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La confianza, de Francisco De Goya - Foto: Sitio web Museo del Prado

La confianza como base del sentido en las relaciones sociales

La confianza es un producto del acuerdo entre las personas y sobre ella descansa el sentido de nuestros vínculos

Por: Adriana A. Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 103

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“(…) cuando traiciona nuestra confianza una persona que nos es familiar, 

se convierte en extraña ante nuestros ojos”. 

(Waldenfels, citado por Sabido, 2012, p. 92).

 

En gran medida nuestra vida cotidiana transcurre alrededor de la confianza que tenemos. Al anochecer, nos vamos a dormir con la confianza de que al otro día despertaremos y llevaremos a cabo nuestros planes para ese día. Al despertar, confiamos en que el mundo sigue como lo dejamos la noche anterior; confiamos a tal grado que podemos levantarnos de la cama sin siquiera abrir los ojos para cerciorarnos que ahí sigue el piso firme sobre el cual vamos a pisar. La confianza está ahí, tan naturalizada, que a menos que realicemos un ejercicio consciente no captamos cuán vital nos resulta.

 

Lo anterior no se limita al mundo tangible, pero para el caso de las relaciones humanas sus implicaciones son más, digamos, complejas. Por supuesto, sería bastante grave que al levantarme de la cama cayera al vacío, pero si me levanto de la cama y el piso ya no está, así me invada el temor y el desconcierto, difícilmente sentiré que el piso ha traicionado su compromiso de estar ahí. Y es que no hacemos acuerdos con las cosas; confiamos en su existencia por la evidencia que de ello tenemos y porque acordamos socialmente que están ahí, pero el acuerdo al fin y al cabo no es con la cosa, es entre las personas. En cambio, en las relaciones interpersonales la confianza descansa tanto en la evidencia como en el acuerdo (sobre todo en el segundo, pues la evidencia en sí es también un acuerdo de sentido). Por tanto, aunque en ambos casos la confianza sea relacional, solo entre las personas nos sabemos conscientes de la confianza que cada parte deposita en la otra y de los acuerdos establecidos –tácita o explícitamente– a partir de dicha confianza. 

 

La socióloga Olga Sabido coincide con autores como Keefer y Scartascini (2022) en que la confianza es la base de las relaciones sociales, tanto a nivel micro (donde encontraríamos las relaciones interpersonales), como a nivel macro (relaciones que abarcan la dimensión colectiva y política). En esa misma línea de ideas, para Luhmann (1996) la confianza es un evento básico de la vida social y condicionante fundamental de sentido de la acción. ¿Qué ocurre entonces cuando aquello que se creía conocido, ahora se sabe que ya no es tal? Si no es lo que se creía, entonces, ¿qué es? En este escenario donde se impone la incertidumbre acontece una descomposición del sentido cognitivo, emocional y valorativo que nos coloca en una especie de limbo de realidad. 

 

Sabido (2012) señala que la confianza y la incertidumbre son dos caras de una misma moneda. Ninguna de las dos es certeza absoluta sobre que algo es o no es, simplemente otorgan un grado de cercanía a alguno de los polos y, por tanto, configuran el sentido que construimos alrededor de esa cuasi certeza sobre la existencia-inexistencia de las cosas. Ya desde la segunda mitad del siglo XVII, Hobbes (1984) señalaba que la base del contrato social es la confianza. Para este filósofo, la confianza es la “esperanza constante”, mientras que la desconfianza, “la desesperación constante”. Como ya se dijo, la confianza no es sinónimo de garantía ni de absoluta certeza, pero sí provee un escenario de posibilidad basado en acuerdos que permite a las personas tener cierto grado de seguridad para la toma de decisiones presentes y futuras. Tomando en cuenta esto último, la confianza nos permite prever, cosa que, como sabemos, es cada vez menos posible en la actualidad, de ahí que como sociedad vivamos en constante desesperación y ausencia de sentido.

