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El Camino de la Vida: Poder/I

Breve Glosario de Terminología Política Ambigua y Eufemística, se propone abordar diversos términos políticos que se utilizan comúnmente y que no significan necesariamente lo que aluden

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 446

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Estimado Director, Jaime Luis Brito, y lectores que siguen esta columna en Masiosare; no sin previamente disculparme por esta prolongada ausencia debida a una carga temporal de trabajo de escriba de algunos compromisos editoriales ineludibles, hoy me apresto, nuevamente, a realizar las entregas comprometidas y trataré de presentar a ustedes el análisis semiótico de la noción de “Poder”, en sentido amplio, como objeto de análisis, para luego desbrozar algunos niveles de interpretación que concibo ineludibles. Entremos pues en materia.

Presentación. La palabra “Poder” tan traída y llevada de boca en boca, prácticamente desde la invención de las lenguas —orales y escritas— encuentra su lugar en sánscrito, chino, japonés, griego, latín, algunas lenguas arábigas, hebreo y, actualmente, en la amplia variedad de lenguas vivas y, tal vez, existió en algunas muertas.

No quiero decir que la idea sobre algo realmente existente, como lo es el “poder”, o su ejercicio, haya existido siempre o que hubiera existido una palabra que lo represente o lo refiera; sin embargo, podemos considerar como muy probable que el ejercicio del “poder” sea tan antiguo como la humanidad misma. Tanto las representaciones simbólicas como las palabras que sirven de herramientas para referirse a ello, quizás surgieron posteriormente al hecho mismo.

Con la invención de los libros y la imprenta, sin duda alguna, se extendió a lo largo y ancho de nuestro planeta. Ahora mismo, en la era de la internet y las tecnologías electrónicas de la información, halla espacio dentro de la lógica discursiva cotidiana. Verbigracia, podemos ser testigos de la presencia avasalladora de categorías tales como “Poder político”, “Poder económico”, “Poderes fácticos”, “Poder de influencia”, “Poder mediático”, “Poderío militar”, etcétera, que suelen matizar la naturaleza y el carácter de tal “Poder”.

Desarrollo. Hasta aquí, considero, es imprescindible adelantar una primera suerte de definición, que pueda servirnos de punto de partida para nuestros análisis y reflexiones que trasciendan a la semiología o la semántica. Para lograr tal propósito me serviré de algunos ejemplos.

En el Glosario de Sánscrito, de Marcus de Oliveira Teles, D. Ay (https://docplayer.es/46001470-Glosario-de-sanscrito.html), se dice que:

Shakti. (Shakti gatis, Shakti pustis, Shakti shuddhis, Shakti urdanas, Shakti vardhakas). La palabra Shakti designa toda capacidad, toda habilidad, todo poder: poder de una palabra, poder poético, poder real, poder de un arma o el arma misma (lanza, arpón, espada).

Como puede apreciarse, una única palabra que, según sea acompañada de otra que la matiza, refiere literalmente “toda capacidad, toda habilidad, todo poder…”. Es decir que, sinonímicamente visto, el “poder” equivale a capacidad, habilidad o competencia para… Es, literalmente dicho, una cualidad que posee, o no, un ser, ontológicamente considerado y que por ello mismo puede ser abordado como objeto de conocimiento. No únicamente un ser vivo o humano, piénsese en la palabra, las herramientas, el conocimiento y, desde luego, la actuación o la acción, la actividad práctica —sea en sentido físico o simbólico—; esto es, por ser una cualidad o un atributo de un ser, esta característica no define al ser en virtud de que otros rasgos pueden ser parte del mismo.

Ahora bien, si el “poder” o su ejercicio es una cualidad o atributo de un ser, sin duda puede ser percibido o atribuido por otros seres percipientes, que “reconocen” o asignan al objeto o ser perceptible tal cualidad. De la misma manera, pudiera ser el caso de que los sujetos percipientes asuman que tal ser es poseedor del “poder” y que, en consecuencia, sus actos se acomoden a tales atribuciones.

Por otro lado, a lo largo de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la palabra y la idea de poder aparece constantemente (https://biblicom.org/diccionario/Diccionario-Expositivo-de-palabras-del-Antiguo-Testamento/PODER.html#:~:text=Koaj%20(3581%2C%20%D7%9B%D6%B9%D7%97%D6%B7)%2C,con%20poco%20cambio%20de%20significado).

Koaj aparece como “fortaleza, poder, fuerza, capacidad o aptitud”. Esta palabra hebrea se usa en hebreo bíblico, rabínico y moderno con poco cambio de significado. La raíz es incierta en hebreo, aunque el verbo se encuentra en arábigo (wakaha, «derribar» y kwj, «derrotar»). Koaj es un término poético usado con mayor frecuencia en la literatura poética y profética.

