no que se refere a suas respectivas ciências. Talvez seja preciso procurar a razão desse fato nas relações geralmente mais estreitas que a psiquiatria mantém com a filosofia, por intermédio da psicologia. Na França, sobretudo, Ch. Blondel, D. Lagache y E. Minkowski contribuíram para definir a essência geral do fato psíquico mórbido ou anormal e suas relações com o normal.» (p. 37)

Parece que la tradición occidental ha subordinado a la psiquiatría, más que a la neurología y a la psicología, la perspectiva del análisis de la desviación del comportamiento a las expectativas que sobre el mismo se tienen socioculturalmente hablando, bástenos retomar lo que hemos referido a través de la enormes citas a la Dra. Sylvia Marcos y a Georges Canguilhem para confirmar lo antedicho. Ello no obsta que sostengamos que la psicología y la neurología, a este respecto, también sometieron su apreciación a tales enfoques.

Según los aportes del mismo G. Canguilhelm en el trabajo apenas citado:

«O Vocabulaire philosophique de Lalande contém uma observação importante, relativa aos termos anomalia e anormal; anomalia é um substantivo ao qual, atualmente, não corresponde adjetivo algum e, inversamente, anormal é um adjetivo sem substantivo de modo que o uso os associou, fazendo de anormal o adjetivo de anomalia.» (p. 42)

Como puede ser asumido, una reducción y un alteración de las funciones adjetiva y sustantiva encontráronse subyaciendo a la «invención» de los términos excluyentes y estigmatizadores de «anormalidad» y «normalidad». Asociando a éstos salud, enfermedad, «anomalía» y «normal».

Para cerrar estas ideas de Canguilhelm y estructurar en nuestra época y contexto la cuestión veamos cómo matiza aún más nuestro autor:

«A anomalia é a consequência de variação individual que impede dois seres de poderem se substituir um ao outro de modo completo. Ilustra, na ordem biológica, o princípio leibnitziano dos indiscerníveis. No entanto, diversidade não é doença. O anormal não é o patológico. Patológico implica pathos, sentimento direto e concreto de sofrimento e de impotência, sentimento de vida contrariada. Mas o patológico é realmente o anormal. Rabaud distingue anormal de doente, porque, segundo o uso recente e incorreto, faz de anormal o adjetivo de anomalia, e, nesse sentido, fala em anormais doentes (...); no entanto, como, por outro lado, ele distingue muito nitidamente, segundo o critério fornecido pela adaptação e pela viabilidade, a doença da anomalia (...), não vemos nenhuma razão para modificarmos nossas distinções de vocábulos e de sentido» (p. 44)

Bajo este punto de vista, para muchos de nosotros resultará entonces abrumador escuchar conceptos tales como discapacidad, minusvalía, atipicidad, hándicap, deficiencia, déficit, disfunción, necesidades especiales, necesidades educativas especiales, integración, integración escolar, integración educativa, integración sociolaboral, normalización, doble esfuerzo, personas con capacidades diferentes, etc., por no enunciar una larga lista de términos que unas veces se expresan con una función sustantiva, otras adjetiva o, en algunas más, verbal.

Parece que tal confusión es evidente para quienes tenemos que vérnoslas con la presencia permanente de las personas objeto de tales prácticas nominalistas (por demás una minoría de la población); sin embargo no sucede así con quienes acaso se enteran de la existencia de esta realidad (cuasi virtual) en la dinámica de su vida cotidiana. Una ceguera paradigmática, una sordera solipsista, una negligencia o una inteligencia ciega han impedido al grueso de la sociedad percatarse de la existencia de tales personas.

Es muy evidente que muchos de quienes no adolecemos de alguna deficiencia física o intelectual (mal denominada discapacidad) carecemos, de manera no poco frecuente, de la conciencia de la serie de implicaciones de carácter psicológico, económico, cultural, político y de existencia global del individuo que acarrea la presencia de tales deficiencias; desconocemos el conjunto de recursos (tanto de naturaleza psicológica como pedagógica, no dando por descontados los de carácter médico y económico) que se requieren para superar, de la mejor manera posible, las desventajas que conlleva en la vida (en su sentido semántico más amplio) una deficiencia física o intelectual, cualquiera que esta sea. Tendemos, casi inercialmente, a negar una realidad inocultable.

En esta hora, resulta casi imposible no percatarse de que tal realidad existe y que, a su vez, es necesario promover y organizar una serie de acciones, actividades y tareas que permitan consolidar un sistema compensatorio en los diferentes aspectos de la vida de tales personas, de modo tal que se propugne el propiciar acciones tendentes a elevar su calidad de vida y su participación plena en la vida sociocultural de su comunidad.

En esta hora, sin rubor alguno, por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2011), estima y reconoce que en todo el mundo,

«(...) Más de mil millones de personas viven con algún tipo de discapacidad; o sea, alrededor del 15% de la población mundial (según las estimaciones de la población mundial en 2010). Esta cifra es superior a las estimaciones previas de la Organización Mundial de la Salud, correspondientes a los años 1970, que eran de aproximadamente un 10%. (...) Según la Encuesta Mundial de Salud, cerca de 785 millones de personas (15,6%) de 15 años y más viven con una discapacidad, mientras que el proyecto sobre la Carga Mundial de Morbilidad estima una cifra próxima a los 975 millones (19,4%). La Encuesta Mundial de Salud señala que, del total estimado de personas con discapacidad, 110 millones (2,2%) tienen dificultades muy significativas de funcionamiento, mientras que la Carga Mundial de Morbilidad cifra en 190 millones (3,8%) las personas con una “discapacidad grave” (el equivalente a la discapacidad asociada a afecciones tales como la tetraplejía, depresión grave o ceguera). Solo la Carga Mundial de Morbilidad mide las discapacidades infantiles (0- 14 años), con una estimación de 95 millones de niños (5,1%), 13 millones de los cuales (0,7%) tienen “discapacidad grave”.» (p. 7-8)

En virtud de lo antedicho se trata de hacer evidente algo que ya resulta inocultable; para lograr ello se considera pertinente iniciar con algunos párrafos en los cuales se expongan las concepciones que, a juicio de quuen habla, de manera determinante, han matizado la comprensión del tema a tratar y que se han manifestado en el curso de la historia de nuestro país—pero no sólo de él--, permeando éstas la práctica que impide el desarrollo pleno de la personalidad y la existencia en condiciones de equidad de las mismas personas.

Me refiero aquí al abandono literal de las personas con algún signo de discapacidad, o a la sobreprotección, que no deja de eliminar y negar a la misma persona.

 

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