 

Un Estado que traiciona la confianza se vuelve ajeno a su ciudadanía, esta última lo desconoce y se siente empujada a reestructurarlo, a veces, al corto plazo, pero otras, habrá que esperar un largo período mientras se construye el nuevo sentido de su existencia. Cuando la confianza baja, la ciudadanía se dirigirá con sospecha y demandará menos porque sabe que el Estado no cumplirá los compromisos (Keefer y Scartascini, 2022).

 

Como puede observarse, la confianza no es, en absoluto, un asunto menor. Para Sabido (2012), la confianza nos permite darle sentido al mundo ya que el sentido descansa en dar por hecho que el mundo existe y que dicha existencia no cambiará intempestivamente. Por ello, cuando alguien o algo presenta un cambio abrupto, la confianza se hace añicos y el sentido se diluye al presenciar que lo creíamos que era, ya no es más. La confianza es mucho más que un “creo en ti” o “creo que este Gobierno atenderá mis necesidades”. La confianza es acto y producto del acuerdo de existencia, del acuerdo de sentido.

 

Las personas se saben timadas por sus gobernantes cuando constatan que las promesas de campaña no se concretizan en la realidad. La promesa no cumplida se convierte en mentira y, pasado el tiempo, se sabe que solo fue un instrumento para generar confianza y sacar provecho. Muchas veces, ante el incumplimiento –es decir, frente a la traición de la confianza–, surge ya sea la violencia, el desinterés o el hartazgo; en los tres casos, además de ser “consecuencias”, son también formas de sobrevivir al exceso de incertidumbre. También surgen otras emociones: las personas suelen sentirse enfurecidas, defraudadas, desprotegidas, amenazadas, entristecidas o humilladas cuando descubren que han sido burladas; esto ocurre tanto en lo individual como en lo social.

 

Las crisis de confianza significan una fractura de las bases vinculantes entre las personas. Cuando se trata de las instituciones, se producen problemas para el ejercicio de ciudadanía: suspicacia y apatía es lo que domina. En los vínculos interpersonales, se dificulta la proyección de escenarios favorables presentes y futuros, así como sospecha sobre la “verdad” de los escenarios pasados. Así, cualquier acuerdo que se hizo antes, ahora queda en duda y, los acuerdos venideros, descansan en arenas movedizas. No obstante, hemos normalizado a tal grado el incumplimiento de los acuerdos que la incertidumbre se ha convertido en la regla, al igual que la desesperanza. 

 

Si en efecto se trata de una cuestión de sentido, la confianza no podría restaurarse a menos que se reconfigure el sentido: el para qué del Estado, de sus instituciones, del vínculo con alguien, etcétera. El sentido ensombrecido, fracturado o aniquilado podrá restaurarse o no; en caso de que no, habría que producir un nuevo sentido. Producir como acto creativo exige la voluntad de las partes, así como aportar evidencias de compromiso constantes y concretas. Si el sentido no puede recuperarse, la confianza perdida tampoco (dado que el sentido al que estaba anclada ya no existe), en ese caso, la aspiración sería la construcción de otra confianza distinta a la primera sobre la base de un sentido renovado.

 

Fuentes consultadas:

Hobbes, T. (1984; Primera edición en inglés, 1651). Leviatán, o de la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Fondo de Cultura Económica. 

 

Keefer, P. y Scartascini, C. (2022). Confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe. Banco Interamericano de Desarrollo. Disponible en: https://cdi.mecon.gob.ar/bases/docelec/az5372.pdf

 

Luhmann, N. (1996). Confianza. Anthropos Editorial. Capítulo I.

 

Sabido, O. (2012). La confianza y los tiempos de incertidumbre. En León, Emma (coord.) (2012). Virtudes y sentimientos sociales para enfrentar el desconsuelo. Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (UNAM). Ediciones Sequitur. Págs. 85-107.

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