El significado básico de koaj es la capacidad de hacer algo. La “fuerza” de Sansón radicaba en su cabellera (Jueces 16:5). Las naciones y los reyes ejercen sus “poderes” (Jos. 17:17; Dan. 8:24). Se puede decir que un campo tiene koaj porque tiene o no “poderes” vitales para producir la cosecha: “Cuando trabajes la tierra, ella no te volverá a dar su fuerza” (Gén. 4:12 RVA: primer caso del término). Se reconoce en el Antiguo Testamento que con comer se adquiere “fuerza” (1 Sam. 28:22), mientras que uno pierde sus “capacidades” cuando ayuna (1 Sam. 28:20): “Se levantó, comió y bebió. Luego, con las fuerzas de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1 Reyes 19:8 RVA).

No parece que haya una diferencia sustancial entre la versión en sánscrito y hebreo bíblico; no cabe duda de que se hace referencia a una “capacidad”, “cualidad”, “aptitud” o rasgo poseído por un ser. Sin embargo, a lo largo de todos los libros que componen la Biblia se percibe una clara distinción entre el: “poder” absoluto, indiscutible, inapelable y eterno como cualidad de un único ser, Dios, a quien no le fue dado u otorgado el “poder”. En realidad, él es el “poder” omnímodo. Mientras que, por otro lado, está el “poder” otorgado a quien lo posee por el ser poderoso que todo lo da, o lo quita.

En este sentido, aquí puede reconocerse que hay dos clases, por así decirlo, de “poder”; por una parte, aquél que es consustancial al ser, que se encuentra dentro de su propia naturaleza, y el otro que es otorgado desde el exterior al propio ser, por ello es apelable, discutible y revocable.

Por el momento no me propongo ir hacia la desmitificación del “poder” absoluto y omnipotente e inapelable; sólo intento, al demarcar estas dos apreciaciones, una idea que fundamenta y justifica las relaciones de dominio/subordinación en una premisa antidialéctica en sentido heraclitano.

Al acudir a las raíces etimológicas grecolatinas del término “poder” nos encontramos con el hecho de que se amplía semánticamente la atribución.

Poder designa la capacidad o la potestad para hacer algo. La palabra proviene del latín potēre, y este a su vez de posse, que significa “ser capaz”. Por ello, puede funcionar como sustantivo o como verbo (…) Como sustantivo, poder puede significar varias cosas: el dominio, imperio, facultad o jurisdicción que tiene alguien para ordenar algo (…) Como verbo, designa el hecho de tener la facultad o la capacidad de hacer algo.

Aquí podemos identificar dos niveles de expresión de un mismo término, los cuales nos permiten acceder a una cualidad que, indefectiblemente, debe acompañarse de otra característica poseída por el mismo ser. Esto es: podemos representarnos aquí el “poder de actuación”, aristotélicamente visto, como “poder de hecho o en acto”, el cual es impensable o irrealizable sin el acto intencional o voluntario; es decir, el “poder de actuación” antecedido por la actitud intencional.

Ahora bien, reconociendo que existe la actitud intencional como condición deseable y necesaria para un  “poder de actuación” consciente, no nos es dable asumir que basta con poseer la voluntad o la actitud internacional para tener y ejercer el  “poder de actuación”; existen diversas circunstancias que impiden o dificultan el ejercicio del  “poder de actuación”, entonces es posible servirse de otro poder que, asumido bajo las ideas de Aristóteles, podría ser el “poder en potencia”, lo que no es pero pudiera ser. A saber: el “poder de influencia”.

Hasta aquí tenemos una representación del significado de la categoría de “poder” como un “hecho” que puede ser percibido, reconocido o atribuido como una cualidad de otro ser, la cual le permite actuar o influir sobre otros seres, de acuerdo con las intenciones o voluntad de quien posee o se le atribuye o asigna el “poder”. Pero, también hasta este momento, parece que es una cualidad —innata o no— de un individuo o es una propiedad individual.

De esta manera debemos, además, precisar que dicha cualidad es, asimismo, un rasgo que puede tenerse por grupos, colectividades o comunidades, como una capacidad de actuación e influencia para todos y cada uno de sus miembros, así como también para otros grupos o colectividades.

Para terminar esta primera aproximación considero prudente resaltar el hecho de que también hasta ahora parece que la noción de “poder” se refiere a una cualidad que se posee o no, un ente que, fuera de nosotros, “se encuentra a la espera de ser poseído o conquistado”, de una vez por quien, o quienes, lo merezca. Ello no es así; el “poder” se construye a la largo del devenir de los individuos o las colectividades que se proponen, más que conquistar o alcanzar o tomar –cualesquiera sea su expresión—, el “poder”, construirlo y desarrollarlo como una cualidad distintiva de la conciencia personal o colectiva.

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